La noticia del fallecimiento a los 66 años de José El Sabalero Carbajal fue, como no podía ser de otra forma para el autor de “La muerte”, súbita e inesperada. Un ataque al corazón terminó con la vida de este compositor de Juan Lacaze en su casa en Villa Argentina, que Carbajal confesaba, en una entrevista para el diario Clarín, haber podido comprar gracias a las regalías obtenidas por la versión que Soledad Pastorutti había hecho de “A mi gente”. Resulta extraño que alguien cuyas canciones fueron entonadas por miles de uruguayos en recitales, fogones, borracheras y escuelas haya dependido de una revoleadora de ponchos argentina para tener una casa en su país, pero la fama es algo muy paradójico para los orientales.
Autor de decenas de canciones que definen tal vez mejor que casi nadie el concepto de lo uruguayo, musicalmente El Sabalero era un género de una sola persona; su música es -a pesar de su coherencia sonora que la hace inmediatamente reconocible- una extraña mezcla de influencias folclóricas argentinas, mexicanas y montevideanas -con poco y nada del folclore uruguayo tradicional y más amiga del candombe, la chamarrita y la murga que de la milonga-, además de varios elementos de las canciones pop de las décadas del 60 y 70 que permitieron que algunos de sus temas -en su propia voz o en la de personajes populares como Leonardo Favio- fueran éxitos en toda América Latina. No menos personal que sus melodías era su interpretación vocal, que combinaba fragmentos hablados con cantados sin reservarles a los primeros los espacios propios del recitado folclórico, así como su lírica, plena de expresiones propias del interior costero pero desprovista de alocuciones rurales, trabajada con un cuidado formal no siempre evidente por su tono conversacional, pero que demostraba un dominio del lenguaje propio de alguien que leía autores como Faulkner desde su adolescencia. Pero tal vez lo más distintivo de su obra dentro de la frecuente solemnidad y oscuridad que caracteriza -para bien o mal- a la música uruguaya de su tiempo sea la extraordinaria vitalidad y hasta alegría que irradian sus canciones, independientemente de la profundidad o urgencia de los temas que tratara. El centro de canciones como “A mi gente” o “La flota” pueden ser cuestiones tan dramáticas como la pobreza o el exilio político, pero la energía de la interpretación -así como el rescate de elementos festivos dentro de lo trágico- siempre se sobrepone a la posible pena que las originaron.
Tal vez un ejemplo perfecto de esta característica insular de Carbajal es su conocido candombe “Borracho pero con flores”, que trata del mismo tema de “La flota”. A diferencia de las numerosas canciones de otros compositores exiliados, “Borracho pero con flores” es toda fiesta y entusiasmo, exhalando una alegría vital que no esquiva la melancolía de la distancia, pero que no deja que ésta sobrepase el simple disfrute de los placeres de estar vivo. A su manera, “Borracho pero con flores” reproduce el espíritu negador de “La muerte”, desdramatizando la posibilidad o la realidad de lo trágico y sustituyéndola por una euforia rebelde y negadora. La misma que Carbajal ponía en escena físicamente en cada uno de sus idiosincráticos recitales.
Maestro del “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, El Sabalero hizo a miles de uruguayos que jamás pisaron Juan Lacaze ni Villa Pancha emocionarse con sus descripciones de esos parajes, descripciones que su autor reconoció en ocasiones que tenían mucho de imaginarias, pero que no por eso dejaban de ser a su manera profundamente reales y palpables.
Carbajal pasó buena parte de su carrera en el exterior, expulsado primero por las dictaduras rioplatenses y luego por el franquismo, hasta recalar en Holanda, país que convirtió en su segunda casa y extrañamente relacionado también con uno de los escasos músicos en cuya obra es sensible la influencia del coloniense, Jaime Roos. Allí fue también donde compuso algunos de sus temas más conocidos. Este ciclo compositivo terminó casi por completo con la edición en 1984 del formidable “La muerte”, tras la cual se dedicó -según él por exceso de autocrítica y pereza- a reversionar sus viejos temas u otros de autoría ajena. En cierta forma, y así lo declaraba, su obra estaba completa con esa colección de canciones -“A mi gente”, “No te vayas nunca compañera”, “Chiquillada”, “Angelitos”, “La sencillita”, “Borracho pero con flores”- que a pesar de ser estrictamente personales consiguieron el raro efecto de volverse temas tradicionales estando su autor aún con vida. La propia apreciación del poder de sus composiciones y su apropiación popular lo llevó a montar un espectáculo -La historia de mis canciones- en el que repasaba la génesis de esas composiciones que de alguna forma habían dejado de ser suyas para ser un patrimonio colectivo.
A su regreso a Uruguay en 1984, El Sabalero ocupó un lugar destacado dentro del entonces exitoso canto popular, pero ese lugar siempre fue un poco incómodo por la distancia que guardaba Carbajal de los compromisos partidarios -siempre se declaró como un anarquista que se negaba a votar al FA por estar éste dirigido por un militar (en tiempos de Seregni, obviamente)-, y por su ética profesional que consideraba que la música no era algo para estar regalando por cualquier motivo. Sin embargo, era difícil correr por izquierda a este coloniense que, a diferencia de muchos de sus críticos por motivos políticos, tenía en su currículum un auténtico pasado de obrero textil que sacaba a relucir en sus discusiones con músicos comprometidos de origen más intelectual. Al cierre de esta edición aún no se tenían noticias sobre su velatorio, ya que se esperaba la decisión de su esposa en Holanda, pero cabe suponer que serán muy numerosos los que querrán asistir a despedirse, aunque nunca tantos como los que entonaron con voz más o menos aguardentosa “A mi gente” o “Borracho pero con flores” en casi todas las esquinas de Uruguay. Después de especular, en forma más peleadora que metafísica, acerca de los designios de esa muerte a la que venía puteando desde hace décadas, Carbajal ahora tiene las respuestas a esas incógnitas, algo que, como decía su canción, ya lo sabremos después.