Uruguay y Brasil han tenido históricamente una relación de polinización mutua, siendo el pico de su intercambio cultural (al menos en términos de cultura popular) los años sesenta, tanto por el lado del cine como del musical (pensar en lo escuchados que eran Vinicius de Moraes, Maria Bethânia, o las influencias de la bossa en nuestros músicos más relevantes de ese período, como puede ser el caso de Eduardo Mateo). Luego de las dictaduras compartidas, muchos puentes se dinamitaron, conduciendo a una actualidad en la que parte de ese ida y vuelta se ha reducido notoriamente, siendo redirigidas nuestras referencias culturales a un vínculo parasitario con el universo estrictamente argentino -y casi metódicamente limitándonos a sólo lo peor de dicho país-, perdiéndose mucho de lo producido por el gigante del norte. Las referencias que mantenemos se suelen reducir a alguna visita esporádica de algún músico insigne de dicho país y en lo cinematográfico, sucedáneos violentos de Ciudad de Dios.

A diferencia de muchos eventos de carácter multicultural, en el Cine Fest Brasil sorprendió la importante afluencia de público, sumándole la presencia de algunos de los directores. Tan buenos resultados de taquilla abogan, por cierto, la posibilidad de reediciones de festivales de este tipo, lo cual serviría como forma de volver a levantar muchos de los puentes que anteriormente habían sido destruidos.

No sólo de bossa vive el hombre

Aprovechando la temática de la exportación cultural brasileña, cabría mencionar, entre las películas que formaron parte del festival, los documentales Beyond Ipanema (Guto Barra, 2009) y DZI Croquettes (Raphael Álvares, Tatiana Issa, 2009). El primero funciona como una película sobre la influencia que tuvo la música brasileña en el resto de los países (pero fundamentalmente en Estados Unidos) desde sus comienzos hasta nuestros días. La labor arqueológica es más amplia que profunda, funcionando más como una plataforma hacia muchos músicos que un público foráneo quizás no maneje, que como un análisis exhaustivo sobre su cultura y las condiciones de producción de ésta. En este sentido, resulta mucho más rica la película El hombre que embotellaba nubes (Lirio Ferreira, 2008), en la que, a partir de la figura de un Humberto Texeira, se analizaba la relación del bailão con la cultura nordestina, pero ampliando muchas veces el lente para otras producciones, realidades y subjetividad de Brasil. Sin embargo, ante aviso no hay engaño, y quizás exigirle a una película como Beyond Ipanema más rigurosidad en lo referente a lo local podría ser algo mezquino, considerando que es un documental cuyo foco está localizado más bien en la forma en que lo foráneo incorporó lo brasileño, por lo que las voces son más bien lideradas por músicos como David Byrne, Devendra Banhart, MIA y Creed Taylor, entre otros. Es una lástima la omisión de la reproducción de ciertas canciones a las que se hace referencia -o en una suerte de incómodo re-enactment- como es el caso de “Garota de Ipanema” (me aventuro a decir que debe de haber sido por algún problema de derechos de autor).

La otra película de interesantísima factura es DZI Croquettes, film que goza de la reputación de ser el documental más premiado en la historia del cine brasileño, y que se centra sobre un colectivo de performers homosexuales que incorporaron los elementos más estrambóticos e ideológicos del grupo de San Francisco The Cockettes y los fundieron con elementos propios de la cultura brasileña, transformándose en un hito contracultural en los turbulentos tiempos de dictadura. Lamentablemente la hora fijada para dicha película fue cambiada por la organización por un problema de subtítulos, lo que terminó por imposibilitar el confirmar -o no- sus preanunciadas virtudes.

Tiros y cuentos

En lo que se refiere a imaginería popular sobre el cine brasileño, quizás la película que se asemeje más a lo que ha ido pasando por carteleras uruguayas en los últimos años, sea Salve Geral (Sérgio Razende), película que narra el peligroso acercamiento de una madre pianista y abogada a una organización de presos para intermediar por el bienestar de Rafa, su hijo recientemente condenado, luego de una malaventurada muerte en un encuentro clandestino de auto-tuning. Las escaladas de violencia se esparcen a lo largo del film, generalmente convertidas en súbitas explosiones cortas de este registro, en forma de oleadas. En algunos momentos la película parecería ir en piloto automático, sobre todo en la construcción de algunos personajes demasiado conocidos, pero es justamente en este punto donde por momentos emergen ciertos matices que hacen a la película un poco más interesante. Salve Geral en algunos puntos tiene ciertos contenidos que lo sostienen ligeramente por fuera de un cine de género, a la vez que cierta coherencia narrativa que permite que fluya bien la tensión dentro del mismo.

