-¿Comenzaste en teatro con el personaje de Alzira?

-No, me hice conocido con Alzira por el pasaje por la tele. Empecé a estudiar teatro a los 15 años en la escuela de Carlos Aguilera. Yo era hiperobeso, traumado, y me moría por ser artista de Hollywood. Siempre quise ser actor y empecé a hacer teatro, pero lo que en realidad quería era hacer cine. Quería esperar a adelgazar para empezar a estudiar actuación, pero una amiga de mi mamá me anotó en la escuela de teatro. En el primer examen me tocó hacer de madre, padre y policía, tres cosas que hoy me doy cuenta de que podría hacer perfectamente porque tengo las tres energías. Compuse el personaje de la madre súper dramático y cuando lo terminé de hacer la gente se moría de la risa. Después entré a la EMAD e hice los cuatro años.

-¿Cómo fue tu pasaje por la EMAD?

-Yo soy un poco outsider. Estoy en los lugares y no termino de pertenecer; me adapto, pero siempre hay algo que me hace no pertenecer del todo. En la EMAD me fue bárbaro, pero a su vez era visto como alguien que no pertenecía al lugar. Ahí empecé a escribir mi teatro, lo que yo quería hacer. De madera de nogal la escribí en 2003. Terminé la EMAD, me fue muy bien, como estudiante me destacaba. La evaluación fue muy interesante, porque en general la gente sólo conoce una faceta de lo que hago, y ellos evaluaron que no me podían encasillar en un género porque había hecho tanto humor como drama. Inclusive yo hice un unipersonal dirigido por Sebastián Bednarik, Abuelita dime tú, que estaba inspirado en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, de García Márquez. Primero lo hice en el Encuentro de Teatro Joven, después en Buenos Aires, y era una cosa que mataba. Era algo muy fuerte, absurdo pero fuerte. Me ponía en una cama y hacía un monólogo. Luego me fui a Buenos Aires, me tuneé, me hice el chico cool y me anotaba en castings, y ahí decidí el alias de Agösto en lugar de Agustín Silveira. Hice un espectáculo, Grasa, con José María Muscari en el Centro Cultural Konex, hice un espectáculo mío con Alfonso Tort. Después volví porque se complicó todo, vivía en una pensión, tenía que pagar el alquiler. Me vine y empecé a trabajar en publicidad, en producciones.

-¿Cómo se generó tu participación en La culpa es nuestra?

-Se necesitaba un piloto que tuviera un poco de humor, y me llamó Leonor [Svarcas], escribimos algunos guiones, yo le presenté unos personajes y bueno, pasó todo lo que pasó con Alzira. Lo trabajamos como un popurrí, dentro de lo cual estaba esto de hacer un bricolaje. Ahí lo escribíamos los dos. Después lo adaptaron las murgas y se generó una cosa con la gente que sigue hasta el día de hoy, porque acá soy más Alzira que Agösto. Y después vino lo del carnaval.

-¿Cómo entraste a ese mundo?

-Me llamó Marcel Keoroglián, y yo que no soy para nada carnavalero fui dos veces al Teatro de Verano a ver murga y me tentó. Él escribió ese cuplé de Daisy Tourné y me dijo que lo entregaba si yo lo actuaba. Yo le aclaré que no soy imitador y al final dije “bueno, lo hago”. Me puse a estudiarla a ella y salí a ensayar. La experiencia fue buenísima. Aparte participé en una murga que es bien tradicional, no me tocó una murga cool, y en carnaval estás como a prueba todo el tiempo, estás re exigido. En el primer tablado te tiran al agua a ver qué pasa contigo. Ni peluca ni nada tenía y yo dije “¿qué pasará acá?”. Había como 1.000 personas y fue genial: la gente se rio y estuvo bueno. Desde entonces no zafé ni un tablado. El contacto con la gente es genial. Y eso que yo no consumo carnaval. Fue como sacarme esos prejuicios, porque de repente estaba en el medio de una murga. Cantaba, bailaba, todo, y después salía y hacía el cuplé. La ministra me fue a ver al Teatro de Verano, es una copada. Fue y se vistió igual que yo, es divertida. Me encantó eso de estar ahí, en el Teatro de Verano con 7.000 personas, y vos ahí atrás que tenés que encarar, y corroboré que me gusta lo masivo. Después me decían “ministra” por la calle. 

-Convocaste a Iribarren y Blanco. ¿Cómo fue dirigirlas?

