-Sos matemático. ¿Cuál es tu formación?

-Arranqué en la Facultad de Ingeniería, donde cursé dos o tres años, y me puse a dar clases muy joven. Mi vocación era ser ingeniero electrónico, pero siempre me fascinaron las matemáticas. Arranqué en 1979, con 20 años, en un liceo privado y en uno público. Como la dictadura había expulsado a gran parte de una notable generación de docentes, en ese momento se necesitaban muchos profesores y por eso entraba cualquiera. Después me enteré de que existía la Licenciatura en Matemáticas, pero no funcionaba del todo porque todos los matemáticos habían emigrado y no se hacía investigación. Igual me embalé y cambié la ingeniería por la licenciatura. A partir de 1985 volvieron los matemáticos y la carrera se armó en serio. La terminé e hice la maestría. A partir de entonces mi carrera académica me llevó a Venezuela, Argentina y Brasil, me dio la oportunidad de viajar y conocer.

-¿Qué instrumento tocás?

-Algo la guitarra. Cuando estaba en sexto de escuela armamos un grupo con amigos con el que tocábamos “porteñada” y Creedence [Clearwater Revival]. Yo era el peor de todos. Hace unos años retomé la guitarra y me puse a estudiar con Pablo Traberzo, pero sólo para tratar de entender un poco más. Por ejemplo, yo podía sentir un solo de blues, pero también quería entender el grado de dificultad… Me ha servido porque ahora tengo más oído.

-¿Desde qué lugar viviste la historia que contás en el libro?

-Viví los 70, en los 60 era muy niño. Y los viví como fan, enterándome de lo que pasaba acá gracias a alguna radio que emboqué de casualidad y al suplemento “La nueva gente”, que empezó a salir con el diario El Día y le dio mucha manija al movimiento del rock. Empecé a ir a recitales y a comprarme algún disco cuando podía. Mucho tiempo después escuché a Los Mockers y Los Shakers; de la existencia de El Kinto me enteré cuando editó Musicasión 4 y ½.

-¿Por qué el libro comienza la cronología en los 60?

-La idea original era hacerlo sobre los 70. Después pensé que debía empezar con los antecedentes y por eso terminé arrancando en el principio, que fue la parte que me dio más trabajo. De los 70 tenía idea de a quién entrevistar, tanto músicos como comunicadores, más allá de que muchos estuvieran fuera del país. De los 60 no tenía idea y, por otro lado, era mucho más complicado ajustar fechas.

-Tal vez las matemáticas y el libro se unen en esa obsesión por el dato.

-Quizá la formación matemática -al no tener formación como historiador ni como periodista- me permitió ser más estructurado y cuidadoso a la hora de llevar a cabo la investigación histórica.

-Gran parte del libro se apoya en testimonios en los que la memoria puede fallar y los datos quedan flotando. ¿Cómo lidiaste con eso?

-Fui a la Biblioteca Nacional y revisé todas las publicaciones -diarios, semanarios, etcétera- que habían aparecido desde finales de los 50 hasta 1974. De este modo me afirmé un poco. Después, con cosas que surgían de casualidad. Por ejemplo, Dino hablando de Los Gatos te decía: “En el 61 ya estábamos”, y después: “No, en el 65 arrancamos”, y tenías que verificarlo. Un día estaba hablando con el escritor Napoleón Baccino, que frecuentaba los primeros ensayos de Los Gatos, y se acordaba perfectamente de que ensayaban en Radio Ariel y que un día, camino al ensayo, al pasar por la puerta del diario El Día, le llamó mucho la atención el cartel que anunciaba el asesinato de John F Kennedy. Eso fue en noviembre de 1963, así que, junto con otras declaraciones que aportaban en el mismo sentido, llegué a la conclusión de que para mediados de ese año Los Gatos ya estaban en marcha. Los 70 me resultaron mucho más fáciles porque los viví: si, por ejemplo, venía un integrante de TOTEM y me decía que habían hecho tal o cual canción antes que “Samba pa’ ti”, de Santana, ya sabía que no era así.

-En la contratapa del libro dice: “Casi todos los profesionales de los medios de comunicación que han estado vinculados al rock uruguayo, tarde o temprano, han jugado con la idea de realizar un libro que contara la historia de ese movimiento musical, sus comienzos y su desarrollo”. ¿Cómo nació en vos la idea y por qué pensás que no se había hecho antes?

