-Éste es el primer festival que no es programado por Martínez Carril, ¿no es así?
-Es verdad, este año es el primer festival que no programa Manuel. Al principio comenzamos trabajando con la idea de tener un director artístico, pero al final Cinemateca no estaba en condiciones de aportarle el presupuesto que necesitaba para hacer un festival que se pareciera mínimamente al que quería hacer. Finalmente se conformó un equipo amplio, de once personas, que trabajó por secciones o sectores de la programación y que trató de hacer el mejor festival posible, y creo que el resultado ha sido muy bueno. Martínez Carril es este año el presidente del jurado y, desde su retiro, una especie de voz en off que frecuentemente comenta lo que hacemos. No siempre son críticas, mayoritariamente son firmes señalizaciones, por decirlo de una manera amable.
-Entre los cambios más notorios de esta edición está el trabajo con salas que no son de Cinemateca, con un autocine incluido (ver la diaria de ayer). ¿Se mueve hacia eso el Festival, hacia algo que incluye a otras instituciones o empresas?
-No es la primera vez que el festival integra salas del circuito comercial. Si mi memoria no falla, por lo menos se hizo con los cines Hoyts y Alfabeta, con lo que el festival estuvo, por ejemplo, en las salas del shopping de Punta Carretas. En Cinemateca bromeábamos sobre nuestro viejo prurito sobre la venta de pop y pensamos que mientras durara el festival lo deberíamos llamar “rock” para darle un aire más contestatario. En un momento hubo incluso una coprogramación de Cinemateca con la sala 8 y1/2 del Moviecenter cuando estaba afiliada a la Fundación BankBoston y quería tener el perfil que su felliniano nombre señala. Además Cinemateca inauguró también a principios de 2000 un sistema de estrenos compartidos con las salas del circuito comercial y que se llamó Viva la diferencia. Así estrenamos en Cinemateca 18 películas que habían comprado los distribuidores comerciales pero que preferían lanzar primero en Cinemateca, porque el público al que iban dirigidas era de perfil cinematequero, por decirlo de alguna manera, y, al revés, películas que anduvieron muy bien en Cinemateca luego tuvieron una segunda semana en el circuito comercial. Fueron decenas de películas en conjunto, desde Zatoichi de Kitano a El arca rusa de Sokurov pasando por rarezas como Mercano el Marciano de Juan Antín o Las trillizas de Belleville de Sylvain Chomet. El festival ya estuvo el año pasado en el cine Casablanca y este año se suma el Libertad. Lo del autocine es un viejo sueño de Felipe Reyes, que creo que comenzó cuando movió cielo y tierra para estrenar I’m Not There y no lo logró, pero que luego se sacó las ganas con Shine a Light. En este caso es una colaboración entre Cinemateca, que pone las películas, Felipe Reyes que pone el empecinamiento y Álvaro Caso, de los Alfabeta, que pone los proyectores.
-A menudo se jactan -o se quejan- de ser el festival uruguayo organizado con menos dinero. ¿Hasta dónde rinde ese modelo, ahora que hay un festival con un esquema opuesto (pocas películas, más presupuesto) como el de Punta del Este?
-Yo creo que ni nos jactamos ni nos quejamos, sólo lo decimos, porque hay veces que la gente piensa que los problemas que pueden surgir son fruto de la desidia cuando, por lo general, son fruto de la pobreza. El Festival de Punta del Este tiene un presupuesto siete u ocho veces mayor que el nuestro, así que si ellos trajeron 80 películas, para estar empatados en la relación presupuestal tendríamos que hacer un festival con 10 y parece obvio que eso no sería un festival. O al menos no sería un festival para los socios de Cinemateca. En Punta del Este creo que nunca hay diez películas distintas en cartel en la misma semana, así que incluso, aunque su Festival fuera muy pequeño, seguiría siendo un gran evento. No es ése el caso de Cinemateca, que todas las semanas del año pasa por lo menos 25 películas distintas. Y si sos una institución de 58 años y pasás 100 películas por mes no es extraño que para llamar a algo “festival” tengas que hacer otra cosa.
