-En 1997 usted publicó un libro, Outside the Southern Myth, en el que discute el estereotipo sobre el hombre del sur de Estados Unidos.

-Sí, trata sobre cómo es crecer en una ciudad pequeña que no está asociada con el mito de las plantaciones y la esclavitud. Picayune era más bien una ciudad del siglo XX, y aunque había algunos problemas, no había una identificación con “el viejo sur”, el sur esclavista. Por lo tanto, eso no estuvo en mi formación personal. Pero cuando crecí y me fui a la ciudad para seguir estudiando, tomé contacto con gente que asumía que yo conocía más sobre la cultura esclavista y la Guerra Civil de lo que yo realmente sabía. Me imponían ciertos elementos del mito sureño que no eran parte de mi vida.

-Y la idea es que lo mismo le ocurre a gran parte de la población del sur.

-Mi impresión es que hay más ciudades pequeñas, sin experiencias asociadas a la guerra o a la esclavitud, que ciudades con ese pasado, como Natchez, en Mississipi, o Birmingham, en Alabama, y otras más. Pero el drama de la historia sureña y sus metáforas está inevitablemente atado a lugares como Natchez o Vicksburg, donde hubo esclavitud y batallas en la Guerra Civil. Entiendo eso, pero en mi modesto libro intenté hallar un espacio para gente como yo, que somos sureños geográficamente, pero no en el sentido metafórico o mitólogico.

-¿Y encontró ejemplos de autores que escribieron totalmente desconectados del estereotipo sureño?

  • No muchos [ríe].

-De hecho, Onetti decía que algo debía haber en el sur de Estados Unidos que fomentaba una literatura tan fijada en temas violentos.

-Sí, la literatura no me hace un favor en este sentido, pero es comprensible: la Guerra Civil, las relaciones raciales, la esclavitud son el asunto que define la existencia del sur y, en cierta medida, también de Estados Unidos, porque la esclavitud fue tema de discusión para los padres fundadores de la nación: hubo disputas y concesiones que se prolongan a toda la vida del país. Por eso es comprensible: ahí está el drama y sobre eso quiere leer la gente.

-Y siendo del sur y estando interesado en la literatura, se encuentra inevitablemente con Faulkner.

-Así es. Pero en realidad mi interés en él es anterior a mi interés por estos problemas históricos. He tratado de no hablar de Faulkner o de Eudora Wealty o de los otros autores que he estudiado como de escritores del sur, sino más bien como de escritores que vivieron en el sur. O sea, de tomarlo como un accidente geográfico. Porque lo que me parece, y lo reafirmo cuando leo trabajos sobre él provenientes de otras partes del mundo, es que el lugar de Faulkner no es simplemente el sur de Estados Unidos, sino el modernismo. Se educó gracias a un abogado de su pueblo, Oxford, leyendo y hablando sobre todos los modernistas: Pound, Eliot. Creo que leyó a Freud, y no sé si leyó a Einstein -yo no puedo leerlo-, pero al menos tenía una idea sobre lo que decía respecto a la relatividad. Lo que hizo Faulkner fue sobreimprimirle al paisaje mitológico sureño un sentido de relación con el mundo moderno. Eso es lo brillante de su obra.

-Como especialista en Faulkner usted pasó a ser su editor actual, es decir, la persona que revisa y corrige el trabajo de los editores de los años 30, 40 y 50. ¿Cómo llegó a esa posición?

-Cuando empecé mis estudios universitarios me imaginaba que sería un profesor de inglés en una universidad pequeña, donde les enseñaría a estudiantes dedicados. Pero en la universidad tuve como profesor a un hombre que me acercó a los manuscritos de Faulkner, que están en la biblioteca de la Universidad de Virginia. Así que me pasé gran parte del final de los 60 yendo y viniendo de Columbia, de Carolina del Sur a Charlottesville, Virginia, revisándolos y, digamos, adorándolos, tratando de entender qué podían agregar esos manuscritos bellísimos a la forma en que yo entendía a Faulkner. Porque permitían hacer estudios genéticos: lo que aparece como tal palabra en el texto publicado empezó como tal palabra en el manuscrito y luego cambió a tal otra... Me interesa muchísimo observar esa transmisión. Así que trabajé con aquel profesor en un par de proyectos, y a finales de los 70 contacté a la editorial Random House para averiguar qué posibilidades había de publicar nuevas ediciones de Santuario y Absalom, Absalom.

-Así que fue su iniciativa.