-Eso lo dice la editorial. Yo estaba totalmente por fuera, no conocía periodistas ni músicos y nunca se me había ocurrido meterme a hacer un libro de este tipo. Se definió la idea después de leer Razones locas, el libro sobre Eduardo Mateo, y luego de que me pasara mucho tiempo contándoles anécdotas de los 70 a mis compañeros matemáticos, quienes al tiempo me empezaron a dar manija para que escribiera el libro: “Dale, escribí el libro, que no hay nada de eso”, me decían. Y no había nada: la colección de cedés de la revista Posdata apareció en 1997. Otro factor importantísimo fue el tiempo, porque cuanto más esperara más difícil sería, ya que muchos nos iban dejando físicamente. Entonces me armé unos esquemas y arranqué para la biblioteca y a hacer entrevistas. Al mismo tiempo, me dediqué a conseguir fotos y las discografías. No era coleccionista, así que algunos discos los conocía, pero no los tenía todos. Mi obsesión -si se le puede llamar así- era que toda esa gran movida no quedara condenada al olvido. Con respecto a por qué no se había hecho antes, sinceramente no lo sé. Ángel Atienza también tenía la idea y había otro proyecto en 1987, de Rodolfo Fuentes y Enrique Pereyra, que quedó trunco. Incluso llegaron a sacar un vinilo recopilatorio que contenía un librillo [Rock nacional 1971/1976, Sondor, 1987].

-¿Qué puertas se abrieron para vos después de De las cuevas al Solís? Porque seguramente tu historia con el rock uruguayo no se cierra con el libro.

-Yo pensaba que sí; además, terminé agotado. Me era más que suficiente con la repercusión que tuvo, pero quedé enganchado. Me puse a estudiar el rock posdictadura y fueron surgiendo un montón de cosas que no esperaba. Desde 2005 integro el jurado de los premios Graffiti, en los que ya había recibido una mención especial. En 2006 edité junto con Gabriel Peveroni Rock que me hiciste mal, un proyecto planteado por Banda Oriental. Luego vino la invitación del Centro Cultural de España [CCE] para realizar la curaduría y el catálogo de una exposición que batió récords, con 12.000 visitantes. Otra experiencia interesante fue participar en el Congreso Latinoamericano de Rock organizado por la Universidad de Santa Fe, en Argentina.

-¿Y lo de la Escuela Universitaria de Música [EUM]?

-Ésa fue la última gran sorpresa. Hace un par de años Marita Fornaro, la directora de la EUM, me preguntó si me interesaba dar un curso sobre la historia del rock uruguayo. Es una propuesta que tiene que ver con la apertura del ámbito académico hacia la música popular, en la cual, por ejemplo, hay historia del jazz y gente como Popo Romano da clases de bajo eléctrico, entre otras actividades. Se estableció como curso optativo de un semestre.

-Y todo esto después de que las editoriales establecidas te rechazaran el libro... ¿Qué te dijeron?

-A mí no tanto, porque soy muy tímido y no conocía a nadie. A pesar de ya haber hecho bastantes entrevistas, no me animaba, pero mucha gente me ayudó. Decían que no les interesaba, que no era el perfil de la editorial o que no, directamente. Recuerdo que cuando me entregaron el premio Bartolomé Hidalgo en la categoría Revelación -que entrega la Cámara Uruguaya del Libro-, la persona que me lo entregó me dijo: “Reconozco que me había equivocado”. Además, hubo una fundación importante que lo estuvo por editar -yo estaba convencido de que eso sucedería-, lo tuvo encajonado un año y al final dijo que no.

-¿Fue entonces que aparecieron Perro Andaluz, Ángel Atienza y Rodolfo Fuentes?

-Sí, aunque antes, mientras salía la colección de Posdata, había estado en contacto con Eduardo Roland -creo que fue el que le comentó a Atienza-, y Peveroni también me había dado una mano presentando el proyecto en editoriales. Después de todo eso Ángel me comunicó que Perro Andaluz editaría el proyecto. Rodolfo Fuentes se encargó del diseño y fue el responsable de algo que yo nunca me había imaginado: poner tantas fotos en cada página. A raíz de eso decidimos hacer dos tomos, porque iba a ser un libro gigante. Además, la partición era muy razonable: terminaban los 60 y los nuevos grupos más vinculados a la movida psicodélica o más rock propiamente dicho, no tanto el beat, ya empezaban a cambiar.

