El local parecía destinado al museo: pertenece al Banco Central, se llamaba Espacio Figari y se usaba una vez por año para la ceremonia y exposición del premio Pedro Figari. Sin embargo, según la ministra María Simon, el camino para convertirlo en una sala monográfica no fue directo. Finalmente, el proyecto se materializó anoche, en una ceremonia en la que hicieron uso de la palabra la titular del Ministerio de Educación y Cultura; el director de Cultura, Hugo Achugar -quien, según se supo la semana pasada, continuará en el cargo durante la gestión de Ricardo Ehrlich-, y el investigador y poeta Pablo Thiago Rocca, que está al frente de la nueva institución.

En sus discursos, los jerarcas destacaron diversos aspectos de la trayectoria de Figari (1871-1938). María Simon hizo énfasis en su papel de educador, y recordó su trabajo como promotor de la Escuela de Artes y Oficios, así como su polémica con José Batlle y Ordóñez (en la que el presidente defendía las virtudes de una formación cosmopolita y el artista, la necesidad de orientar a los jóvenes hacia lo que hoy se llama “el país productivo”), y llamó la atención sobre lo saludablemente difusa que era la frontera entre arte, artesanía y oficio en la visión de Figari. Achugar, por su parte, aludió a una “deuda de la sociedad uruguaya” que se cancelaba con la integración del nuevo museo, en tanto que Rocca destacó la singular armonía que había entre la visión humanista de Figari -como jurista fue uno de los puntales de la abolición de la pena de muerte en 1903- y su producción artística. Además, adelantó algunas de las líneas que transitará el museo, que, aunque funcional, todavía se halla en etapa de organización.

Así, Rocca adelantó que el lugar no tendrá como única finalidad la exhibición de obras de Figari, sino que también se investigará sobre textos producidos por el autor y se lo pondrá a dialogar con artistas de su época y también con creadores contemporáneos.

Algo de eso ya puede verse en la primera exposición de la sala, donde no sólo se encuentra una treintena de óleos del artista, sino también una exhibición (tras vitrinas protectoras) de muchas ediciones originales de sus textos (entre ellos, el libro en que condensa su doctrina, Arte, Estética, Ideal, de 1912, y los Cuentos prologados por Ángel Rama en 1951). Asimismo, hay tres ejemplares de obras producidas en 1916 por Figari junto con alumnos de la Escuela de Artes y Oficios: un banco de madera, un plafón de cobre y una vasija de bronce.

El acervo del museo estará compuesto por la “repatriación” de obras de Figari dispersas en distintas oficinas públicas, así como de préstamos de colecciones privadas. Por lo que se pudo apreciar anoche, entre la pequeña multitud que brindaba y el pasaje de las Cuerdas de Ejido, que pasearon sus tambores delante de los pintados por Figari, hasta ahora la mayoría de las pinturas pertenecen al Museo Histórico Nacional, del Museo Nacional de Artes Visuales, del Banco Central y de la familia Herrera-McLean.

Imaginándolo más despejado, el museo tiene todo para convertirse en un lugar a visitar con frecuencia. Su ubicación en Juan Carlos Gómez 1427 termina de conformar una “zona de museos” en torno a la Plaza Matriz (a pesar de los problemas financieros que parece atravesar el privado Museo Gurvich) y su disposición arquitectónica es sumamente amable: el tránsito es incitado por dos galerías -una de ellas con ventana a la calle- unidas por el espacio más amplio de una sala central que invita al detenimiento y la reflexión.