El 17 de marzo se inauguró en la Malt Cross Art Gallery de Nottingham la exposición Los sueños de la caja del cerebro, en la que Álvaro Pemper (Montevideo, 1965) exhibía parte de su serie Las contorsionistas. El evento contaba con el auspicio del departamento de Español, Portugués y Latín de la Universidad de Nottingham; su curaduría estaba compartida entre Naomi Terry y Amy Fish, de la galería, y Jeremy Roe, de la universidad.

A una semana de la inauguración, uno de los miembros del consejo que patrocina la galería -compuesta por representantes de las fuerzas vivas de la ciudad- visitó la muestra y se escandalizó ante dos desnudos femeninos representados en los cuadros de Pemper. Según el artista, el consejero “sintió que su fe se veía resquebrajada ante un par de carnosas vulvas pintadas por un servidor. Entre hipos y vahídos, clamó por decencia, invocó sus poderes, armó un escándalo, enloqueció a las pobres minas de la galería y demandó la retirada de esos dos cuadros”.

El consejero exigió la remoción de los dos cuadros en cuestión. Así ocurrió, y a los pocos días Pemper decidió bajar toda la muestra. Con la adición de otras obras, Los sueños de la caja del cerebro continuará su periplo en Barcelona, “en una sala aptamente denominada Espacio Infame”, de acuerdo a Pemper.

Radicado en España desde hace cinco años con su pareja, la también artista Virginia Patrone, Pemper es integrante -junto con Carlos Seveso, Carlos Musso, Eduardo Cardozo y Fernando López Lage, entre otros- de la generación de artistas visuales que emergió sobre el fin de la dictadura y los inicios de la restauración democrática.

El artista comenta: “No me había pasado nunca algo así; directamente las galerías te rechazan antes de exhibirte. La censura existe y está viva y fresca, plena de ideas y recursos, y se aplica con regularidad monótona. Eso sí, en la prehistoria de los 80, en un salón que no recuerdo que se colgó en el Blanes, nos expusieron al benemérito Osquítar Larroca y a mí en un saloncito aparte con una silla obstruyendo la puerta, que tenía pegado un cartel que anunciaba: ‘Imágenes que podrían herir la sensibilidad del espectador’. Eso fue en la era pre-Peluffo, cuando Uruguay era una fiesta y el acervo del Blanes se pudría en los sótanos inundados”.

Pemper cree que el miembro del Consejo que censuró su muestra actuó amparado por convicciones religiosas. No deja de llamar la atención que el suceso no haya sido recogido por la prensa británica, usualmente pródiga a la hora de denunciar casos similares en sitios como China o en países donde los preceptos islámicos son ley.

El sitio en Facebook de la Malt Cross Gallery, por su parte, tiene como único vestigio de la malograda exposición de Pemper un letrerito que avisa: “Este evento ha sido cancelado”.