El agujero negro de la risa

Como parte de su visita a Uruguay, La Ribot dictará un taller sobre la risa en el teatro Solís, hoy de 12.00 a 19.00, una charla en el Centro Cultural de España (CCE), hoy a las 19.30, y presentará dos de sus creaciones, Llámame Mariachi (LM), mañana a las 21.00 en la sala Zavala Muniz, y Laughing Hole, una performance abierta en la sala de conferencias del teatro Solís , el miércoles de 18.00 a 23.00 (sí, insume cinco horas). Laughting Hole (2006), explicó La Ribot a la diaria, fue creada para la feria de Basilea en Suiza, no para una sala ni un teatro. Habla de tres temas políticos y se desarrolla mientras las tres intérpretes pegan en la pared los fragmentos de un texto que está desplegado en cartones en el piso, al tiempo que lo van develando: se trata de la operación ideológica que rodea a la cárcel ilegal de Guantánamo. Paulatinamente, los cuerpos de los performers se van ablandando por la risa. Las consignas escritas en los cartones dicen cosas como: “tu muerte”, “muérete allí”, “mi Guantánamo”, “agujero brutal, mi agujero caca brutal”, “espectador de mierda”, “fuck me gently”, “especulador cuarentón”, “se venden inmigrantes”. ¿Por qué Guantánamo? “Guantánamo engloba toda la política norteamericana de la época de Bush y todavía existe. Es un agujero donde se pierde la gente ilegal, es algo repugnante. Pero también aparecen en la obra palabras como ‘madre’, ‘extranjera’, ‘cuarentona’, que son cosas referidas a mí. Y otras que hablan del acto que se va a hacer como nosotros, riendo, cayendo, ocupando el espacio, que pueden ser interpretadas de diversas maneras y se combinan. No deja de ser una referencia a algo terrible, a los desaparecidos en las guerras pero también los de la vida y no sólo a los norteamericanos, sino a los de Latinoamérica. Hay muchos otros guantánamos”. Al respecto, el crítico Jaime Conde Salazar escribió: “Así que de nuevo la risa incontrolada vuelve a ser una reacción pertinente ante la banalidad de quienes exterminan la vida en el planeta. Pero quizás la risa inagotable tenga más implicaciones políticas que el sarcasmo y la amargura. […] Reír para hacer frente a la mediocridad estúpida de alcance global. Ante los criminales banales, reír y celebrar desde el cuerpo, desde un cuerpo ablandado por la carcajada, poroso, capaz de confundirse con otros cuerpos. Reír hasta caer agotados. Reír hasta que Guantánamo deje de ser una posibilidad. Quizás ahí esté la gran propuesta política de Laughting Hole”. Llámame Mariachi (2009) ha sido calificado como su trabajo más radical y ambicioso respecto al tratamiento de la danza, la cámara y la escena. Sobre esta obra, La Ribot dijo a la diaria que “es el resultado de una investigación de diez años sobre la cámara de video, es una posible experiencia del cuerpo bailando, cómo el espacio se percibe desde la mirada del cuerpo. Tiene un plano secuencia de 25 minutos que es lo más ambicioso de esta investigación”.

En la breve reseña de La Ribot (también conocida como La Ribotova) que acompaña su presentación en el Solís nos enteramos de que es madrileña, que sus propósitos se caracterizan por el humor y la excentricidad y cuestionan la economía del espectáculo y el mercado del arte como función del artista. También de que residió en Londres durante siete años, en Ginebra, Suiza, y que ha realizado colaboraciones con distintas artistas incluyendo la legendaria bailaora española Cristina Hoyos.

Para ubicarla en el complejo mapa del universo coreográfico y en la historia de la danza-espectáculo podríamos agregar que, así como el colectivo artístico estadounidense de la Judson Church generó acciones que cambiaron las formas de producción y de percepción de la danza en la década del 60, La Ribot, al igual que otros coreógrafos contemporáneos como Jerome Bel y Josef Nadj, retoma las preguntas formuladas en esa época y lleva este arte a nuevas instancias: concretamente reacciona contra cualquier tipo de mandato, critica la representación (en el entendido de que es una doble ausencia, ya que si interpreto a Madame Bovary, no estoy yo ni está Madame Bovary), la figura del autor, la kinestesia de la modernidad (que habla de un ser para el movimiento) y las instituciones.

Si en los orígenes (en los siglos XVII y XVIII) la danza-espectáculo copiaba a la naturaleza y a la palabra, entendía la representación como mímesis (imitación) y al cuerpo como algo fuera de uno mismo (parte de la naturaleza), y luego de la mano del romanticismo se ubicó en un territorio de la sensibilidad paralelo a la razón, signado por lo bello, lo sublime, la imaginación, lo pintoresco, y el cuerpo intentó de diferentes maneras evaporarse, La Ribot se encuentra en el extremo opuesto de esta gran narración de la historia del arte.

