Larry Clark nació en Tulsa (Oklahoma, EEUU) en 1943. Luego de trabajar como asistente de su madre, una fotógrafa de barrio, comienza a fotografiar a sus amigos y la vida cotidiana de su grupo de pares de su ciudad natal. Sus primeras fotos recuperan algo del aire a veces turbio de la juventud de su entorno: las calles, la exploración sexual o el mundo de las drogas pueblan publicaciones como Tulsa (1971), Teenager Lust (1982) o The Perferct Childhood (1992), que fueron inspiración para algunos cineastas como Martin Scorsese en Taxi Diver o Gus Van Sant en Dugstore Cowboy.

Instalado en Nueva York, consolida su estilo fotográfico a través de una mirada profunda a los cuerpos de una población marginada, pero tratando de escapar del cliché de las apariencias mórbidas o miserables en las que solían ser retratados. Clark se admitía deudor de Caravaggio y sus cuerpos de marginales convertidos en personajes bíblicos y de cierto sonambulismo de Botticcelli. Con una más reciente carrera cinematográfica (Kiss, Another Day in Paradise, Bully o Wassup Rockers) Clark, a sus 67 años, es un reputado artista que hasta ahora había expuesto innumerables veces su trabajo sin ser prohibido, incluso hace poco más de un año en la Maison Européenne de la Photographie, en la misma ciudad de París.

Triple X

El viernes 8 de octubre y los días que siguieron a la apertura de la reciente retrospectiva de Clark en París recibieron más concurrencia de la habitual: un día antes de su apertura la Municipalidad de París había anunciado su prohibición a menores de 18 años. Uno puede presumir que la proscripción, más la indignación manifestada por algunos medios de prensa locales con la Municipalidad (incluida la portada completa del conocido diario francés Libération con una de las fotos más “provocadoras” de la muestra, bajo el título “Larry Clark censuré”), tuvieron el efecto de una calculada publicidad. De todas formas, la censura generó polémica y perplejidad, obligando a los responsables del museo (administrado por una municipalidad de izquierda) a rendir cuentas públicamente. Aquellos que concurren a la exposición en busca de las imágenes “escandalosas” (e incluso de “pornografía” o “pedofilia”), no encontrarán más que una vasta recopilación del meticuloso trabajo fotográfico de Larry Clark, pero nada más violento ni sexualmente explícito que lo que cualquier menor de edad puede encontrar en el televisor o en el kiosco de revistas.

¿Cuál es la explicación entonces de esta nueva y sorprendente censura? Ante la acusación de “señal regresiva y retrógrada” por parte de la Liga de los derechos del hombre, la Municipalidad debió explicarse. Según el responsable de Cultura, Christophe Girard, la prohibición es sólo una medida preventiva ante el riesgo legal en el que caía la Municipalidad por algunas fotografías “chocantes”, sobre todo aquellas ligadas a la “toxicomanía”. El museo se negó a imprimir una versión del catálogo de la exposición, y sólo es vendido el catálogo realizado por la fundación de Clark, bajo la protección de un estuche cerrado y una advertencia.
Preocupa a algunos el posible mal ejemplo que el museo estatal da a las galerías y pequeños museos de arte contemporáneo de la ciudad. También implica una cierta justificación de las organizaciones reaccionarias como La Mouette, que se han encargado de perseguir exposiciones de artistas contemporáneos con el argumento de que ponen a disposición de la población menor de edad “mensajes violentos, pornográficos o contrarios a la dignidad”.

Larry Clark se encontraba en París cuando se levantó la polémica, que además de preparar su muestra debía presentar una retrospectiva cinematográfica realizada por la Cinemateca Francesa. El artista se mostró enormemente sorprendido ante la noticia, sobre todo porque las fotos expuestas ya habían sido mostradas en la ciudad e incluso aquéllas más perturbadoras fueron compradas por la Biblioteca Nacional. Respecto a las acusaciones de pedofilia, opinó que “trabajar sobre la representación de los jóvenes y obviar completamente su sexualidad resulta estúpido”.

Clark cree que la censura no es sino un ataque hacia la juventud, hacia la adolescencia. “Esas fotos son para ellos. Sé por experiencia que cuando las ven llegan a decir: ‘Mira, exactamente mi vida’. Prohibir a las personas de 16 o 17 años venir aquí y reconocerse es ridículo. ¿Qué se les propone en lugar de venir a un museo a verse? Quedarse en sus casas o en internet: ahí sí verán pornografía, basura. Cosas que no testimonian ningún modo de vida, imágenes emitidas fuera de todo contexto”.

Pese al deseo de Clark, el público adolescente del museo representa sólo 2,3% del total.