Pocos montevideanos se quejaron (si hubo campañas en su contra no gritaron lo suficientemente fuerte) de la estructura transparente de 14,5 metros de altura que ocupa, desde el 17 de diciembre, nuestra Plaza Cagancha. La filial uruguaya de la más conocida compañía de gaseosas del mundo, con el beneplácito del Ministerio de Turismo, la Intendencia de Montevideo, el Municipio B y el Grupo Centro, decidió instalar El Árbol de los Deseos, que como se anuncia en algún medio de prensa “se llenará de globos de helio con los sueños y anhelos de todos los uruguayos para la próxima Navidad”.

Pero por si la irrupción del espacio ciudadano y la construcción de una comunidad (“todos los uruguayos”) necesitada del escurridizo helio (un elemento incoloro, inodoro, no tóxico, inerte, sin sabor) para cumplir sus utopías no fuera suficiente, el rito instituye el -poco ritual- 23 de diciembre a las 20.00 (hoy) como fecha de liberación de los globos deseantes, asegurando así que al espectáculo concurran sus soñadores en una anticipación de la Nochebuena de horario y día convenientes (algo tan dudoso como proponer en Nueva York que la esfera gigante caiga el 30 de diciembre en la tarde, así el 31 a las 23.59 PM los neoyorquinos pueden disfrutar en su casa de su chocolate caliente).

“El mejor regalo que podemos hacernos entre todos es compartir aquello que anhelamos y que nos unirá a todos en un mismo instante buscando tocar el cielo”, dijo el gerente de marketing de Montevideo Refrescos, Ignacio Arizaga. Más teatral que el teatro, la realidad conjuga sin empacho sensiblería e intrusión, viejos rituales y nuevos espejitos, ocio donde hay negocio, en fin, insiste en vendernos la postal (y por hoy es mejor saltear graciosamente toda referencia a corolarios de esto, como la ya institucionalizada patología CCTSD “Christmas Card Traumatic Stress Disorder”, desorden de estrés traumático por tarjetas de navidad).

Anti natalicio en el Foro

La dupla espectáculo y “espíritu navideño” es una de las fortunas de la industria cinematográfica y, en menor medida, de la teatral. Paradigmática resulta la versión edulcorada de Cuento de navidad (A Christmas Carol) de Charles Dickens, representada por estas fechas hasta el empacho en Broadway, mientras Montevideo cuenta este año con una adaptación infantil en el Castillo Pittamiglio.

Así las cosas, contra el relato bonachón, redentor y marketinero de la Navidad, la dupla Stefano Ricci y Gianni Forte, dos chicos terribles del teatro italiano hoy, pusieron en escena Some Disordered Chrismas Interior Geometries (el título fue calcado de la única muestra fotográfica individual de la fotógrafa norteamericana suicida Francesca Woodman), un espectáculo situado en la Fundación Alda Fendi con sede en el mismísimo Foro Trajano de Roma, donde en el año 113 existía la Basílica Ulpia hoy restaurada. Allí montaron, del 8 al 15 de diciembre, una performance anti-natalicia gratuita, de 25 minutos de duración (y ocho funciones por día), para un máximo de 50 espectadores, en la que 11 actores se movían en ambientes flúo y blanco (“el blanco hipócrita del orden burgués constituido”, dijo un cronista), vestidos de enfermeros y ofreciendo leche a los espectadores, para sumirlos luego en la visión de adultos-niños semidesnudos que, detrás de una vitrina, protagonizaban orgías de deseos natalicios y luchas encarnizadas por vistosos juguetes-mercancía. Un infierno posmoderno y global -paralelo al de la puerta del infierno de Auguste Rodin, otra de las fuentes visuales del espectáculo- en el corazón de las fiestas más esperanzadas.

Ricci y Forte pensaron el espectáculo como “un modo personalísimo de desear feliz navidad a un país a la deriva, un acto creativo insurreccional, de terrorismo poético, jihad estética. Usamos instrumentos de la fantasía y la imaginación para agrietar la superficie espejada de la hipocresía burguesa que nos quiere embalados en idénticos y llamativos paquetes de regalo, con la moña de regalo y sin vías de escape, bajo una constelación artificial de luces de colores intermitentes”. Palabras que nos devuelven (visual e ideológicamente), sin necesidad de demasiadas mediaciones, al monumento efímero de nuestra plaza capitalina.