-Gabriela y Roxana son dos mujeres con tremenda trayectoria y estoy orgullosísimo de que me dijeran que sí. Soy muy confiado cuando voy a dirigir porque sé lo que quiero, pese a que trabajo un género que es difícil de encasillar. Gabriela llegó y pensó que íbamos a hacer la comedia descacharrante del año. Después que hicimos una primera lectura vimos que la cosa no iba por ahí, porque tiene partes muy tristes y todo un fondo que no es gracioso, porque la situación no es graciosa. Fui consciente de que estaba escribiendo algo bien desde la superficie del iceberg: lo que se dice es como nada, pero todo lo que hay abajo, todo lo que está tapado es más pesado que lo que se dice. En el proceso del ensayo llegamos a darle tanta profundidad a los diálogos que decíamos: “Esto no tiene humor”. Es difícil eso de separar si es humor o no, porque yo concibo la vida con las dos cosas a la vez, y es difícil entrarle a eso.

-En la caracterización de los personajes hay una observación de ciertos comportamientos que remite a la gente del interior, como si el tiempo y las palabras se alargaran.

-Con mi familia íbamos al interior desde muy chicos y hay un contacto con el campo y con los pueblitos más chiquitos. De todas formas no es que yo represente a alguien específico, tengo como una mezcla. Esta obra en particular tiene, sobre todo, ese afán mío de que cuando empecé a escribir teatro observaba mucho y no me gustaba. Eso de expositivo que tiene algún teatro; a veces notaba que una obra quiere tratar tal tema o tiene una opinión formada sobre algo y se ve la necesidad de decirlo expresamente. Para mí es un error, porque las cosas tienen que ser sugeridas o tienen que estar con la poesía total de la obra, tiene que estar contenido ahí y llegar, o no. Entonces escribo guiones que son muy simples con palabras simples, y con eso y con el todo, decís. Igual en esta obra ellas no hacen nada, están en un sillón esperando un cajón. También en el plano de la vida privada de repente hablás y después hacés silencios: es el mundo de la familia. A mí me gustan mucho las cosas populares y en eso soy muy consciente de que hay todo un mundo del teatro que ha sido intelectualizado y en un punto es muy elitista; eso no me interesa. Por eso me alejé y creo que por eso demoré tanto en darme a conocer. En Uruguay faltan famosos, gente que haga que cualquier pibe quiera ir al teatro, que no piense que eso es un embole. Porque el teatro muchas veces genera rechazo en la gente, genera “qué bodrio, mejor voy a un concierto o al carnaval”. Y yo soy consciente de esto. Por eso es que aunque quiera mostrar una cosa honda con un filo difícil o de reflexión, trato de que tenga por lo menos ingredientes fáciles de digerir. Fáciles: ésa es la palabra, lo cual no quiere decir que la obra total sea fácil, y de hecho creo que lo comprobamos con esta obra.

-¿Cómo definirías lo que hacés?

-El peso está puesto en el lenguaje que tiene una cosa pop, me parece. Tiene una cosa popular, simple. Es parte de mi búsqueda. A partir de haber visto tanto teatro, me di cuenta de que yo no iba a usar frases armadas, pomposas. En el tono y en las palabras, trato de que sea una cosa pop. Creo mucho en el pop, a mí me ha influido mucho en el proceso de mi vida de artista la carrera de otros artistas pop, como Madonna o Michael Jackson, gente que con su carrera y lo que hace desde su imagen aporta socialmente, habilita. Si Michael Jackson no hubiera existido habrían pasado menos cosas; lo mismo con David Bowie, los Rolling Stones, los Beatles, que han aportado política y socialmente. Muchas veces se cree que sólo lo culto y discriminatorio es lo trascendental. Y no. No creo en el artista pobre. No creo que el arte tenga que ser pobre para ser más arte, hay pila de cosas que no compro. Hay cosas que si las adoptás como tu forma de pensar a la uruguaya, estás comprando unos paquetes bravos que no quiero.

-¿Qué pensás del teatro en Uruguay?

-Amo el teatro y creo que debería primero amigarse con la palabra “comercial”. No hay que creer que lo comercial es de por sí malo o burdo. El teatro debería ser popular en el sentido de manejar códigos populares. El carnaval tiene eso, pero yo no soy fanático del carnaval, no me llega. Creo que el teatro debe dejar de creerse tan Marilyn, tan estrella, tiene que salir y aprender de la calle.