Kathryn Bigelow aparenta varios lustros menos de sus 58 años, posiblemente gracias a su afición a los deportes extremos, y es una mujer muy atractiva. Pero a pesar de ello y de haber estado al frente de varias superproducciones hollywoodenses, su rostro era casi desconocido en la primera fila de la dirección de cine estadounidense, una comunidad que puede considerarse como una suerte de Club de Tobi artístico. El triunfo de Bigelow en la pasada edición de los premios de la Academia de Hollywood tiene varias facetas irónicas; Vivir al límite es en muchos aspectos uno de los films más modestos, al menos en lo presupuestal, que haya realizado la directora, y fue enterrado por la distribución a la hora de su estreno, subiendo a las carteleras de muy escasos cines en un puñado de ciudades. Pero tuvo la suerte de ser muy apreciado por varios críticos (no quedan muchos en la gran prensa estadounidense, pero algunos quedan), que la describieron como la única película importante sobre la guerra de Irak. Resucitada por esta reacción y por sus premios en algunos festivales menores, Vivir al límite -que ya había llegado al DVD- volvió a las carteleras, y simultáneamente Bigelow volvió a ser mencionada en los diarios por dos hechos ajenos al film. El primero fue la muerte del carismático actor Patrick Swayze; a la hora de repasar su carrera, la prensa de cine descubrió que en realidad sólo había realizado, más allá de su popularidad, una película realmente buena, Punto límite (1991), que fue revalorizada y ensalzada como su principal trabajo. La directora de Punto límite había sido Kathryn Bigelow. El otro espaldarazo casual fue el gigantesco lanzamiento de Avatar; ante el regreso del megalomaníaco James Cameron y su parafernalia de tecnología y millones de dólares, resultó muy destacable que una de las películas que se mencionaba como posible (y humilde) competidora a la desmesurada saga de los Na’vi hubiera sido realizada por su ex esposa, de quien se había separado al comenzar una relación en 1991 con la actriz Linda Hamilton, estrella de su película Terminator II.

Es decir; la competencia de los Oscar se planteó como una suerte de contienda entre David y Goliath, con el plus de que David (Bigelow, obviamente), además de carecer de los antecedentes arrogantes de Cameron, simbolizaba una concepción de cine más tradicional y sobrio, y ofrecía la oportunidad de premiar por primera vez a una mujer con el Oscar a Mejor Director.

Un Oscar merecido, ya que Vivir al límite es una buena película -tal vez inferior a la también nominada Bastardos sin gloria (Quentin Tarantino) pero sin duda superior al mal gusto general de Avatar-, pero que además sirve de excusa para repasar la trayectoria de una cineasta muy interesante y, hasta ahora, bastante desafortunada.

Cosa de hombres

Kathryn Bigelow nació en 1951 en San Carlos, en la soleada California (una procedencia que es muy evidente en sus films), pero se mudó a Nueva York para desarrollarse en las artes plásticas como pintora. Trabajó en el prestigioso museo Whitney y estudió en la Universidad de Columbia, donde fue alumna de Susan Sontag. Pero a su regreso a California se interesó en la comunicación audiovisual. Su primera obra, un corto llamado The Set-Up (1978), delataba su formación intelectual -era una pieza experimental en la que dos semiólogos deconstruían desde el voiceover una pelea entre dos hombres- y planteaba a la vez uno de sus principales intereses: la violencia. Este interés se hizo patente en su primer largometraje, The Loveless (1982), que presentaba a un joven Willem Dafoe y trataba de un tema clásico de la violencia californiana: las pandillas de motocicletas. The Loveless pasó más bien desapercibida, pero consiguió que Bigelow pudiera realizar su primera película de cierta importancia, y para algunos la mejor de toda su carrera: Near Dark (1987).