-Hay 70 entrevistas y cientos de anécdotas… ¿Cuáles no podés dejar de contar en un asado?

-A mí me daba mucha vergüenza llamar por teléfono para hacer las entrevistas. Me habían dicho que no me iban a dar bola, entonces le pedía a mi esposa que llamara. Creo que uno de los primeros fue Dino [Gastón Ciarlo], que de primera dijo: “Vengan los dos el domingo a casa que los esperamos con ravioles caseros”. Fuimos, pasamos un día impresionante -te hablo de 1997-, y a partir de eso surgió una amistad, como que nos conociéramos de toda la vida. Después, muchos músicos estaban en España y no había manera de encontrar teléfonos de nadie. Justo en el 97 tuve la posibilidad de viajar por el básquetbol a Helsinki, pasé por España y tuve la oportunidad de conocer a Hamlet Faux, a Estaban Leiva, al Flaco Barral, a la gente de Psiglo, y después llamaba desde acá. Cuando llamé a Ruben Melogno -uno de mis ídolos de la adolescencia-, hablé casi 45 minutos y estaba tan nervioso que me quedé mudo, con una afonía que no podía hablar. La otra es con el Flaco Barral, a quien por el 72 le decían “el abuelo” y era el paradigma del hippie, con los pelos hasta la cintura, siempre en la feria de artesanos, con un hablar muy montevideano, casi cansino, y cuando lo llamé por teléfono para entrevistarlo me atendió un gallegazo con un acento que no podía creer que fuera él.

-¿Qué significa reeditar? ¿Haber tenido razón?

-Sí. Y la posibilidad de cambiarlo, corregirlo y mejorarlo en lo posible, desde nombres mal escritos hasta omisiones, porque en 2003 -después de que salió el primer tomo- tuvimos la suerte de recibir llamadas y e-mails de todo tipo felicitándonos, apoyándonos, porque estaba el desafío de sacar el segundo tomo -que cumplimos-, y también aportando información, detalles, información sobre grupos que yo no tenía. Al mismo tiempo, con el avance del acceso a la información pude acceder a datos que en aquel momento no había manera de conseguir, y aparecieron muchas mas fotos.

-¿El segundo tomo también está agotado?

-Sí.

-¿Ya hay fecha de reedición?

-Hay que esperar. Habría que hacer el mismo trabajo de corrección y ampliación fotográfica, etcétera. Dejame salir de éste...

-Es que en realidad hay gente que está esperando el tercer tomo. O mejor, que completes la historia hasta hoy.

-Me acerqué un poco más con el libro Rock que me hiciste mal y con la exposición en el CCE, y me vinieron ganas. Me puse a estudiar la época, pero todavía no hice una investigación. Te estoy hablando de la era del disco en vinilo, no entramos en la época del cedé. Tengo gran parte de la discografía, pero me puse a estudiar cosas que quizás había escuchado por arriba. Sería conveniente que fuera un trabajo más en equipo, pero hay mucho por definir aún.

-¿Por qué pensás que hay que conocer esta historia?

-Creo que está bueno ver los hallazgos estéticos que se daban por primera vez. Fue una etapa de mucha efervescencia en la que hubo fusiones por primera vez: el beat o rock con el candombe, la milonga, la murga y el jazz. Es importante para no estar arrancando siempre de cero; no es que lo vayas a tomar como referencia para seguir ese mismo camino, pero creo que es importante tener idea de esas raíces, ver lo que se pudo hacer con las terribles dificultades técnicas de la época.

-El sábado es la presentación en la sala Zitarrosa. ¿Quiénes van a estar?

-El maestro de ceremonias va ser Christian Font. El show lo van a abrir Los Rodnos -Sondor al revés, la etiqueta que se les ponía a los demos de la época-, un grupo de gente joven que hace temas de la década del 60. Van a estar Jorge Galemire, Urbano Moraes y Pablo Traberzo Trío, y cierra Dino haciendo rock’n’roll y rhythm and blues con Pablo Traberzo Trío. Puede haber alguna sorpresa más que todavía no está confirmada. La cita es a las 21.00, con entrada libre.