Brum, junto con Fernando Yáñez, es quien está detrás de la asociación y el sello discográfico Papagayo Azul, que nuclea a artistas y educadores infantiles como Roy Berocay, Palacatún, Susana Bosch, Eduardo Yaguno y Marcelo Ribeiro, entre otros. Brum es de los utópicos que creen que los niños se interesan en los secretos de la yerba mate, y les canta a puro folclore, o les presenta un cancionero sobre la flora y la fauna nativas para que sepan del yaguareté y del delfín franciscana.

-¿Cómo viene El secreto de la yerba mate?

-Estamos haciendo una gira por todo el país, ya que el Centro Cultural de España [CCE] contrató 18 funciones y se las cedió a los Centros MEC. Es muy interesante porque nos ha tocado ir tanto a las ciudades capitales como a pequeños pueblos, hemos tocado tanto en teatros como en lugares más informales. El espectáculo consiste en contar un cuento sobre la leyenda de la yerba mate y a partir de eso disparar hacia infinitos lugares, mezclando una historia tradicional con un lenguaje contemporáneo a base de juegos, videoclips, plástica, títeres y canciones. Es multilenguaje. El disco contiene las canciones del espectáculo y el videoclip, basadas en el libro. Primero nace el libro, fruto de una investigación que me llevó cinco años; después vinieron las canciones, el video y -a pedido del CCE- el espectáculo.

-¿Qué debe tener una canción para que se considere que es para niños?

-Los que nos dedicamos a escribir para la infancia siempre nos preguntamos lo mismo. No hay reglas, hay determinados tipos de lenguaje o elementos que van a comunicar más con el público infantil, pero estrictamente es indefinible. Puede haber límites determinados por la edad a la que te dirigís. Por ejemplo, en este momento estoy haciendo un disco para niños de cero a tres años para UNICEF y el Plan CAIF, mientras que el espectáculo El secreto de la yerba mate no está pensado para preescolares; ahí hay un límite marcado. Pero si me apurás te diría que la canción infantil debe tener un equilibrio entre tradición popular y contemporaneidad.

-La historia es compleja y la música lo es más aun porque la cantás sobre ritmos folclóricos como el cielito, la milonga y la chamarrita.

-Me interesan porque entiendo que los niños deben estar en contacto con eso. No es ni mejor ni peor, pero hay cosas que mueren por el devenir histórico y otras por falta de riego, entonces me interesó explorar por ahí. También hay un hiphop y me encanta. La búsqueda está en mezclar la tradición con lo contemporáneo; si así logro comunicarme con los niños soy feliz, aunque no me ato a eso, de repente el año que viene grabo un disco de rock.

-Volvamos al concepto de la canción infantil.

-Tal vez sea el género más indefinible. Yo participo en el Movimiento de la Canción Infantil Latinoamericana y Caribeña, y precisamente en julio voy a ir como único invitado extranjero al Primer Encuentro de la Canción Infantil Brasileña para exponer sobre nuestro trabajo con Papagayo Azul. Hace doce años que participo en este tipo de actividades y eso me ha abierto el espectro. Hay de todo: se puede ver desde la vertiente de raíz hasta las cosas más experimentales y hasta las más rockeras; no hay un género que la unifique. Eso tampoco implica que se pueda hacer cualquier cosa; por ejemplo, en mi opinión Leo Maslíah podría hacer música para niños en virtud de que maneja cierta ironía, el humor y lo lúdico, pero los niños no son sólo eso. Hay un cliché sobre lo entretenido y divertido, y eso no dice nada. Por ejemplo: “¿Cómo estuvo?”. “Agitaron un montón”. Es un concepto totalmente restringido, los niños también se emocionan, son sensibles, reflexionan. La gente tiende a adoptar moldes. Cuando hacés algo para la infancia estás proyectando un modelo que querés que los niños a los que te dirigís conozcan, cómo te gustaría que fueran, como vos fuiste, como vos no fuiste, tus frustraciones. Todo eso entra en juego. Le pasa a un padre, nos pasa a nosotros como sociedad. ¿Qué queremos de la infancia? ¿Un consumidor o un creador? Durante los últimos cinco años hice una investigación para la UNESCO sobre los cantos infantiles en los espacios libres o no reglados. Cuando recogés todo eso y lo analizás te das cuenta de algo que ya decía [Lauro] Ayestarán, que la infancia conserva elementos de la cultura y otras veces preanuncia cosas que van a ocurrir en el campo de la cultura. O conserva cantos que ya desaparecieron del contexto cotidiano en esos espacios de juego.

