En octubre de este año una celebridad argentina escribió una carta abierta a los medios en la que denunciaba algunas características del ciclo 2010 de Showmatch, posiblemente el más exitoso en la carrera del conductor. En dicha carta, que pasó más bien inadvertida para los grandes medios de la vecina orilla -incluyendo a los opositores Canal 13 y grupo Clarín-, se decía: “Aquí [en Showmatch], el fin justifica los medios… como diría Maquiavelo. Y aquí, tenemos un puro ejemplo del producto que el Sr. Marcelo Tinelli nos vende día a día, no sólo en su horario dentro de la franja de protección al menor, sino en sus repeticiones diarias en otros programas de su productora; que, solapadas en risas y comicidad, vuelven a mostrar las descarnadas y violentas peleas que ya llegan a niveles que la gente no se da cuenta de que son perversas, cuasi diabólicas, ya que están haciendo apología del odio”. El firmante no era ningún intelectual académico, sino el modisto Roberto Piazza, quien en otros años se había acercado alegremente a Tinelli y a su fábrica de entretenimiento, pero que ahora decidió tomar distancia y calificarlo como “el show del odio”. Los motivos del cambio de actitud pueden estar relacionados con una agresión sexual sufrida por Piazza recientemente, pero más posiblemente con la simple constatación diaria de la conversión de Showmatch en un auténtico show de odio y discriminación permanente.

Ya en diciembre de 2008 un informe del Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión argentino -un organismo oficial de cooperación institucional conformado por la Autoridad de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) y el Consejo Nacional de la Mujer (CNM)- había señalado no un ejemplo aislado sino una tendencia constante de Showmatch en cuanto a incluir elementos discriminatorios como parte de su espectáculo. El informe tuvo escasa o nula difusión pública, pero un año más tarde Tinelli debió dar marcha atrás con su programa Bailando Kids -una versión con niños de Bailando por un sueño- luego de que fuera denunciado por el Comité Argentino de Seguimiento y Aplicación de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño (Casacidn) debido a la “grave violación a los derechos de niños y niñas”. El programa, como se recordará, era casi una celebración de la pedofilia en la que niños y niñas de diez años o menos eran invitados a bailar en forma sensual, imitando la estética cabaretera de los bailes del programa de mayores.

Sin embargo, durante la temporada 2010 -la más violenta, explícita y exitosa en los 20 años de Videomatch/Showmatch- básicamente se lo dejó hacer lo que quisiera, lo que explicaría los picos de descontrol exhibidos en el ciclo, algo que, como todo lo masivo, tiene una cierta conexión política. Durante 2006 la relación de Tinelli con el gobierno de los Kirchner alcanzó su momento más bajo a causa de las simpatías bastante evidentes del primero con políticos opositores como Mauricio Macri, resaltada en la parodia al matrimonio presidencial en el sketch de “Gran cuñado”, que ofendió a los kirchneristas y en el que era clara una tendencia opositora.

Según la revista Noticias, Kirchner dilató un año y medio la firma del decreto de adjudicación que necesitaba Tinelli para ser dueño en los papeles de Radio del Plata, algo que recién logró en julio de ese año. Pero la desaparición del segmento “Gran cuñado” fue limando asperezas y, más allá de algún encontronazo causado por un discurso crítico de Tinelli tratando del tema seguridad (en una serie de intervenciones editoriales inéditas durante la década menemista en la que el conductor creció como empresario mediático), las partes fueron acercándose y la administración Kirchner -aún con el recuerdo fresco del rol (tal vez involuntario) de Videomatch en el desprestigio del ex presidente Fernando de la Rúa y el espaldarazo (para nada involuntario) que el conductor le dio a Carlos Menem en su reelección- decidió amigarse con quien además funcionaba como un aliado invalorable e inamovible en el centro mismo del grupo Clarín, ya que el programa de Ideas del Sur es emitido por Canal 13, parte del multimedia, al que lógicamente no le hizo ninguna gracia la afinidad de Tinelli con los Kirchner pero tuvo que doblegarse ante la contundencia de su rating.

En junio de este año, durante una charla con Óscar González Oro en El oro y el moro (por Radio 10), Tinelli expresó que votó al ex presidente Kirchner y que volvería a votarlo ya que consideraba que “el país marcha muy bien”.

Pero si el estado de gracia entre Marcelo Tinelli y el gobierno argentino puede explicarse por motivos de conveniencia mutua, más difícil de comprender fue el casi absoluto silencio mediático e intelectual en relación con las características más notorias del ciclo de Showmatch 2010.

Odiando como en un sueño

El fenómeno de la temporada pasada de Showmatch debería ser estudiado como un caso único en la historia de la televisión abierta mundial. No hay ningún precedente de un producto cultural que haya generado una sinergia tan brutal que no sólo fuese promocionado por programas satélite del mismo canal, sino que también generara programas dependientes en canales de la competencia. Cada pelea, cada baile y cada mínimo incidente que sucedía en el concurso de baile fue repetido infinitamente y comentado una y otra vez por un enjambre de productos televisivos que dependían del show como su principal insumo. Programas de metatelevisión como Zapping, de chimentos como Intrusos, de información light como Animales sueltos y hasta de cocina como la inefable La cocina del show -sólo para nombrar algunos ejemplos- fueron totalmente fagocitados por la agenda de Showmatch, provocando una reproducción continua -y totalmente acrítica, por no decir servil- de sus contenidos hasta un punto en el que una misma escena de baile o combate podía verse unas siete u ocho veces a lo largo del día en todos los canales (en el caso de Uruguay en todos los canales privados, con la tarde televisiva completamente cooptada por los extensos Intrusos, Viviana Canosa y Éste es el show), dentro y fuera de los horarios de protección al menor y creando un círculo de retroalimentación en el que el mundo parecía girar alrededor de personajes como Ricardo Fort, Matías Alé, La Mole Moli, Silvina Escudero y Graciela Alfano, quienes en algunos canales llegaron a ocupar cerca de 50% del tiempo en pantalla.

