El día espectacular, con un sol radiante, se presentaba propicio para disfrutar de las variadas actividades. Estaban por un lado, en los galpones de bovinos y suinos, más de trescientos artesanos, todos abocados a diversas técnicas: cuero, madera, plata, vidrio, papel, cartón, tela, lana, hilo, mate, mimbre, entre otras materias primas. Se apreciaba para variados gustos y estilos, claro que con cierto predominio de los motivos campestres y reminiscentes de la tradición criolla (mates, bombillas, materas, sombreros, botas y adornos en general). El local España albergaba la “muestra agrícola”, con venta y degustación de licores, mermeladas y aderezos, prolija y atractivamente presentados. Las plazas de comida se fueron llenando de a poco, los espectáculos artísticos estaban inactivos y sobre el final de la tarde fueron comenzando.

La gran atracción estaba en torno al ruedo. A la una de la tarde ya estaban ocupados varios lugares de las tribunas numeradas, las jineteadas comenzaron sobre las 14.00. En el borde lateral, donde se podía observar al público que pagaba la entrada general, había familias enteras que desplegaban sus campamentos: reposeras, almuerzos caseros y hasta paraguas abiertos para protegerse de un sol que marcaba presencia.

Jineteadas

El ruedo fue poblado inicialmente por jinetes que portaban las banderas nacionales, así como los pabellones de Argentina y Brasil, dado que es un certamen internacional que incluye a los países vecinos. El punto máximo de la presentación tuvo lugar al escuchar el himno nacional, que motivó un silencio uniforme y que buena parte del público se pusiera de pie, incluso las personas que estaban cómodamente sentadas en las reposeras.

La jineteada comenzó con la competencia en pelo (oriental), en la que treinta jinetes montaron los caballos indomables (que nunca fueron domesticados y cuanto más bravos, mejor), les clavaron sus espuelas y trataron de que no los derribaran antes de los diez segundos. Todo transcurrió con normalidad, el público acompañaba aplaudiendo, alentando aun en las malas.

Dalton Delgado, capataz de campo del Prado, dijo a la diaria que participan 90 jinetes de todos los departamentos del interior del país, así como de Argentina y de Brasil.

Los jinetes que llegan a la Semana Criolla son una selección de los que participan en las numerosas criollas que se desarrollan fluidamente en el interior de nuestro país, así como también se llevan a cabo en los países vecinos. El capataz de campo es quien hace esta selección. Los participantes tienen un promedio de 25-26 años, dijo Dalton; la edad “fructífera” está entre los 20 y los 30 años.

Durante los ocho días que dura la Criolla los jinetes reciben hospedaje, comida y se les paga “por subir al caballo, ganen o pierdan”, explicó Dalton, resaltando que eso sólo sucede en la Criolla del Prado y que ni siquiera se hace en los torneos de los países de la región.

Los jinetes compiten en cuatro categorías: en pelo, nacional e internacional; y en basto, oriental y argentino. En cada categoría se entregan cinco premios (que van desde los 11.500 a los 24.500 pesos), y también hay menciones especiales. En total, se destina un millón de pesos en premios.

Hay también un concurso de tropillas. Los caballos que se jinetean pertenecen a veinte tropilleros, cada uno de ellos tiene quince caballos. El concurso entrega cinco primeros premios, que van desde 54.000 a 90.000 pesos, así como menciones especiales, destinándose en total 1.100.000 pesos.

Además de los jinetes y tropilladores, el capataz de campo coordina el trabajo de otras 60 personas: rondaneros (los que llevan el caballo al ruedo), apadrinadores (acompañan al jinete y lo desmontan), palenqueros, desensilladores, relatores y cocineros.

La semana criolla reúne a doscientas mil personas, pero a simple vista, más que la cantidad en sí, deslumbran los atuendos que evocan un Uruguay campestre. Por un lado, esto es homogeneizado (y motivado) por reglas del concurso, en las bases se expresa: “La vestimenta de los concursantes deberá ser tradicional, de acuerdo con el detalle que sigue: bombachas, botas de potro o de trabajo curtidas, chambergo o sencillamente vincha, pañuelo de golilla de cualquier color, espuelas de hierro lloronas o chillonas a excepción de espuelas militares o espuelines. En ningún caso será admitido el uso de gorra de vasco, alpargatas o zapatillas”.

Pero también hay otras marcas que hacen alusión a un mundo que no vemos a menudo, caras marcadas por el sol y el trabajo, acentos peculiares, intereses poco relevados, que devuelven una cara de nuestro país que no se vislumbra con facilidad desde la capital.