-Tu última novela se llama El sublevado y aclara Garibaldi, corsario del Río de la Plata, pero en realidad Garibaldi comparte el protagonismo con Pandora Santos, un personaje de ficción.

-Sí, “la sublevada”. A mí lo que me interesa es que hablen las mujeres, entonces mi aproximación a Garibaldi tenía que venir del lado de una mujer. El asunto era qué mujer.

-Sus amantes más conocidas fueron brasileñas.

-No es la amante exactamente, fue su esposa después. Cuando él vuelve a Uruguay, en 1842, lo hace con Anita Ribeiro da Silva, oriunda de Laguna. La había conocido peleando con los farrapos, por la República Riograndense. En 1842 ya tienen un hijo, y aunque no están casados legalmente porque ella era casada, se casan acá. Hasta ese momento Garibaldi se había mantenido soltero y sí, tenía una gran fama donjuanesca. Yo hubiera querido encontrar una mujer uruguaya que estuviese en esas aventuras, incluso no relacionada directamente con él, pero nuestra historiografía no se ha ocupado demasiado de las mujeres, y menos de las de ese período. Supuse que si las mujeres importantes aparecían peleando en la literatura de Acevedo Díaz debían existir, y ahí generé a Pandora.

-Además de ser una historia de amor, la novela propone una interpretación histórica. Apuntás a un “Garibaldi blanco”, cuando ha sido un héroe colorado, de la Defensa de Montevideo. Para eso te acercás a él cuando recién llega a Uruguay y sugerís que por afinidad de ideas o de sentimientos tendría que estar más cerca de la causa oribista.

-En ese momento preciso, sí. Pero hay varias ideas. Una central es ver el origen de los partidos tradicionales en Uruguay. Leyendo historia llego a la conclusión de que es totalmente espurio. Así de ilegítimo como fue el levantamiento de Rivera contra el gobierno de Oribe, fue el levantamiento de Lavalleja contra Rivera. A partir de 1830 lo que hubo permanentemente entre los caudillos era un intento de derrocarse mutuamente por pura ambición; no había ningún fundamento ideológico, por lo menos visible o importante; no había ninguna bandera libertaria ni democrática ni de progreso ni de república, que sí eran las banderas de Garibaldi. Esa teoría sí me importaba hacerla circular. Lo que ocurre es que cuando Garibaldi llega la primera vez, como corsario, estamos viviendo que el presidente constitucional es Oribe, que está tratando de sofocar el levantamiento de Rivera. Si uno quiere sostener la legitimidad de Oribe frente al accionar de Rivera, puede hacerlo. La divisa de Oribe va a ser “Defensores de las leyes”, “Viva el gobierno constitucional” era la consigna blanca. Rivera no tenía consignas. Luego el juego se va a invertir, pero ya entraría en una segunda novela, con Rivera aceptado nuevamente como presidente, Oribe expulsado de Montevideo y yendo a buscar el apoyo de Rosas. Pero cuando Garibaldi vuelve a la Montevideo sitiada nunca se dice colorado. Eso es una invención del Partido Colorado. Garibaldi no habla en sus memorias del Partido Colorado o del Partido Nacional; es la invasión de “Ouribe” (lo llama en portugués porque nunca terminó de aprender el español), que detrás tiene al Ejército argentino; lo que él lee es que es la invasión de Argentina a la República Oriental del Uruguay.

-Pero en la novela anotás que él era masón, y el gobierno de Montevideo sitiada también lo era. Esa tradición masónica se asocia a lo colorado.

-Pero los blancos también eran masones. Esa división tajante es posterior. Todos eran masones, menos Artigas. En la novela cargo lo esotérico de la masonería porque de algún modo es simpático, sé que le gusta al lector, y porque existía lo esotérico, pero en realidad hasta donde entiendo la masonería en estas regiones de América del Sur era más una conspiración política que un juego de símbolos, más presentes en la tradición europea.

-¿Trabajaste mucho en archivos?

-Sí, para todo. Trabajé con todo lo que encontré sobre Garibaldi aquí; con la masonería me permití jugar más, aunque respeto sus ideales. También tuve que investigar sobre historia nacional y vi que apenas se ocupaba de Garibaldi, porque ha quedado como figura política. El único trabajo riguroso es el de Carlos Rama, que publicó la Universidad de la República en los 60, y me alegró comprobar que sus ideas son las que estaba llevando yo: Garibaldi no era de ningún partido, tenía un ideario republicano independiente de las banderas. Los Anales históricos de Eduardo Acevedo también fueron importantísimos, y también los materiales de Banda Oriental sobre cada uno de los caudillos; como le dieron a cada historiador un caudillo de su preferencia son muy subjetivos (siempre hay subjetividad, pero el asunto es cómo ponerla en juego). Encontrar material en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro me permitió reescribir la novela, porque sobre la primera parte, la de su llegada a Brasil, no tenía casi nada, sólo lo que el propio Garibaldi dice en sus memorias. Pude reconstruir el Río antiguo, el de la época imperial, reconstruir el puerto, el palacio, los comercios. Todo eso no estaba en la primera versión de la novela, con la que obtuve una mención en la intendencia este año. Yo me pongo fechas para poder cancelar los trabajos; si no, se vuelven interminables. Me había propuesto terminarla el 15 de julio, el día en que vencía el plazo de entrega en el concurso.

-¿Para escribir La vida brava hiciste un trabajo parecido?

-Parecido pero no tan difícil. Ya llevaba tres años con la idea de relatar la vida de Quiroga desde una mirada de mujer. Mi trabajo fue encontrar la voz y elegí a María Elena [Bravo] porque me gusta que lo haya sobrevivido y que lo haya abandonado. Me pareció una mujer moderna frente a ese otro mundo del 900 que quedaba atrás. Quiroga está muy documentado, hay biografías, correspondencia publicada. Garibaldi fue más difícil.