El atractivo de la fórmula Tinelli fue tan intenso que incluso viejos enemigos, como el programa Zapping (que podría haber cambiado su eslogan por “no te estás perdiendo un programa, estás viendo a Tinelli”), tuvo que doblegarse y rendir culto al Cabezón ante la posibilidad de perder el derecho de emisión de esas imágenes tan requeridas. Un efecto extraño y espectacular desde un punto de vista comunicativo es que se pudo ver Showmatch sin ver Showmatch, tan sólo por la sobreinformación lateral.

El rating de la edición 2010 de Showmatch: Bailando por un sueño ha promediado siempre los 30 puntos, lo que indica que prácticamente uno de cada tres televisores de Argentina estaba clavado cada noche en el programa de Canal 13. En Uruguay el promedio, según Ibope, ha sido aproximadamente la mitad, pero le ha alcanzado a Showmatch para ser el programa más visto del año. Un fenómeno de esas características ya no constituye una opción de entretenimiento popular, sino un hecho cultural insoslayable, intrusivo y definitivamente revelador -y actor influyente- de ciertas tendencias sociales, reproducidas y estimuladas por un programa absolutamente omnipresente. ¿Y qué era lo que tenía para ofrecer el programa para captar tanta atención y sinergia? Esencialmente, un control minuto a minuto de cada reacción del televidente ante una sucesión de impactos continuos, apoyados en el estruendo, la carne exhibida en los límites de la pornografía y el ejercicio autorizado del discurso discriminador.

Durante la temporada 2010 de Showmatch se vio a gente atacada por ser gay, por ser portadora de VIH, por ser pobre, por ser viejo, por ser joven, por ser inculto, por ser de izquierda o por ser mujer. Se habló de la violencia doméstica como un elemento pintoresco de una relación de pareja expuesta, se colocó a un negro africano en un rol ridículo -cuya única gracia potencial era su color y su pésimo manejo del español-, se subastaron mujeres en un concurso de carne en el que se llegó a examinar la dentadura de las interesadas, se alardeó de una suerte de acoso sexual público por parte del empleador (Tinelli) hacia sus empleadas (las mujeres participantes), se fomentó deliberadamente el maltrato verbal y la exposición -voluntaria o no- de cualquier miseria privada, se construyeron personajes mediáticos apoyados en su capacidad de indignar (Ricardo Fort) para luego admitir su inmolación en función casi exclusiva de su sexualidad (explícita o latente), en fin, se hizo cualquier cosa que pudiera atrapar la atención del televidente mediante un choque. El ejercicio de la violencia pública se hizo tan preponderante que durante dos emisiones del show ni siquiera se llegó a bailar, dedicándose toda su extensión a estridentes peleas en vivo y en directo, controladas y evaluadas en tiempo real mediante la medición minuto a minuto. Todo este escenario de abuso continuo fue además presentado como una suerte de reality espontáneo, en el que no se estaba -a pesar de la evidente digitación de la mayoría de los conflictos- asistiendo a un show, a una ficción, sino a la vida misma, a un espejo de valores y antivalores en el que la sociedad rioplatense se comparó y se discutió en los términos establecidos por el programa. No hay que ser muy apocalíptico para darse cuenta de que, más allá de gustos y predilecciones, se estaba frente a un aparato cultural irresponsable y no pocas veces peligroso.

Sin embargo, y a pesar del tamaño del fenómeno, éste -discutido hasta el hartazgo en los ya mencionados términos establecidos por el programa y sus repetidores- fue prácticamente ignorado por la comunicación crítica, ya fuera intelectual o activista. Organizaciones feministas dispuestas a saltar enfurecidas por un chiste eventual o una opción gramatical parecieron ignorar que el boxeador La Mole Moli, ganador del concurso y propuesto por el programa como modelo de hombre simple, bondadoso y representante popular, hizo continua gala de su opinión sobre el lugar obligatorio de la mujer -en la casa y en las sombras-, llegando a jactarse de que si su mujer estuviera con otro “la mato”.

La protesta de Piazza no fue recogida ni amplificada por casi ninguna de las organizaciones de defensa de los derechos homosexuales. La exhibición obscena de riquezas de Ricardo Fort -obtenidas sobre la base de una empresa que mantuvo varios conflictos a causa de sus pésimas condiciones laborales- no generó el repudio público de los sectores políticos y gremiales cercanos a esos trabajadores. Y en general, salvo algunas excepciones, la intelectualidad vinculada con la comunicación pareció no tener nada que decir sobre estos procesos de exceso e impunidad; tal vez por el miedo a ser corrida a los ponchazos por la acusación posmoderna de elitismo, exceso de corrección política o de espíritu censor, tal vez por considerar al fenómeno Showmatch un enemigo demasiado obvio y trillado, tal vez por miedo a quedar etiquetada como moralista o defensora de esas leyes de medios que es mejor que no existan o tal vez por simple pereza (o beneplácito hacia el producto), pero el fenómeno cultural más masivo de 2010 casi no mereció ninguna reflexión. Una declaración de impotencia en cierta forma tanto o más preocupante que la evidencia de que el odio puede convertirse en show y al mismo tiempo ser invisible.