Muchas de las notas sobre la muerte de Dennis Hopper debían de estar ya escritas y editadas cuando se supo que ésta se había producido el pasado sábado en su casa de Venice (California); diagnosticado en el 2009 con un avanzado cáncer de próstata, Hopper había sido desahuciado incluso en forma legal (algo que se supo en el juicio de su último -el quinto- y complicado divorcio) y estaba en una condición física muy precaria, no obstante lo cual consiguió asistir a lo que fue su última presentación pública -y en muchos aspectos su despedida- el pasado 26 de marzo, cuando inauguraron una tardía (y casi póstuma) estrella en su honor en el Paseo de la Fama de Hollywood.

Para esta ceremonia se reu-nió un impresionante grupo de amigos cineastas, entre los que se encontraban Jack Nicholson, Viggo Mortensen, David Lynch y Michael Madsen, acompañando a su amigo pero también reconociendo a una figura esencial de la cultura contemporánea y a un auténtico rebelde cuya obra influenció o reflejó a generaciones enteras. Ya sea como director, actor o guionista, la trayectoria de Hopper es impresionante y atraviesa la historia del cine estadounidense de la segunda mitad del siglo XX en películas del calibre de Rebelde sin causa, Easy Rider, Apocalypse Now, Out of the Blue, Rumble Fish o Blue Velvet, dirigiendo o acompañando a directores como Nicholas Ray, Sam Peckinpah, Roger Corman, Henry Hathaway, Francis Ford Coppola, Tobe Hooper, David Lynch, Tony Scott, Julian Schnabel y George Romero, entre muchos otros. Un personaje esencial y autosaboteado, sin el cual seguramente el cine tal y como lo conocemos habría sido muy distinto.

Rebelde sin frenos

Dennis Hopper provenía del prestigioso Actor’s Studio de Lee Strasberg y tuvo la suerte de debutar cinematográficamente junto a su ídolo James Dean en una película que se convertiría en un clásico generacional: Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955). Volvería a acompañar a Dean en Gigante (George Stevens, 1956).

Luego de la muerte de James Dean, Hopper -visiblemente afectado- participó en algunas películas hoy de culto como The Trip (Roger Corman, 1967) y Cool Hand Luke (Stuart Rosenberg, 1967) y comenzó a cimentar su fama de artista difícil, dedicándose a la experimentación con varios tipos de drogas, emborrachándose con frecuencia y participando en altercados con directores como Henry Hathaway o actores como Rip Torn, con quien tuvo una famosa rencilla que involucró un cuchillo y que recién fue dilucidada judicialmente en los años 90.

En 1968 emprendió la realización de una película escrita junto con su amigo actor Peter Fonda y el escritor beat tardío Terry Southern, asumiendo -además de su parte en el guión y uno de los roles protagónicos- la dirección. Se trataba de Easy Rider (conocida en el mundo hispanoparlante como Busco mi destino) y seguía los pasos de dos motociclistas -Fonda y Hopper- que luego de una transa de cocaína en Los Ángeles atraviesan EEUU para visitar el festival de Mardi Gras en Nueva Orleans, cruzándose con comunidades hippies, policías y reaccionarios de todo tipo, encontrando diversos personajes y consumiendo (en forma real y no actuada) marihuana y LSD.

Considerada por muchos la película esencial de la generación hippie, en realidad Easy Rider era su obituario, un reconocimiento abierto del fracaso relativo de la revolución cultural de la que Hopper había sido parte, y su extraordinariamente negativo final -en el que sus dos protagonistas son asesinados súbitamente y por un motivo irrisorio- impresionó profundamente a la generación de las flores, incluyendo a un Bob Dylan cuyas canciones iban a estar originalmente en la banda de sonido pero que se negó a conceder el permiso luego de ver la oscura conclusión del film.

El éxito de Easy Rider, que multiplicó por veinte sus costos originales, convirtió a Hopper en el niño mimado de Hollywood y abrió las puertas de los grandes estudios a jóvenes directores como Martin Scorsese, Arthur Penn, Peter Bogdanovich, Robert Altman y Steven Spielberg; una generación de cineastas conocida como el New Hollywood que renovó el aire del anquilosado cine estadounidense, ayudando a su recuperación y a su posterior conversión en la cinematografía hegemónica del mundo entero. Pero Hopper no pudo aprovechar más que por un breve tiempo su monumental logro; su segundo film, estrenado en 1971 y llamado The Last Movie (la última película), fue un caos absoluto, principalmente por culpa de los excesos de drogas y alcohol de Hopper, que se hundió bajo el peso de su propia excentricidad y, a pesar de haber tenido una acogida amable en Cannes, apenas fue estrenada en un puñado de cines y perdió toda su inversión. The Last Movie fue por un buen tiempo la última película de Hopper, quien cayó en una suerte de lista negra de los grandes estudios y no pudo dirigir durante casi una década.