-¿Por la televisión?

-¡No están en la televisión! Hay tres áreas: la tradicional, transmitida por la familia, otra que transmite la institución y la que producen o conservan los niños. Hay cantos, como el “Miliquituli”, que los conocen en todos lados.

-¿De dónde vienen?

-Es interesante. Yo lo descubrí en un libro, casi textual, editado en Cádiz en 1800 y algo. Si fueran por transmisión lineal, Ayestarán lo hubiera registrado cuando grabó los cantos infantiles recorriendo Uruguay. Sin embargo, hoy el “Miliquituli” está más vivo que varios cantos que él grabó, como “La farolera”, que ya no la cantan los niños por sí mismos si no hay una maestra que lo promueva. Esto ocurre en todas partes y te da la pauta de que los gurises producen cosas que obviamente estarán nutridas del mundo adulto, de las ganas de crecer, de los medios y la escuela, pero que con todo eso inventan cosas, como cualquiera de nosotros. Un mismo juego en diez años puede generar infinitas variantes. Por ejemplo, en el espectáculo canto: “Cielo, cielito que sí / guárdense su chocolate / que aquí somos puros indios / y sólo tomamos mate”. Es de Bartolomé Hidalgo y se piensa que fue uno de los primeros cantos pensando en los niños en Uruguay. Representa dos culturas; por un lado, el mate; por otro, el chocolate. A su vez, el mate es la mezcla de la cultura indígena y la española. Ahora les pregunto a los niños y me dicen que toman mate y comen chocolate, y ahí está nuevamente la mezcla de las culturas. No es cuestión de idealizar, pero hoy los niños tienen muchas más herramientas e información que antes para crear. Los niños crean de la misma forma que consumen. Por eso no se debe pensar en que sólo hay que entretenerlos o divertirlos: se debe ver también que ellos crean y son capaces de imaginar. Con ese equilibrio se debería montar un espectáculo.

-¿Hay mucho oportunismo en la música infantil?

-Sí. Pero, como en todos lados, el problema está en que se la considera un género menor. Está también aquel que piensa que hacés música infantil porque no te dio para más. Nos ha pasado que nos llamen para festivales de folclore y al decir que es para niños nos bajan la cortina o nos ponen a las cuatro de la tarde.

-Es el Reino del Revés, parafraseando a María Elena Walsh...

-Cuando decís que es música para la infancia marchás. Pero es más grave: en Uruguay de costa a costa, que se toca en las playas, que obviamente están llenas de niños, nunca llevan música infantil. No se piensa en la infancia como sujeto de la cultura. Se tiende a entretener y divertir.

-¿Es un problema político o cultural?

-La clase política es responsable también, debe elaborar propuestas culturales para todos, no sólo para los que votan. La hegemonía del imaginario de las futuras generaciones se da en la convicción de la identidad. Desde que nacés hasta los cinco años construís el 80% de lo que vas a ser como adulto. Tampoco se puede dejar a opción de lo que los padres puedan comprar, nosotros apuntamos a ir a las escuelas porque sabemos que los padres no los van a llevar. Hay niños que jamás van a ver un espectáculo, y lo digo con propiedad. Hay una frase famosa de una niña que después de un show le dijo a Susana Bosch: “¡Señora, me encanta este país!”. Pensaba que la habían llevado a otro planeta.