Tal vez hoy en día haya perdido algo de su impacto y originalidad, sobre todo teniendo en cuenta la enorme cantidad de películas y series televisivas actuales revisando y reinventando el mito vampírico, pero Near Dark fue una obra realmente revolucionaria en su momento. Casi una década antes de Del crepúsculo al amanecer (Robert Rodríguez, 1996) y Vampiros (John Carpenter, 1998), Bigelow se inspiraba en las películas de John Ford para realizar una mezcla de western y road movie en la que los protagonistas eran vampiros. Una película novedosa, climática, en la que demostraba su background plástico y su notable composición de planos visuales, así como su habilidad para filmar escenas de violencia extrema, que sorprendía a los espectadores al descubrir que quien estaba detrás de cámaras era una mujer. Near Dark perdía bastante impacto en su flojo final, en el que los vampiros de la pareja protagónica volvían a hacerse humanos en una resolución bastante forzada, y su desempeño en las taquillas fue bastante pobre, pero resultó un film muy influyente que con el tiempo se ha convertido en una película de culto. Actualmente se está preproduciendo una remake de esa película.

Luego de Near Dark y de un popular videoclip de la banda New Order (“Touched by the Hand of God”) en el que los flemáticos músicos británicos aparecían ataviados como estrellas de heavy metal, Bigelow filmó el policial Blue Steel (1990), protagonizado por la maravillosa Jamie Lee Curtis, una incursión menor (y violenta, para variar) en la temática de los asesinos psicóticos. Su siguiente film, el ya mencionado Punto límite, fue una obra más personal y a la vez más exitosa; trataba de un policía (Keanu Reeves) infiltrado en un grupo de surfistas comandados por una suerte de gurú (Patrick Swayze), cuya fascinación por el peligro los ha convertido en asaltadores de bancos. Menos violenta que sus películas anteriores, Punto límite no era menos masculina y desarrollaba el gusto de Bigelow por los deportes riesgosos (la directora es alpinista y ha escalado el Monte Kilimanjaro), y a pesar de algún rasgo melodramático se trataba de una película sumamente efectiva y vertiginosa, en la que casi no había personajes femeninos y sí una carga más o menos evidente de homoerotismo. Sería el primer y último éxito de Bigelow en casi dos décadas.

Días extraños, fracasos inesperados

Luego de Punto límite llegó Días extraños (1995), una película cuyo rasgo más distintivo es que es uno de los únicos fracasos comerciales en los que estuvo envuelto James Cameron, quien ya se había divorciado de Bigelow pero que escribió y produjo el film. Días extraños era un film de ciencia-ficción inspirado en la literatura cyberpunk de autores como William Gibson y Bruce Sterling, presentando una investigación policial en un mundo en el que las personas pueden vivir las sensaciones de otras mediante implantes cibernéticos. La película tenía un montón de atractivos novedosos y estaba filmada con pulso de hierro por la directora, pero se venía abajo por culpa de un final aun más feo y forzado que el de Near Dark. A pesar de haber sido ampliamente promocionada, Días extraños se hundió en la taquilla y Bigelow desapareció durante un lustro.

Su regreso fue una película de bajo perfil y nula acción violenta, El peso del agua (2000), basada en una novela dramática de Anita Shreve. El film tuvo críticas positivas pero fue enterrado durante los dos años que demoró en estrenarse luego de su première, y a pesar de contar en su elenco con figuras como Sean Penn y Elizabeth Hurley, pasó desapercibido. Bigelow volvió a su territorio más habitual con K-19: The Widowmaker (2002), una película de enorme presupuesto protagonizada por Harrison Ford que contaba la historia más o menos real de un desafortunado submarino ruso. Un navío tan desafortunado como la directora de su historia, ya que a pesar del dinamismo de su tensa narración y sus efectivas actuaciones, la película fue un fracaso aun mayor que Días extraños. Tal vez haya sido que el público estadounidense no se sentía atraído por un film en el que todos los personajes y héroes son rusos, o el hecho -ya algo habitual en las películas de Bigelow- de que no había ni un sólo personaje femenino de importancia, pero casi nadie fue a ver K-19, lo cual es una lástima, ya que se trata de una película bastante redonda y emocionante.

No es de extrañar entonces la desconfianza de las distribuidoras y los estudios hacia el trabajo de Bigelow -que sin embargo es bastante tradicional y accesible, ni las dificultades de difusión que tuvo Vivir al límite, pero esta película realista, parca e intensa consiguió finalmente darle a Bigelow ese lugar en Hollywood que le resultaba tan esquivo y convertirla en la primera mujer que entra en el club de directores laureados por la Academia. Con una violenta y masculina película bélica en la que todos los personajes principales son hombres, lo cual no debería extrañar a los seguidores de esta mujer de acción.