Fue un impacto leer Jet Gálvez a los nueve años. Yo ya era consumidor de “superhéroes” desde hacía rato, y me entusiasmaban las historietas uruguayas que se metían con el subgénero. Pero hasta entonces todas las creaciones locales situaban la acción en un más allá histórico o geográfico, intentando camuflarse con los productos que las habían inspirado. Por ejemplo, El Halcón, de Barreto, que aparecía en El Día de los Niños, era un prodigio de ilustración, aunque tan cercano a mi entorno como una página de Conan o Tarzán. Jet Gálvez tampoco era un personaje absolutamente original -podría ser un primo pelirrojo de Buck Rogers-, pero en su uniforme lucía una bandera uruguaya. Eran años de dictadura y uno ya había aprendido a sospechar de los símbolos nacionales. Sin embargo, aquel detalle en la vestimenta del héroe espacial cobraba un sentido distinto al de la propaganda política, porque quería decir que aquella historieta tan bien dibujada, tan entretenida, había sido hecha aquí. Por eso la publicaba a todo color la revista que me compraban por entonces, Patatín y Patatán.

Jet Gálvez apareció sólo unos meses alrededor del verano de 1980-81. El nombre de su autor -¡guionista y dibujante!- me quedó grabado para siempre. Después supe que era también escritor (ver nota principal o visitar http://urumelb.tripod.com/autores/fedirici/index.htm) y más tarde me enteré de que antes de crear Dinkenstein, en 1973, había publicado una tira diaria, Barry Coal (protagonizada por un neoyorquino detective negro), en los periódicos que Fasano editaba en la predictadura.

Aunque nunca me olvidé de Jet Gálvez, durante mucho tiempo no quise volver a leer la historieta; tenía miedo de arruinar aquella impresión infantil. En realidad, no había riesgos: Jet Gálvez (que “quiso ser un sentido homenaje a las clásicas de los años 50 y a ‘los futuros de antes’, por así decirlo”, me dice ahora Federici) está más llena de guiñadas delirantes a la ciencia-ficción, a la historia del cómic y a la nacionalidad oriental de lo que me parecía hace unos años. Y su dibujo, que entonces me recordaba al del grandioso Curt Swan (el que definió a Superman desde fines de los 50 hasta los 80) sigue siendo maravilloso y -ahora se ve- único.