Regreso del exilio

Durante el resto de los años 70, Hopper -que se había convertido en un nombre maldito en EEUU- deambuló por el mundo, aprovechando su notoriedad como actor para interpretar roles en países como Francia y Australia (donde se las arregló para asustar con su destructividad a los endurecidos cineastas y dobles australianos). Fue uno de sus coetáneos -Francis Ford Coppola- quien lo rescató para las grandes producciones estadounideneses, dándole un rol menor -pero de gran visibilidad- en la épica Apocalypse Now (1979), en la que interpretaba a un fotógrafo del séquito del coronel Kurtz (Marlon Brando), distinguido por su aire extraviado y su discurso incoherente, algo que a Hopper le salía realmente bien.

El regreso de Dennis Hopper a la dirección fue en 1980 con Out of the Blue, y se produjo en forma accidental; Hopper había sido contratado exclusivamente para uno de los roles protagónicos -el del padre del principal personaje (Linda Manz), una chica punk que suele enviar el mensaje “maten a todos los hippies” por la radio-, pero a dos semanas del rodaje y ante la deserción del director, Hopper tomó las riendas de la producción y la dirección, reescribiendo el guión y convirtiéndolo en algo aun más oscuro y nihilista que Easy Rider. En cierta forma -y en algunos países fue promocionada como tal- Out of the Blue (cuyo nombre provenía de la magnífica canción de Neil Young “My, My, Hey, Hey”, del disco Rust Never Sleeps, que era algo así como el saludo de otro antiguo hippie -Young- a la generación punk) era la continuación punk de Easy Rider, y era una película tan buena, o aun mejor, como aquélla, pero su oscuridad general -que posiblemente reflejaba el momento vital de Hopper, quien por aquel entonces aún consumía cantidades industriales de cocaína y alcohol- la volvieron un producto muy difícil de comercializar y el film fue un fracaso comercial, aunque por lo menos demostró que Hopper aún era capaz de dirigir y actuar coherentemente.

Aunque ya había conseguido reinsertarse como actor en el cine estadounidense, fue otro director rebelde e inclasificable, David Lynch, quien reconvirtió a Hopper en estrella al darle el rol de su vida, el del psicópata Frank Booth en Blue Velvet (1986). Un papel tan inquietante y perfectamente ejecutado (“No busques más. Yo soy Frank Booth”, le habría dicho a Lynch durante el casting) que convirtió a Hopper en uno de los villanos favoritos de Hollywood y en cierta forma lo condenaría a interpretar una y otra vez durante las próximas décadas a distintos tipos de malvados desequilibrados, alternando eventualmente con desequilibrados más bondadosos, pero igualmente dañados en su psiquis. Puede ser que la intensidad actoral de Hopper -y su particular mirada a medio camino entre el extravío y el dolor- hiciera a los directores estadounidenses renuentes a darle roles más normales, pero es fascinante observar los notorios matices de locura que Hopper, al fin y al cabo un gran actor, sabía darle a la colección de dementes que le tocó interpretar.

En 1988, Hopper se aproximó, tal como había hecho con la cultura hippie en Easy Rider y la punk en Out of the Blue, al imaginario del hip-hop con Colors, un policial sobre las pandillas de Los Ángeles protagonizado por Robert Duvall y Sean Penn, que sirvió como precursor aventajado de la ola de películas callejeras de directores negros como John Singleton y los hermanos Hughes. Extrañamente, Colors no era tan negativa como sus otras películas generacionales (Hopper sólo mataba a uno de los dos personajes principales) y sigue conteniendo varias escenas memorables, así como una recordada banda de sonido liderada por algunas canciones clásicas de Ice-T y Eric B & Rakim.

Luego de Colors Hopper no hizo más películas memorables, ni tampoco vergonzosas, y fue convirtiéndose poco a poco en una institución del Hollywood al que había desafiado y vencido temporalmente hasta ser arrollado por él mismo.

Al conocerse su muerte, Peter Fonda declaró: “Dennis me introdujo al arte pop y las películas ‘perdidas’. Juntos recorrimos las carreteras de EEUU y cambiamos la forma en que Hollywood hacía sus películas. Fui bendecido por su pasión y su amistad”. Quienes sólo lo conocimos en la pantalla también tuvimos la suerte de disfrutar del arte de este hombre que fue a la vez reflejo y punto de inflexión del cine de estas décadas pasadas, cuando éste aún era algo importante.