El contador de historias (Luiz Villaça, 2009) también habla sobre la criminalidad y el despojo en que se encuentra una parte importante de la población infantil en Brasil, pero jugando en el ida y vuelta de la cruda realidad y la construcción fantasiosa de un niño para sobrellevar ese mundo. Maria de Medeiros es una persona hipnotizadora en su fisonomía y su papel de educadora de Roberto Carlos, el infanto juvenil, lo lleva con naturalidad y holgura. Aun teniendo buenos momentos y escenas muy plásticas, la película se asemeja demasiado a ese tipo de cine de maestro-estudiante (con la clásica actitud reacia del segundo a los comienzos del film) y no llega a decir mucho más de lo que todos ya escuchamos cinco o diez veces.

La historia oficial

Finalmente tenemos tres películas que, de cierto modo, tienen un particular espacio de inscripción dentro de lo que es la historia política brasileña. Éstas son: Ojos azules (José Joffily, 2009), El bien amado (Guel Arraes, 2010) y Tiempos de paz (Daniel Filho, 2009). La primera es posiblemente la menos brasileña de las tres, siendo una película muy de tiempos de Obama, en donde se intenta problematizar algunos de los excesos cometidos en el período anterior (en este caso, la severidad rayando en el sadismo de las políticas migratorias de dicho país). Siendo una coproducción con Estados Unidos, Ojos azules se centra en Marshall, un ex inspector de aduanas que intenta reconocer inmigrantes ilegales que intentan llegar a Estados Unidos. Desde el comienzo la película se articula entre presente y pasado a base de dos historias paralelas narradas en tiempos diferentes: la salida de Marshall de una prisión, y su viaje a Brasil en busca de la hija de una persona fallecida en parte por culpa suya, y la historia de aquel acontecimiento que lo llevó a tal posición. En este sentido la película es sumamente ambiciosa: el manejo de dos tiempos alternantes, uno como road trip decadente, y el otro como novela coral, centrándose en los aconteceres de una serie de latinos detenidos. Además de algunos diálogos excesivamente acartonados y una actuación por momentos irregular de todo el elenco, la película parece traicionarse éticamente a sí misma, partiendo de una especie de crítica hacia los estereotipos culturales que generan una particular cultura de violencia, pero volviéndose de por sí bastante estereotipada cuando se relata el viaje de Marshall por Brasil.

El bien amado es una película bastante particular, básicamente por el registro cómico y estrambótico con que lleva una historia -ya contada en una legendaria telenovela- que, de una forma intrincada, termina actuando como precuela inesperada de lo que sería el golpe militar en Brasil. La película es una comedia de enredos en su tono más delirantemente almodovariano, en la cual el intendente Odorico Paraguaçu intenta quedar en la posteridad del pueblo tras la construcción de un importante cementerio. El único problema es que, ya construido el cementerio, no se registran muertes, por lo que la distracción popular se va perdiendo, al tiempo que es aprovechada por el líder de la oposición. Con una estética demarcadamente kitsch, la película siempre se sostiene en actuaciones exageradas (con algunos aspectos de teatro de revista) que sin embargo mantienen cierta coherencia interna con el tono general del film. Finalmente, Tiempos de paz fue posiblemente la película diferente del festival. Ganadora del premio del público, la película de Daniel Filho habla de los cambios de mando luego de la Segunda Guerra Mundial, en que se libera a muchos integrantes de movimientos de izquierda que fueron torturados durante dicho cambiante período político. Sin embargo, lo verdaderamente interesante va más allá de lo político y se centra en la diferencia de lenguajes (el alemán del extranjero que es detenido por un ex torturador brasileño), que en realidad se alternan y espejan entre el lenguaje teatral y estrictamente cinematográfico.

Se podría decir que la factura final del primer Cine Fest Brasilero fue una selección de películas con más oficio que arte y con más presupuesto que originalidad, aun así muchas de ellas lo suficientemente entretenidas para generar un cierto recambio de público. Más allá de esto, los puentes siguen abiertos, y habrá que ver lo que viene en una próxima edición.