-Hay un contacto entre El sublevado y otra novela que publicaste en 2000, La novia secreta de Corto Maltés.

-Tengo fascinación por Hugo Pratt. Reúne todo: no sólo es maravilloso dibujante, sino que tiene una capacidad única de creación de textos y personajes. El héroe Corto Maltés debe de ser el único posible hoy, en la modernidad o posmodernidad contemporánea, porque es un escéptico, un héroe que no se muestra como tal sino como un individualista que sólo busca su propia fortuna, cuando en realidad siempre está aliado con las causas perdidas, es un romántico. Investigando sobre la tripulación de Garibaldi encuentro que hay dos malteses. Y pensé: “¿Por qué uno no puede ser mi Corto Maltés?”. En realidad cometo un anacronismo, porque Pratt lo ubica a fines del sigo XIX, pero qué me importaba, si estaba haciendo una novela.

-También insertás a otro personaje literario, el capitán Ahab de Melville.

-¿Por qué no? Garibaldi documenta en sus memorias que cuando llegan a Maldonado pasan unos días festivos en la caza de ballenas, porque se encuentran con un barco ballenero. Para poder novelar eso me puse a releer Moby Dick. Y allí Ismael cuenta que uno de los mares en que cazaron ballenas fue el Río de la Plata. Aquello es una ficción y lo mío es una ficción: pueden encontrarse. Lo mismo ocurre con el Maltés: no le llamo “Corto”, es el Maltés. El Corto Maltés está aliado a las izquierdas, a las izquierdas de cada momento histórico con las que se encuentra.

-Un poco como Garibaldi, pero sin su discurso.

-Te diría que al revés de Garibaldi, en discurso y en acto. Me interesaba la voz de Pandora porque yo no dejo de ver grados de ingenuidad en Garibaldi. Haber entrado a Uruguay con cinco negros para darles la libertad creyendo que porque este país era una república cumplía realmente con la abolición de la esclavitud fue una ingenuidad completa que le trajo muchos problemas posteriores, la persecución y los reclamos del consulado brasileño. Era consecuente con sus ideas en un grado en que les podía costar la vida a todos. No lo veo mal, pero desde una visión escéptica se puede ver como un ingenuo. La visión escéptica la tiene Pandora, que es una mujer práctica.

-También es una apasionada: no duda en asesinar al esposo para irse con Garibaldi.

-Pero hay que ver qué era el valor “esposo” para ella. No es una humanista. Garibaldi repite que las mujeres somos “ángeles de la virtud” en sus memorias. Me hace gracia. Su esposa va a ser Anita Garibaldi, una combatiente que va a pelear y matar, pero cuando es madre deberá quedarse en casa cuidando a los hijos y esperando al esposo guerrero. Anita se rebelará ante esa situación en Italia y por eso muere, porque va a buscarlo al sitio de Roma embarazada. La vida debería haberle demostrado que las mujeres no somos tan angelicales; sin embargo, se empeña en esa idealización. En mi novela Pandora Santos contradice esa visión de la mujer, y por eso él no la acepta, porque no es piadosa, busca sus intereses.

-Entre La vida brava y El sublevado, dos novelas históricas, publicaste un texto distinto, Mi corazón pesa demasiado. Es un libro-objeto, con formato apaisado, ilustraciones y lenguaje más personal.

-Son todas primeras personas: a mí me interesa la primera persona. El punto es si la persona tiene más identificación con la voz del autor o no. Lo que ocurre con Mi corazón pesa demasiado es que es un texto autobiográfico. Es un relato en que cuento la muerte de mi padre, desde cosas que me pasaban a cosas que soñaba. Donde el lector puede pensar que hay ficción es en la parte onírica, donde cuento los sueños que tuve mientras mi padre moría. No hablo de la historia, hablo de mí. La escritura es más poética y es verdad que se me armó un juego de diálogo con Fernando Cabezudo, que estaba copado con el texto y lo empezó a dibujar, y de ahí salió este libro tan lindo. Era una necesidad mía de otro orden, de ordenamiento emocional, no intelectual.

-Escribís novelas históricas desde un punto de vista femenino. ¿Qué te separa de Mercedes Vigil?

-Qué gracioso. Yo no sé bien cuáles son sus intenciones en la escritura. Su prosa no me interesa, me parece que no es una prosa literaria. A mí me preocupa mucho la búsqueda del lenguaje. Lograr cierta escritura, una sintaxis corta, como golpes. Trabajo mucho en cuándo poner una metáfora, por ejemplo. Creo que a ella eso no le interesa, le importa más contar una historia. Después creo que a mí me ha removido mucho ideológicamente la construcción de Garibaldi. Pienso en qué es la construcción de un héroe, cómo era entonces, cómo lo podemos ver hoy, qué pasa con los partidos políticos. A la escritora Vigil no sé qué ideas la mueven. No me queda claro, más allá de lo cautivante de sus temas.

-¿Qué ventajas tiene la ficción para hablar de esos asuntos que a vos sí te interesan?

-Más libertad. La libertad de que hable el capitán “Acab”, de que hablen mujeres sobre cuya existencia no encontré pruebas. Y la posibilidad de darle fuerza al lenguaje, porque por momentos me preocupa más ese esfuerzo que el dato auténtico; el historiador tiene que estar totalmente comprometido con el dato auténtico. Me han dicho que El sublevado es una novela de aventuras, y tal vez yo vea la historia como una serie de aventuras.