La crítica especializada no siempre tiene una idea clara de cómo catalogarla. ¿Es una performer o una bailarina? Y, en todo caso, ¿eso importa?, se preguntan la crítica Sara Wolf y el artista performático Ron Athey en una nota publicada en la revista LA Weekly. Athey sostiene que el trabajo de La Ribot regresa a los orígenes no teatrales de la performance en los años 60, mientras que Wolf la ve como una coreógrafa que incorpora video y performance a su solo. En uno de los puntos más interesantes de esa nota, Athey le recrimina a Wolf considerar que cada uno de los movimientos de una bailarina es danza. “That’s bullshit” (qué disparate), le dice directamente, y agrega que el género fue dejado atrás.

La Ribot trabaja con mujeres y ha dicho que ésa es una forma de feminismo sin militancia. Sus intereses pasan por la presencia de una comunidad, lo vivo, lo compartido. En una entrevista publicada en El País de Madrid, la artista mencionaba que pretende “hacer un trabajo autónomo, autóctono, como si yo fuera un territorio fértil, y libre, como si estuviera presa, llena de códigos, formatos, marcos y reglas que cumplir. Sólo me interesa el ejercicio de la libertad y la práctica del humor. Me parece que el trabajo y la vida se complican en vez de simplificarse, y estas prácticas son fundamentales, y moverme de un espacio a otro me enriquece, nunca pierdo el tiempo de cavar y me quedo en la superficie, pero forma parte del trabajo”.

También de ese artículo se desprende que la danza es su punto de partida, su interés más natural, y que el live art inglés, el arte escénico y visual son cosas que suman y no sustituyen, formas de pensar el espacio, de medir el suelo y observar los objetos, entre otras cosas, que le permiten desarrollar su mirada personal.

María Vela Zanetti la definió como “una mujer de extremos” que “tiene lo que hay que tener”, y le atribuyó una disposición “genética para las charadas sociales”, así como un gusto extravagante pero delicado. Ella apuntó algo que tiene que ver con la esencia de la danza contemporánea: el cuerpo de La Ribot -y el desnudo es una constante en sus obras- “está al servicio de una idea, o de varias”, pero se trata de una idea que está en los espectadores. “La Ribot tiene la generosidad, y por qué no decirlo, el narcisismo, de ser el alargador, el cable, el hilo que pone en circulación una corriente de altísimo voltaje. […] Uno se engancha con ella para siempre de una manera fatal y alegremente suicida”, escribió.

En cuanto a la propia Ribot, así define su quehacer: “Invito y propongo vivir una experiencia donde el espacio y el tiempo, los pensamientos individuales y colectivos, están en continuo movimiento, escapándose y permaneciendo simultáneamente allí en nuestros cuerpos y nuestras mentes sin dirección y sin imposiciones concretas”.

Acto vivo

Consultada por la diaria, La Ribot mencionó que le interesa el arte en vivo (no los objetos), el poder de convocatoria, la tensión que se genera en esas instancias, cómo medimos el tiempo y qué valor le damos al acto de presentar algo en vivo. “Ésa es una cuestión complicada por todo lo virtual, la facilidad del acceso a internet, y me lleva a preguntarme ¿cuál es el valor de lo vivo? Yo no sé cuál es la respuesta, pero hay que pensarlo, reflexionarlo y cuestionarlo. Me sigue impresionando el acto de concentración respecto a algo en vivo, a esa ceremonia de organización para que algo ocurra. Puede haber toda una logística para que un plano secuencia se haga, pero sigue dependiendo de lo vivo. No me interesa el video en particular, sino cómo puedo utilizarlo como testimonio de ese acto vivo”, dijo.

“Me interesa el acto de estar en el juego, de bailar, de defender las ideas con el cuerpo, me intereso mucho en eso. Es mucho más interesante que hacer un objeto que quede en una galería”, agregó.

Como todos los artistas que tironean de los límites y desdibujan los géneros, La Ribot tiene sus detractores: espectadores que salen de sus espectáculos reclamando el dinero de la entrada, indignados o sencillamente desconcertados; críticos que, como Roger Salas, se preguntan por qué La Ribot no se arma de valor y baila de una buena vez (Salas también apunta que la danza contemporánea española se debate entre mirarse el ombligo e imitar a los cangrejos) e incluso adolescentes que parodian sus performances en youtube con una Barbie a la que embadurnan con ajo, aceite y tomate tal como La Ribot hizo consigo misma en una de sus piezas.

Una de las tantas curiosidades que produjo La Ribot son sus 34 Piezas distinguidas, muchas de las cuales vendió como si fueran objetos de arte visual: cada vez que las realiza da a conocer el nombre del distinguido comprador, una forma de poner en entredicho lo efímero de la danza y la performance. Su visita a Uruguay es una oportunidad imperdible de verla en acción.