Tal vez no era un nombre ampliamente conocido en nuestro medio, pero estábamos hablando de un músico cuyas canciones fueron versionadas por David Bowie, John Cale, Iggy Pop, Sex Pistols y Joan Jett (“Pablo Picasso”, los tres primeros y “Roadrunner”, los dos últimos) y que, además, lideró The Modern Lovers, la banda proto punk de Boston que comenzó a componer canciones de dos y tres acordes sobre melodías pop calcadas de Velvet Underground a comienzos de los setenta. No hubo mucha publicidad para el recital, casi no hubo entrevistas ni muchas reseñas sobre su obra con el fin de crear expectativas en su visita, y toda la promoción se redujo a unos pocos afiches en la calle y unos flyers bastante difíciles de encontrar. De todas formas, a la hora del show el local estaba casi lleno, con un público de todas las edades. Les tocó abrir el espectáculo a los locales Hablan Por La Espalda, que presentaron una serie de temas de Macumba, su último disco de estudio, más algún cover del Flaco Barral de Días de Blues. Los que habían visto por última vez a los HPLE años atrás comentaban: “¿Ésta no era una banda hardcore rarísima?”. En fin, renovarse es vivir.

Apenas la banda se bajó del escenario, cinco plomos empezaron a desarmar los equipos y en cuestión de cinco minutos no quedaba nada más que una batería minimalista y una jirafa con dos micrófonos. Ni equipos ni cables, ni nada. El músico presentó un espectáculo enteramente acústico con el baterista Tommy Larkins (con quien se lo puede ver tocando en la película Loco por Mary). Richman subió al escenario con su guitarra todavía en el estuche, la afinó e inmediatamente se puso a rasgarla y a cantar en español (“Para qué venimos, sino a fracasar”, repetía) mientras Larkin intentaba acompañar la constante fluctuación rítmica (producto de la espontaneidad del cantante y no porque los arreglos fueran complicados).

Cada vez que Larkins daba un golpe en falso, a causa de las constantes improvisaciones de Richman, se escuchaba una cavernosa carcajada de parte del baterista, que volvía a acomodarse rápidamente. Quienes estaban más cerca del escenario podían escuchar el sonido del dúo sin amplificar; el público permaneció la mayor parte del tiempo en un silencio respetuoso hacia el nivel mínimo de volumen que salía del escenario.

Como ha hecho últimamente, Richman presentó un repertorio en cinco idiomas (inglés, italiano, hebreo, francés y, por supuesto, español), incluyendo canciones de The Modern Lovers y otras composiciones muy misteriosas sobre el amor, el alcohol, la felicidad y la razón. Entre el sonido casi de fogón, la absoluta espontaneidad y las palabras en español, el cantante logró una comunión muy especial con el público. Richman ha devenido en un performer muy especial, se lo puede ver deteniendo las canciones para profundizar en un aspecto de la letra, agitando panderetas, o improvisando coreografías en plan reina del Carnaval.

Luego del recital, me encontré con un productor y le pedí el mail de Richman para hacer esta nota y para poder preguntarle sobre el público montevideano. Me dijo que el tipo no hace notas por correo electrónico y que sólo hizo una para radio, pero que del recital se iba a un bar y que ahí podría abordarlo con mis preguntas. Al final, aproveché una distracción de la seguridad y seguí el pasillo hasta que llegué al backstage. Ahí estaban Richman y Larkins solos y en silencio. El cantante, que estaba cubierto con una especie de poncho, me mostró una cuadernola con hojas cuadriculadas en la que podía leerse: “Por recomendación del médico, Jonathan Richman no puede hablar después de sus shows en vivo”. Le dije algo sobre que había sido un show muy improvisado y que eso era algo bastante difícil de ver en esta ciudad. La cara le cambió y se puso a escribir en la cuadernola las palabras que a continuación transcribo: “¡Esto es interesante! Por alguna razón me hubiera imaginado que en una ciudad que parece tan literaria y tan íntima habría quizás una ‘escena’ de bandas que improvisan”. Le dije: “Se podría encontrar bandas que improvisan, pero muy pocas dentro del rock”. Me estiró una tarjeta personal y me dijo “escríbeme” (en español). Me dijo que, más allá de que fuera sólo una primera impresión, mientras tocaba había podido notar que, como público, los montevideanos eran capaces de distinguir y de sentir la música que vino a tocar. Si él lo dice...