Mifti, la protagonista de Axolotl Roadkill, escribe un diario. Tiene 16 años, su madre ha muerto, debe mudarse con su padre, se la ha estigmatizado como “chica problema” y para escaparse de todo sobrevive a base de sexo, drogas y baile. Entre las cosas que cuenta está su entrada a un conocido club berlinés para mayores de 21 y su continua ingesta de pastillas en los baños del local bailable. Mifti también reflexiona: por ejemplo, sobre las ventajas de la bisexualidad y sobre la incapacidad de una generación -la de sus padres- para cuidar de sus hijos.
Por si el argumento no fuera lo suficientemente atrayente, la novela tiene un elemento extra que caracteriza a los productos más notorios de cierta ficción actual: el juego con la biografía de la autora. A la de Axolotl Roadkill, Helene Hegemann, también se le murió su madre cuando tenía 14 años y tuvo que irse a vivir a Berlín con su padre, Carl Hegemann, un dramaturgo y profesor exitoso en su medio.
En enero todo pintaba muy bien para Axolotl Roadkill. Combinadas, la habilidad de Hegemann para describir una escena actual -en una especie de congelamiento en el presente de la tradición alemana del Bildungsroman (novela de crecimiento)- y la fascinación que ejerce la “autoficción” cuando es firmada por una persona más o menos pública llevaron en pocas semanas a Axolotl Roadkill al puesto número 5 en la lista de más vendidos.
El mes pasado, en cambio, las cosas se complicaron. Un blogger, Deef Pirmasens, denunció que Axolotl Roadkill contenía varias páginas idénticas a otras de Strobo, una novela publicada en los 90 por otro blogger que firma como “Airen”.
Lejos de negar los cargos, Hegemann los admitió recurriendo a una versión personal de un concepto de teoría literaria, la intertextualidad -que define las relaciones entre dos o varios textos y engloba a la cita, la parodia y también al plagio. Declaró Hegemann: “Muchos artistas usan esta técnica. Al incluir orgánicamente partes de otros autores en mi texto estoy dialogando con ellos”. También complementó su defensa aduciendo que aún no sabía cómo citar. Por las dudas, la editorial que publicó Axolotl Roadkill se apuró a comprar los derechos de Strobo.
Seguridad intelectual
Las aguas se aquietaron por un tiempo, pero a principios de marzo se supo que Axolotl Roadkill estaba nominada para el premio de ficción de la feria del libro de Leipzig, segunda en importancia para los alemanes luego de la de Frankurt (al punto de que durante algunos años se entregaba allí el Premio Nacional de Literatura). La noticia provocó la reacción de la Asociación de Escritores Alemanes, que emitió una “Declaración de Leipzig” en la que cuestionan la nominación desde el punto de vista de los derechos de autor.
“Cuando el plagio es considerado razonable, cuando el robo intelectual y la falsificación son aceptados como arte, estamos ante la negligencia en la protección de los derechos de autor, aun el ámbito de la literatura consagrada. Cada obra literaria es una obra de arte original. Esto vale para toda clase de técnicas de producción textual, los collages incluidos.
Las posibilidades que dan los nuevos medios, internet incluida, no alteran el hecho de que la propiedad intelectual goza de ciertos derechos y que los derechos de los creadores y autores son una prioridad”, dice el comunicado, que más adelante agrega de forma directa: “Copiar sin consentimiento y sin citar es visto muchas veces por los jóvenes como una infracción menor, en parte por su ignorancia acerca del valor de los servicios creativos. Pero es absolutamente reprobable, así como lo es el apoyo a esa forma de entender el arte”.
Por si quedaba alguna duda de que el documento, que tiene entre sus primeros firmantes a tótems como Günter Grass y Christa Wolf, apuntaba directamente a los jurados de Leipzig, su final es una invitación “a todas las partes involucradas -particularmente a las editoriales, los editores, los críticos y los jurados- a condenar inequívocamente al robo literario”.
La muerte del sujeto
Para agregarle condimento a la polémica -que cobró una víctima lateral: a Christa Wolf le fue recordado cómo en Muestra de infancia (1976) utilizó fragmentos de William Faulkner sin aclarar su procedencia-, el diario Die Welt consultó a la teórica búlgaro-francesa Julia Kristeva, quien a fines de los 60 trabajó sobre la noción de “intertextualidad”.
Dice Kristeva: “Acuñé el término ‘intertextualidad’ cuando llegué a Francia en 1965/66. Entonces la corriente más fuerte en las humanidades era el estructuralismo. El estructuralismo, groseramente, sostiene que cada forma de actividad humana es una forma de lenguaje que se puede sistematizar. Yo no concibo meramente al texto literario desde un sistema o estructura, sino desde un entorno y un contexto histórico o contemporáneo, que es previo a la creación de cada texto. Más aun, el texto también es compartido por el destinatario -una persona o un grupo social- que comparte y enriquece al texto. Estos dos parámetros no se incluían en la aproximación estructuralista. Yo, en cambio, consideraba al texto como perteneciente a ese espacio complejo que llamé intertextualidad”.
“Inspirada por la lectura de Mikhail Bajtin, evité focalizarme en un solo trabajo literario e introduje la noción de diálogo entre el texto con otro texto y del autor con la audiencia”, aclara la teórica. Al preguntársele por la frontera entre el plagio y la cita, dice: “Intertextualidad significa que los textos no son creados de la nada, sino que reflejan las influencias de cada autor y las determinantes del discurso que lo rodea. El autor cita o bien explícitamente, poniendo comillas, o bien plagiando. El problema es que el derecho a citar y el derecho de autor de una creación cultural ya no son garantidos debido a varias tendencias del mercado y la internet. Se ha vuelto muy fácil copiar o imitar, sin demasiada intervención propia, simplemente haciendo ‘corto y pego’. En mi opinión, es uno de los puntos débiles de la cultura moderna e implica una gran crisis para nuestro concepto de la creatividad. El concepto del sujeto, del individuo creativo, que heredamos del judaísmo y el cristianismo, está colapsando. Se nos escapa el concepto de unicidad de Duns Escoto, una unicidad que tiene límites que son respetados por otros. Es por eso que hay tantos casos de plagio, abuso y manipulación de propiedad intelectual, que ya no están prohibidos por la palabra del Señor. Tenemos que pensar a largo plazo y reconsiderar las condiciones y límites de la creación individual”.
Todo es blog
La Declaración de Leipzig surtió efecto: el jueves se entregaron los premios de la Feria y Axolotl Roadkill no obtuvo ninguno. La publicidad extra, sin embargo, no le debe de haber hecho mal a la novela, y considerando el currículum de su creadora, de apenas 17 años, cabe esperar que se trate de un mojón más: Hegemann ya es autora de una obra de teatro (Ariel 15, 2007), guionista y directora de un corto (Torpedo, 2009) y protagonista de un episodio de la serie Deutschland 09 (que cuenta la historia reciente de Alemania), donde aparece en un encuentro entre Susan Sontag y la guerrillera Ulrike Meinhoff (una toma de ese programa ilustra esta nota).
Además, en su corta pero intensa carrera, Hegemann ya deslizó una frase que describe una de las claves que mueve a la industria editorial actual: “La originalidad no existe, sólo la autenticidad”. Aunque tal vez alguien lo haya dicho antes.