Las cartas están ahí, detrás de unas vidrieras. Querido viejo (Vargas Llosa), Caro Ángel (Italo Calvino), Quwrido Ángel (JM Arguedas), Querido Angelito (Onetti), Querido amigo (Ernesto Cardenal, JE Pacheco, Manuel Puig), Estimado Rama (Rodolfo Walsh), Idolatrado Clodomiro Ezequiel (María Elena Walsh), Angelito (Darcy Ribeiro), Querido Angelote (Real de Azúa), Estimado amigo (JJ Saer), Señor Ángel Rama (Neruda), Ángel querido (García Márquez) o simplemente Querido Ángel (Cortázar, Carpentier, Octavio Paz, Antonio Candido, Roberto Fernández Retamar, Rafael Alberti, Antonio Cisneros, Carlos Monsiváis): así comienzan estas muestras de la apabullante red -material y no virtual- que Ángel Rama logró tender a lo largo y ancho de Latinoamérica, y un poco más allá también, unas cuantas décadas antes de la popularización de internet.
Los 60 eran más bien el tiempo de la revolución cubana, ya fuera para apoyarla, imitarla o discutirla, y también el tiempo del boom. Ambos procesos confluían en un revival intenso del latinoamericanismo de principios del siglo XX y en esa doble corriente fue que Rama pudo echar a andar el proyecto sistematizador que venía madurando desde unos años atrás. La muestra del Centro Cultural de España ayuda a entrar en contacto con algunos de los vestigios palpables de esa fructífera empresa de “tendido de redes”: además de las cartas, allí hay objetos curiosos, como una invitación al casamiento de Mario Vargas Llosa en 1965 o testimonios gráficos de los varios congresos donde se alimentaron los lazos familiares entre los escritores de América.
También se puede ver de cerca un humorístico Subversive Journal (boletín subversivo), escrito en 1983 (el año de su muerte), en el que Rama explica a sus amigos las condiciones y los antecedentes de su expulsión de Estados Unidos. Hay asimismo numerosas y variadas reproducciones fotográficas que capturan momentos públicos y eventos más íntimos, así como ejemplares de revistas de culto (como Clinamen), ediciones extranjeras de algunas de sus obras (la edición brasileña de Terra sem mapa, por ejemplo) y algunos manuscritos (sorprende el rigor que demuestran las anotaciones a mano y mecanografiadas por el propio Rama en su prólogo a una edición ya publicada de su antología de Rubén Darío).
Entre otras virtudes de la exposición curada por Rosario Peyrou está el montaje de una serie de paneles guía que ordenan la biografía de Rama y que posibilitan un acercamiento a su figura a modo de distintas “estaciones” (expandidas en un valioso catálogo) del trayecto del crítico. “Uruguay made me” explica la importancia que tuvieron para la formación de Rama tanto la educación pública en la época batllista como la politización del ambiente local suscitada por la guerra civil española. “Los muchachos del 45” se centra en los años germinales de lo que Rama luego bautizó como “generación crítica”, el grupo, integrado entre otros por Carlos Maggi, Ida Vitale (primera esposa del crítico), Manuel Claps e Idea Vilariño, entre otros, que confluye en la Facultad de Humanidades en torno a las clases del español José Bergamín y que ejercería un largo magisterio en el campo cultural uruguayo. Otro de los polos nucleantes de esa generación, la prédica de Carlos Quijano, es abordado en “La lección de Marcha”: Rama fue el encargado de la sección literaria del semanario entre 1959 y 1968 (sucediendo a quien en los 60 sería su “némesis” política, Emir Rodríguez Monegal, de poca presencia en la muestra).
En “El editor” Peyrou destaca la labor de Rama como formador de un público ya no sólo a partir de la crítica cultural, sino también a través de la publicación de obras literarias (es conocido el emprendimiento del sello Arca junto con su hermano Germán Rama, pero Peyrou también rescata su asociación con Maggi, a fines de los 50, en la editorial Fábula). El alcance de esa labor prescriptiva no se limitó a Uruguay: es imposible medir con exactitud la incidencia de Rama en la explosión del boom luego de la aparición de Cien años de soledad, en 1967, pero sí es claro que el crítico uruguayo estuvo en la “cocina” de la imposición de García Márquez como centro del nuevo canon latinoamericano desde unos cuantos años antes, editando y recomendando la obra del colombiano y anunciando su advenimiento. Más tarde, en el exilio venezolano, Rama llevaría al máximo ese infatigable programa con la creación de la Biblioteca Ayacucho -que tiene su propio panel en la muestra-, conjunción de clásicos latinoamericanos prologados por autores contemporáneos de todo el continente, Brasil incluido.
“La trampa 28” (cita de una referencia que hacía el semanario The Nation a la novela Catch 22, de Joseph Heller) apunta a las disposiciones inmigratorias de Estados Unidos que posibilitaron su expulsión del país, y “París y el accidente” da cuenta de los últimos años de la vida de Rama. Un poco antes, “La riesgosa navegación del exilio” explica los años en los que Rama consigue, en Venezuela y Estados Unidos, darle espesor teórico a su pensamiento, a través de obras como La transculturación narrativa en América Latina, La ciudad letrada y Las máscaras democráticas del modernismo.
A viva voz
Compite en impacto con el generoso despliegue de correspondencia y fotografías la proyección de una entrevista realizada a Rama en 1983 por Mario Szichman, al menos para aquellos que sólo tuvimos noticias sobre su elocuencia y magnetismo personal por intermedio de terceros. La entrevista es brevísima, pero allí se puede escuchar a Rama atacando en loop tres asuntos absolutamente pertinentes hoy día: el divorcio entre los estudios académicos y la crítica viva, que adquiere una dimensión extra por ser él mismo un cómodo transeúnte de las páginas periodísticas y las aulas universitarias (el escritor y el crítico pertenecen al mundo de la calle, dice, el universitario no), los peligros de la crítica sociologizante automática (a primera vista, Madame Bovary parecería no atacar los grandes temas de su época, ejemplifica) y la posibilidad de crear un canon (“un parnaso”) literario en constante expansión, ajeno a la lógica de las expulsiones y las incompatibilidades.
Aparentemente dispersos, los tres temas conectan con la afirmación fuerte que Peyrou plantea en el “panel introductorio” de la muestra: no hay literatura sin una mirada crítica que ponga en relación a autores y obras. En el mismo tren, podría decirse que no hay cultura sin críticos culturales que la coloquen en perspectiva. Por ese camino, la exposición organizada por Peyrou echa luz sobre los aspectos materiales del trabajo de un protagonista de la cultura latinoamericana y uruguaya que hasta ahora sólo podían captarse, parcialmente, a través de los Diarios que llevó a partir de 1972 -prologados por la propia investigadora en su momento-, cuyos originales, como no podía ser de otra manera, también pueden atisbarse en el Centro Cultural de España.