-Sí. Para mi mayor sorpresa, la editorial aceptó. Y el que tomó la decisión fue Albert Erskine, que fue el último editor de Faulkner en Random House. Nos hicimos amigos y trabajamos juntos en tres volúmenes hasta 1984. Ese año Joseph Blotner [biógrafo de Faulkner] arregló para hacer nuevas ediciones de las cuatro primeras novelas para la Library of America, y encontraron un problema que no podían resolver en la novela Mientras agonizo. Me llamaron para que fuera a Nueva York a ayudarlos, cosa que hice. A partir de eso, me pidieron que trabajara en los otros volúmenes, y, por supuesto, acepté inmediatamente, porque tenía la práctica y el interés.

-Ha definido ese trabajo como “desedición” porque implica, entre otras cosas, deshacer la tarea de los editores anteriores.

-Sí, los editores comerciales que editaron originalmente a Faulkner. En ciertos aspectos, hicieron un trabajo fabuloso. En la mayoría de los libros hicieron correcciones menores, se trataba más de suavizar cosas que de revisar. Pero en Absalom, Absalom sí lo hicieron, y también en El sonido y la furia. De todos modos, en la mayoría de los libros no había problemas graves; no quiero aparecer criticándolos de formas que no debería, porque su cometido era vender libros, y Faulkner también quería vender libros para vivir. Publicamos el primer volumen en 1985 y el último en 2004, 2005.

-Pero además de razones comerciales, usted dice que había problemas de “clase”, en tanto algunos editores y críticos no tomaban en serio a Faulkner por ser autodidacta.

-Sí, había algo de condescendencia. Es comprensible, porque instintivamente sabían que Faulkner era un genio, pero no creían que pudiera haber aprendido por sí mismo todas las cosas que de hecho tuvo que aprender para transformarse en el escritor que era. Asumían que era difícil y problemático, y consideraban errores algunas cosas que Faulkner había escrito deliberadamente. Él sabía exactamente lo que hacía, porque había leído a JG Frazer, a Freud, etcétera.

-Pero poniéndonos en el lugar de aquellos editores, debía ser complicado trabajar los textos de un escritor que experimentaba con la sintaxis y con el tiempo del relato. Todavía nos resulta difícil como lectores.

-Sí, y no se disculpaba por eso. Decía: “Quiero que mis libros se relean”. Quería ser leído una y otra vez, porque en las primeras páginas pasan cosas que ningún lector puede entender hasta la página 200. Planta lagunas en el texto que no se llenan hasta cientos de páginas después.

-Ahora, la idea de que una novela debía poder ser leída por todo el mundo no sólo tiene una raíz comercial, sino también democrática. ¿El encare de aquellos editores no tiene también que ver con una época y un lugar en los que la alta cultura y la cultura popular no se percibían como tan separadas?

-Creo que Faulkner les planteó más desafíos a los lectores de Estados Unidos que cualquier otro escritor de los años 30. Para tener una idea, Ulises , de Joyce, no se publicó en Estados Unidos hasta los 50 (había copias importadas, claro). Es decir, no se sabía cómo tratar con literatura tan difícil, y muchas veces se la confundía con mala escritura. Para ser justos, Random House es una editorial comercial, y para poder costear las novelas de Faulkner (u otro) tenía que crear un artefacto vendible. No todo lo que hizo Faulkner tuvo éxito comerical, así que fueron benignos al mantenerlo en la editorial.

-Si se publica hoy a un autor así, se lo publicita en un sector específico del mercado.

-Bueno, Random House pudo matener a Faulkner “a flote” gracias a autores que eran bestsellers, como John O’Hara o James Michener. Sacaban dinero de las ganancias de ellos para publicar a Faulkner porque creían en él, en la seriedad de sus libros. Hoy creo que hay menos de ésos, creo que cada autor tiene que ganarse su salario. Me parece tan capitalista...

-¿Cómo se lee hoy a Faulkner en Estados Unidos?

-Es muy leído en las universidades. Se estudia mucho sus “novelas mayores”: Luz de agosto, El sonido y la furia, Mientras agonizo y Absalom, Absalom. Casi la totalidad de los estudiantes de grado se ve forzada a leer alguna de ellas, o alguno de los relatos de Faulkner. Creo que también lo leen los escritores, o por lo menos eso dicen. Creo que todavía es una presencia enorme, en tanto traspasó fronteras impuestas a la literatura comercial en Estados Unidos. Pero no sé si alguien está tratando de continuar su obra. Tal vez Barry Hannah y Eudora Welty, que también eran de Mississippi.