Primero por encargo del gobierno rumano aliado a los nazis y luego por decisión de los regímenes pseudocomunistas, el filósofo rumano Emil Cioran estuvo rodeado de espías durante 49 años en su exilio parisino, según revela un estudio que se publica hoy en Bucarest.

Nacido en Transilvania en 1911, recibido de profesor de filosofía en Berlín, autor a los 22 años de En las cimas de la desesperación -donde traza la línea principal de su dilatada carrera-, en 1937 Cioran recibió una beca para estudiar en París. Jamás retornaría a su país de origen y todos sus escritos daban cuenta de su desdén por la noción de nación, pero el pensador se volvió sospechoso para la dictadura del general Ion Antonescu debido a que en su juventud había simpatizado con un movimiento fascista rival.

La Guardia de Hierro, a la que también habrían estado vinculados otros intelectuales rumanos que se exiliaron en Francia, como el dramaturgo Eugène Ionesco y el historiador de la religión Mircea Eliade, fue uno de los tantos movimientos de derecha extrema y cristiana que surgieron desde fines de los años 20 por casi toda Europa Occidental. Protagonista de varios episodios violentos de la política rumana de la década del 30 (incluido el asesinato del líder del movimiento, Corneliu Codreanu), la Guardia de Hierro, también conocida como Legión del Arcángel Miguel, se convirtió en aliada de Antonescu cuando éste se hizo con el poder, en 1940. Al año siguiente, sin embargo, surgieron diferencias entre el dictador y sus aliados; tras conseguir la aprobación de Hitler -por entonces Rumania ya era aliada de Alemania en el conflicto bélico europeo-, Antonescu llevó adelante una purga de legionarios en el gobierno.

Según el adelanto publicado por el periódico Evenimentul Zelei del libro Cioran y la Securitate, de Stelian Tanase, el régimen de Antonescu comenzó a interesarse por el autor de Breviario de podredumbre cuando en 1941 se lo propuso como agregado cultural de la embajada rumana en Vichy. Allí salió a la luz su vinculación con la por entonces prohibida Guardia de Hierro, y ello tendría, entre otras consecuencias, el encarcelamiento de Aurel, hermano del filósofo, residente en Rumania.

La caída de Antonescu en 1944 y la entrada en Rumania de las tropas rusas no significaron el fin de la vigilancia sobre Cioran sino el comienzo de un seguimiento más profesional y burocrático a partir de 1949, con la nueva policía secreta -la Securitate- ya plenamente conformada. El interés por Cioran no era ya su antigua filiación fascista, de la que renegaba públicamente, sino el contacto que mantenía con otros emigrados rumanos y la posible amenaza política que podía representar su accionar político en conjunto.

En efecto, Cioran era parte de un círculo de amistades que incluía a los mencionados Ionesco y Eliade, pero también a intelectuales de otras partes como los poliartistas Henri Michaux y Gabriel Marcel y el escritor Samuel Beckett (quien, nacido en Irlanda, abandonó como Cioran su lengua natal para escribir en la de su país de adopción). A este respecto, resulta interesante un reporte -entre los más de 300 documentos que recogió Tanase- en el que el espía constata que el filósofo no parecía una persona triste y solitaria, cosa que podría esperarse dado el tono de sus escritos. Cioran se cuidó muy bien de separar su trabajo como pensador nietzscheano de su vida privada; otro de los papeles salidos a luz, en el que el filósofo se pregunta con molestia cómo consiguen su dirección tantos exiliados rumanos, es mejor prueba de la coherencia entre su desdén por toda forma de agrupación política o religiosa y su conducta privada.

La investigación de Tanase también revela que en 1968 Nicolae Ceaucescu -que por entonces estaba en el pico de su popularidad: había condenado públicamente la invasión soviética a Checoslovaquia- intentó repatriar a Cioran, pero el golpe de propaganda -parte de la “Operación Recuperación” de intelectuales- se vio frustrado porque se eligió como intermediario al mismo hermano Aurel apresado dos décadas antes, que le recomendó al filósofo quedarse donde estaba.

El seguimiento de Cioran por parte de varios agentes rumanos culminó en 1990, unos meses después de la caída de Ceaucescu y cinco años antes de la muerte del filósofo. El último de los reportes de la Securitate es un pedido de cese de las operaciones, dado que el sujeto carecía de interés.