“El No del 80” integra la épica ciudadana de la resistencia y refuerza la noción de excepcionalidad del Uruguay: por el apego a la democracia y al arbitraje electoral logró derrotar a la dictadura en un plebiscito. Pero, ¿y si la voluntad ciudadana hubiera entendido que la aprobación del proyecto era una opción mejor que su rechazo? Sumergidos en la contingencia, las opciones nunca son tan transparentes como se ven a la distancia; pero no olvidemos que los militares alcanzaron en esa votación su mayor porcentaje de aprobación, superando al del ganador de las elecciones de 1971.

¿Cómo sería la topografía de ese imaginario no-Uruguay en el que triunfaron los militares?

1980: Recuerdos del futuro

En el “plan político” de las Fuerzas Armadas el plebiscito era el primer paso del proceso de reinstitucionalización que seguía con una elección en la que los partidos tradicionales presentaban candidatos al Parlamento y un candidato (el mismo) para presidente. En las siguientes elecciones se presentaban más candidatos, y el número de partidos podía incrementarse en el futuro, pero sin incluir jamás a “partidos marxistas o internacionales”. La normalización política no era completa y el espacio institucional resultaba particularmente acotado, casi a la medida del general Gregorio Álvarez. Sus tiempos eran los del “cronograma”: pasaba a retiro el 1º de febrero de 1979 y ya estaría listo para hacer campaña dos años después, cuando terminara su “veda política”. Aquel gesto de Álvarez al asumir la Presidencia, de depositar dos rosas en el monumento a Artigas, una blanca y otra roja, sellaría un acuerdo y no una promesa; con la legitimidad derivada de ese apoyo podía lanzarse a construir un “partido del proceso” para respaldo de la obra del régimen y que limitara el espacio de la oposición. El resultado es una configuración “a la chilena”: el régimen (con importantes apoyos civiles) enfrentado a la unión de las fuerzas de oposición formada en torno a los partidos tradicionales. De esa forma el golpe consolidaba algunos de sus objetivos.

Otro pasado

Toda construcción del pasado está fuertemente influida por su presente. Recordamos el No del 80 porque nuestro presente se reconoce en esa contingencia; si el resultado era el inverso, la configuración de los bandos y la estructuración del tiempo alterarían radicalmente las batallas por la memoria. Mirado desde el imposible presente del Sí, ¿qué nos muestra el pasado?

Seguramente el partido del proceso construiría su relato en torno a la figura de Álvarez: factótum de febrero, arquitecto de la transición, gestor de la democracia. Como para los militares, la instauración de un nuevo régimen arrancaría en febrero (y no en junio) de 1973; la destitución de Bordaberry en 1976 inicia un “período transitorio” regulado por “leyes constitucionales”, que culminó con la asunción de Álvarez en 1982. Desde entonces se vive en una “democracia” que celebra la alquimia política del general que devolvió el ejercicio de las libertades “posibles”.

Frente a este partido estaría la memoria de una “concertación” multipartidaria en la que las figuras de Michelini y Gutiérrez Ruiz resumirían a los mártires de la dictadura y la frustrada resistencia en el plebiscito marcaría el inicio de un camino que tendría su gesto fundacional en el acto del Obelisco. Un pasado sin elecciones internas ni PIT-CNT, sin la exultante liberación de los presos políticos ni el retorno de los exiliados. Considerando el conflictivo primer gobierno de Julio María Sanguinetti y su desencanto de la democracia, el pasado “realmente existente” aún resulta una perspectiva aceptable.

Final

La capacidad creadora de la realidad doblega cualquier proyecto. En 30 años el proceso habría generado suficiente realidad como para hacer imposible cualquier intento de descripción: sin duda, ya nada sería como lo imaginaron los militares; pero nada sería como es. Y si este ejercicio parece promover una actitud conformista, siempre incómoda para los uruguayos, vaya una reflexión final: ciertamente Pangloss no tenía razón y no vivimos en el mejor de los mundos posibles; pero (¡cómo dudarlo!) podría ser peor.