Además, revive imperdibles escenas de los programas de humor (Telecataplum, Jaujarana, Hupumorpo, Comicolor, Hiperhumor y Decalegrón) que desde 1962 hicieron capote en la televisión de nuestro país, Argentina y Chile.

La historia del humor en la televisión uruguaya comienza en 1962 como iniciativa de los hermanos Jorge y Daniel Scheck, que bajo el seudónimo “Los Lobizones” se propusieron libretar un programa de humor uruguayo; así fue como se reunió a Eduardo D’Angelo, Ricardo Espalter, Enrique Almada, Andrés Redondo, Raimundo Soto, Henny Trayles, Berugo Carámbula y Julio Frade.

“Los tipos tenían que ver con la prensa y querían hacer un programa, pero ahí todos nos juntábamos y charlábamos. Queríamos hacer un programa cómico diferente; ya sabíamos cómo era lo que venía de Buenos Aires. Estaban los grandes monstruos, como Sandrini o La revista dislocada, pero acá queríamos hacer una cosa distinta, lo que realmente sentimos los uruguayos. Por eso cuando nos hicieron una prueba en 1963 decían ‘¿y estos tipos de dónde salieron?’, porque hacíamos de todo: cantábamos, bailábamos, hacíamos pantomima, cada uno inventaba su gag. Ese equipo de primera no se repitió”, afirma el actor.

Para D’Angelo el entusiasmo por la comedia se despertó junto con la pasión por el cine, y prueba de ello es la gran colección de películas que posee, de más de 6.000 títulos: “En mi casa mi madre era fanática del cine, porque lo que había era la radio, el teatro y el cine. No había televisión. La película que realmente me impactó es Soñando despierto, con Danny Kaye. De esa película me quedó todo: los colores, las voces, los gestos, y yo quería ver cosas cómicas. En cine había de cowboys, de Tarzán, pero cómicas no. Ahí están los maestros y en mi espectáculo yo los exhibo a todos: Laurel y Hardy, los cómicos italianos (Totó, Alberto Sordi), Abbott y Costello. Yo veía a estos cómicos y me ponía frente al espejo a hacer todas las mímicas que hacían ellos, me encantaba. Cuando los veía quería estar en el negocio de la risa, quería estar en esa fábrica de sueños. Tenía que estar. Además me imponía superar lo que yo imitaba”.

Esta pasión por la pantalla grande lo llevó a crear sus propias películas. Uniendo su facilidad para el dibujo con la habilidad para imitar distintos personajes, hacía films en tiras de papel higiénico, en donde también dibujaba historietas y reproducía el formato de revistas que difundían la vida y los éxitos de las estrellas del cine y la televisión, como Antena o Radiolandia. “Para estudiar fui un desastre pero con el dibujo siempre anduve bien. Mientras los otros niños iban a jugar al fútbol, yo estaba dibujando. Y después de que terminaba de dibujar me armaba un argumento, porque yo veía una foto de una película y ya me hacía una idea de cómo podría ser, sin haberla visto. Luego hacía casi una filmación en que a la orden de ‘luz, cámara, acción’ empezaba la ficción y hablaba yo solo. Todo el sueño artístico estaba metido en mí, yo era eso”.

Ya adulto, D’Angelo creó y realizó programas de televisión y radio en los que el punto fuerte fue su particular habilidad para imitar voces, como en El hombre del doblaje, El show de las mil voces de Eduardo D’Angelo, Moviola 4, De buen humor, ¿Te acordás, Montevideo?, Platea familiar y Matinée de barrio. A pesar de su gran pasión por el cine, hizo pocas películas, pero se dio el gusto de actuar junto con Daniel Day Lewis en La eterna sonrisa de New Jersey (1989): “Yo no sabía hablar inglés y él se quedaba sorprendido de cómo podía hablar imitando a Gary Cooper, a Marlon Brando: el sonido era el mismo”.

Con ellos en el recuerdo es recomendable para repasar los antecedentes, los personajes y personas que dieron fama a una manera original de hacer humor y que fueron inspiración para grupos como Les Luthiers. Por otro lado, se trata de un ejercicio de memoria colectiva que ayuda a entender la historia de la televisión, de la que quedan muy pocos registros.

El estilo de D’Angelo, que insiste con “gags que harán reír y disfrutar a toda la familia”, tiene en su base el humor de situación y desarrolla un perfil que se contrapone al humor violento o de sátira tan común en la televisión de estos tiempos. “Siempre me gustó el humor lunático, descabellado, que era de los hermanos Marx, del cómico loco, del humor insólito. El humor violento no lo siento. Cuando hacíamos La farmacia con Yuyito González o con Noemí Alan nunca exagerábamos, no es necesario. Si la belleza de esa mujer está dando todo es mucho más simpático, no hay que estar aprovechándose de su físico exuberante para decir barbaridades”.

Como es costumbre en cada función en que D’Angelo es protagonista, al finalizar el espectáculo el actor se dirige a la recepción del teatro y en un acto de galantería se reúne con el público: “Yo bajo del espectáculo y salgo con la gente y la saludo. Porque tenés tu clientela. Cuando yo iba al cine iba a ver a Fulano de Tal; hoy a mí no me lleva una computadora a ver cine. A mí me gusta ir a ver al actor y con esto yo conozco a mi público. Es como mi familia, y se crea una magia linda. Es importante el contacto. Me gusta hacer espectáculos en vivo porque el público cambia en cada función y cada función cambia. Es lindo percibir la reacción de la gente, porque yo me inicié justamente en radio en las fonoplateas y la cosa era en vivo. Así ves a las personas”.