Los hermanos Spierig son, junto con Greg McLean (Wolf Creek, Rogue), los responsables de un cierto renacimiento de un cine fantástico australiano que supo tener su cuarto de hora en los años 80, cuando los cineastas de aquellas latitudes demostraron que podían ser bastante más brutales y originales que sus colegas ingleses y estadounidenses. Los Spierig en particular son responsables de Undead (2004), una divertida -y violentísima- aproximación al universo zombie en clave de comedia desaforada. Vampiros del día es su desembarco en Hollywood, con un presupuesto considerable y varios actores conocidos, y en cierta forma es también un acercamiento muy poco tradicional al mito vampírico.
En el mundo de Vampiros del día, un virus proveniente de los murciélagos ha convertido a buena parte de la población de la Tierra en bebedores de sangre, y ellos se han encargado de transformar a casi todos los sobrevivientes en criaturas similares o de fagocitarlos. El planteamiento es similar al de la novela Soy leyenda, de Richard Matheson -ya llevada demasiadas veces al cine-, pero con algunas interrogantes lógicas: si casi todo el mundo es vampiro, ¿de dónde sacan la sangre humana con la que alimentarse? Y de no poder hacerlo, ¿qué pasa?
Éste es el dilema en torno al cual los Spierig hacen girar su película, siguiendo a Edward (Ethan Hawke), un científico -vampiro renuente- enfrentado a la imposibilidad práctica de crear sangre humana sintética y con la apocalíptica posibilidad de que se terminen las últimas personas con las que alimentar a la población vampírica, la que, ante la abstinencia, degenera en unas criaturas salvajes y parecidas a grandes murciélagos. Edward se contacta con una de las últimas células de humanos sobrevivientes, quienes se comunican con él para transmitirle una posible cura del vampirismo, por lo que queda situado en una incómoda situación entre la persecución de los vampiros, que lo consideran un traidor, y la desconfianza de los humanos.
Si bien en el cine de terror las metáforas políticas son habituales, en Vampiros del día son tan evidentes como en la casi contemporánea Sector 9, y el agotamiento de los recursos naturales ante la depredación de los humanos (o, en este caso, de los semihumanos) le da un cierto cariz ecológico a todo el asunto. No es la única inclinación política, ya que también hay varias observaciones fácilmente interpretables como referencias al racismo, a la cambiante concepción de “minoría” e incluso al genocidio (hay algunas escenas un poco desubicadas en las que la exterminación de los vampiros degenerados está tratada con una estética similar a la de los campos de concentración). Por otra parte, el principal mal representado en la película no es el ansia de sangre de los vampiros, sino el mucho menos sobrenatural afán de poder y riqueza de su clase dominante. Sin embargo, y a pesar de ser bastante explícita, Vampiros del día sobrevuela estas temáticas de manera superficial, y su inclusión parece más bien una guiñada supuestamente seria sobre una trama más bien frívola y aventurera, más orientada a ser mencionada en reseñas como ésta que a provocar cualquier tipo de reflexión profunda del espectador.
Los Spierig son hábiles artesanos y constructores de imágenes, y le dan a su mundo un tono azulado y estetizado -pariente simultáneo de la saga Underworld, de Len Wiseman, y de la saga The Matrix, de los hermanos Wachowski- sobre el que resaltan muy bien las abundantes explosiones de hemoglobina. El elenco cumple bien con sus roles, especialmente un Willem Dafoe que parece estar divirtiéndose como loco en su rol de ex vampiro sureño y fierrero. Pero tal vez lo mejor sea una serie de apuntes sobre las soluciones de esta sociedad vampírica a algunos problemas clásicos de su género, como no poder reflejarse en los espejos (algunos gansos siempre nos hemos preguntado cómo hacía Drácula para mantenerse tan atildado sin poder ver su imagen) o desplazarse de día. En esos momentos los hermanos demuestran un sentido del humor asordinado y cultista mucho más efectivo que sus desganadas sugerencias sociales.
Aunque tiene muchos elementos para convertirse en una película amada por los seguidores de esta clase de cine, Vampiros del día desilusiona un poco -especialmente en su segunda mitad, más desaforada pero repetitiva y falta de energía- en relación con la gran película que podría haber sido. Sin decidirse entre tomar las cosas en serio o simplemente divertirse eviscerando quirópteros humanoides, a Vampiros del día le falta -paradójicamente- un poco de sangre, un poco de vitalidad y emoción que justifique un universo tan bien armado. Pero por supuesto que salva cualquier domingo frío, lo cual hoy en día es un lujo.