-En el último boletín de Cinemateca se afirma que el Festival es el momento en que la labor de gestión de Cinemateca -que ha sido fundamental para acercar a decenas de filmes importantes a nuestro medio- se hace manifiesta. Esto se contrapone a la visión de Cinemateca como un simple archivo. ¿Cuál es el debate de fondo?
-El debate de fondo es de qué se habla cuando se habla de Cinemateca. Hay quienes ven solamente un archivo de películas, un gran patrimonio audiovisual, que sin duda lo es. Sin embargo, ver sólo el patrimonio es ser muy corto de vista, porque Cinemateca es, además de un archivo, una de las instituciones culturales más importantes del Uruguay, y sin temor a equivocarme digo que es única en el mundo. Me parece obvio que si hay un consenso en señalar que el archivo es un patrimonio muy importante debería ser igualmente obvio que para ser capaces de señalar un valor antes hay que haber aprendido por qué eso es valioso. Quiero decir, si le mostrás el Guernica a un extraterrestre no creo que se emocione mucho… El patrimonio que Cinemateca ha coleccionado, preservado y puesto a disposición de los uruguayos es valioso porque los uruguayos aprendieron a valorarlo viéndolo. Y no sólo viendo esas películas sino otras que vinieron y se fueron y que, de alguna manera, ayudaban a tener una visión más completa de ese gran cuadro que puede llamarse el arte cinematográfico mundial. Cuando decimos que es durante el festival que esa gestión brilla con más intensidad es porque puede verse, por ejemplo, que Cinemateca es capaz de reunir, con bien poco dinero, un conjunto de películas muy importantes y que seguramente no pasarían por aquí de no ser por esa gestión tenaz.
-La enumeración de autores cuya primera película se exhibió en el festival es impresionante.
-Te das cuenta de que son nada más ni nada menos que… todos. De Almodóvar a Kaurismäki, de Jarmusch a Kim Ki-duk, nombrá un director de cine contemporáneo interesante y la primera película de ese director en Uruguay la pasó Cinemateca. ¿Quién iba a pasar Julien Donkey-Boy, de Harmony Korine, por ejemplo? Sin embargo Cinemateca sigue estando bastante sola. Es verdad que hemos recibido apoyo del Estado en los últimos años, sin el que seguramente estaríamos en peores problemas: fueron exactamente 220 mil dólares en cinco años, lo que puede ser mucho o poco, según cómo se lo mire. Entonces, cuando preguntás cuál es el debate de fondo, para mí la respuesta es que es bastante obvio que Cinemateca sigue, más o menos, parada en la misma baldosa de siempre, con las mismas fortalezas y las mismas debilidades, sólo que de un tiempo a esta parte todo el mundo se puso a hablar mucho del patrimonio y a hablar mucho de la memoria (audiovisual y de cualquier tipo). Así que creímos necesario decir claramente que no se trata únicamente de salvar el patrimonio, sino de saber de una buena vez si existe la voluntad de tenderle una mano firme y decidida a la Cinemateca, cuya función e importancia excede en mucho la de ser guardiana de un patrimonio. Todos sabemos que la Cinemateca es relevante, primero porque no hay en el mundo una institución privada que te enseñe, te sacuda, te entretenga, te emocione, te divierta, te avive, te junte con tus pares, te informe y te enaltezca por cuatro pesos (literalmente) por día. Luego, es importante porque esos cuatro pesos se vuelcan a la misma institución para reproducir esa gestión y para que exista ese patrimonio del que todos hablamos. Para que la Cinemateca no sólo se mantenga como gato entre la leña sino que mejore, se necesita un poco de voluntad política, por un lado, y que la voluntad social que siempre ha sostenido a la institución se extienda y crezca. Pero antes que eso se necesita que el Estado y la sociedad vean el conjunto, porque podemos meter el archivo en una preciosa caja de cristal climatizada y sin la gestión, la inserción nacional e internacional, la inquietud y el tesón que han sido característicos de la Cinemateca, quedarán unos tristes rollos de película medio gastados que en el futuro nadie sabrá por qué eran valiosos.