Nuestro Pabellón en Venecia es un raro privilegio, que compartimos sólo con otros dos países latinoamericanos, Venezuela y Brasil. Se trata de una pequeña edificación, que fue el almacén de la Bienal celebrada en 1958, y que convive junto a varios edificios importantes pertenecientes a países del mundo entero, muchos de ellos obra de reconocidos arquitectos internacionales.

La XII Bienal de Arquitectura de Venecia, que por primera vez está dirigida por una mujer, la japonesa Kazuyo Sejima -premio Pritzker 2010-, tiene este año como lema People Meet in Architecture (La gente se encuentra en la arquitectura). La propuesta curatorial de Sejima es lo suficientemente abierta y sugerente como para suponer múltiples entradas. La producción de la Bienal es siempre diversa, múltiple y contradictoria. Un lugar donde hablar distintos temas y en diferentes lenguajes.

En particular esta bienal plantea fomentar el encuentro recíproco entre arquitectura y sociedad.

La gente en la arquitectura se encuentra de muy diversas maneras. Se encuentra en el espacio público, en el privado y muchas veces creando espacios híbridos para el encuentro. Hay encuentros casuales, provocados. Encuentros intrascendentes, olvidables o encuentros que pueden cambiar el rumbo de una vida. Encuentros para olvidar, para compartir, para intercambiar ideas o simplemente para acompañarnos un rato. Explorar esos encuentros y provocarlos es tarea de esta bienal.

La propuesta uruguaya, 5 Narrativas / 5 Edificios de Emilio Nisivoccia, Sebastián Alonso, Martín Craciun y Lucio de Souza fue seleccionada como resultado de un pequeño concurso curatorial con siete equipos participantes. El proyecto propone la construcción de cinco relatos sobre cinco edificios, materializados en cinco videos de diez minutos cada uno, que se proyectan en loop en otros tantos monitores. Los monitores se ubican dispersos por el pabellón sobre una alfombra de cuero de vaca de similares características a la que Victoria Ocampo le regalara a Le Corbusier en 1929, cuando éste visitó el Río de la Plata. Fotografías y textos sobre las paredes completan el espacio.

Los cinco edificios seleccionados son el Estadio Centenario, el Palacio Salvo, la represa del Rincón del Bonete -con sala de máquinas y construcciones anexas-, la planta industrial del Frigorífico Anglo en Fray Bentos y el Edificio Panamericano.

La vaca

La alfombra celebrada, motivo de frecuentes peleas conyugales del matrimonio Le Corbusier, que luce en todas las fotografías interiores, cubrió el piso de su sala durante veinte años. Hasta que, a través de amigos en Buenos Aires, la pareja consiguió hacerse de otra igual para reponer la para entonces ya rota, pelada y desgastada original.

La alfombra uruguaya cita a aquélla manteniendo el mismo material (cuero de vaca holando) y los mismos módulos (un cuadriculado de 80 x 56,5 cms.) pero esta vez en una versión bastante más grande y mullida. Probablemente muy pocos conozcan la historia Ocampo-Le Corbusier. Pero anécdota o cita culta, poco importa si uno reconoce la referencia, porque tanto esta famosa alfombra como la de mi abuela o la de cualquiera que alguna vez se haya tirado en una, comparten un rasgo en común: la afición por la demora. Esa irresistible invitación con la que nos tienta un piso blando a tirarse a perder el tiempo, a dormir una siesta o a prepararse a escuchar un cuento.

No faltará quien al entrar sólo logre asociar Uruguay-vaca-fútbol. Pero suponiendo que esta primera y estereotipada lectura no desanime al visitante, quien ingrese al pabellón reconocerá que los curadores ponen en práctica, mediante un gesto mínimo, una milenaria y efectiva estrategia para activar un lugar: extender una alfombra.

Los cuentos

Uno ya puede imaginarse entonces, haciendo un alto en la calurosa visita a la Bienal y tumbado en suelo mullido, disponerse a escuchar los cinco cuentos (narrativas) que nos proponen los autores. Las imágenes que se suceden en los videos recogen fragmentos, anécdotas reales, ficciones, registros de acontecimientos importantes, cambios de uso de estos cinco lugares.

Es indiscutible el “espesor histórico” de los ejemplos seleccionados, así como la cantidad de registros acumulados que sobre ellos existe y que sin duda garantiza la viabilidad de la propuesta. En palabras de los autores: “Explorar y aprender de la arquitectura construida a la luz de una multiplicidad de interpretaciones es el objeto central de la muestra, y por ello se presentan cinco narrativas sobre cinco piezas de arquitectura ubicadas en Uruguay. Cinco fragmentos destinados a romperse en mil esquirlas, que pretenden hablar en un lenguaje casi imperceptible acerca del destino de unos objetos edilicios ubicados en el sur del planeta. Piezas marginales para un observatorio global que, sin embargo, y bien vistas, forman parte de un problema que trasciende fronteras y geografías para repetir viejos desafíos modernos, una vez más”.

Envejecidos

Pero paradójicamente es en esa fortaleza que radica la principal debilidad de la propuesta: la selección de los cuentos.

Los cinco edificios seleccionados fueron construidos en Uruguay entre los años 20 y 60. Son edificios emblemáticos. Piezas significativas de la modernidad sobre las que seguramente muchos uruguayos tengamos alguna historia o anécdota que compartir o agregar. Y en este sentido no deja de tener relación con la propuesta curatorial de Sejima.

Sin embargo, el edificio más joven ya es cincuentón. Y uno se pregunta si no se ha construido en este país en los últimos cincuenta años algo más sobre lo que también poder hablar, fantasear o desde donde poder reconocernos o encontrarnos.

Es obvio que resulta atractivo, sobre todo leyendo el prolijo y cuidado catálogo que completa la muestra, escuchar historias y aprender de estos edificios. Sobre todo comprender las múltiples lecturas y reflexiones que de ellos y de la arquitectura en general se pueden tejer. Pero, ¿qué hay del pensamiento arquitectónico en Uruguay hoy?

Me consta que los curadores no proponen una obviedad tan fácil como la de que todo tiempo pasado fue mejor. Pero cuesta no caer en ella. Una cierta nostalgia por el Uruguay de las vacas gordas tiñe la muestra.
Como instalación me resulta sugerente y culta y es loable la idea del jurado de que la alfombra pueda retornar a Montevideo, para reafirmarse como espacio icónico y móvil, trasladable en instancias de muestras o debates de arquitectura a su regreso de Venecia.

Como envío de Uruguay a la Bienal de Arquitectura, resulta excesivamente nostálgico y poco provocador. Una bienal, si bien provisional, es una plataforma de comunicación, de divulgación, pero ante todo debe provocar el debate. Y para debatir hay que arriesgar, animarse a disentir, a riesgo de no ser correcto, a riesgo de equivocarse. Difícilmente nos atraiga debatir en una suerte de homenaje a nuestros mayores, que si bien inteligente y sutil, más se acerca a una mirada histórica y autorreferencial que a un discurso provocador. Más recuerda a Maracaná que a Sudáfrica.