Miembro del September group, grupo que dio lugar a la corriente filosófica del marxismo analítico, Wright tiene una larga trayectoria en el tratamiento del problema de la desigualdad social, destacándose su preocupación por la viabilidad de las soluciones planteadas. De hecho, el título de la obra presentado coincide con el de un proyecto institucional del A. E. Havens Center de la Universidad de Wisconsin, que nuclea a investigadores de distintas disciplinas comprometidos con la democracia, la igualdad y la libertad, y cuyos trabajos de investigación tienen siempre una intencionalidad práctica: el cambio social.

El problema central que intenta resolver la propuesta presentada por Wright es el de la posibilidad de presentar alternativas viables de carácter emancipatorio, en un contexto dominado por un discurso que proclama la victoria del capitalismo y en el cual “quejarse del capitalismo es como hablar del mal tiempo: te hace sentir bien pero no cambia las cosas”. Frente a ello, es necesario un “optimismo del intelecto”, que permita no solamente pensar alternativas, sino también proyectar su realización en el futuro. Así, las “utopías reales” son ideales que se basan en el potencial real para rediseñar instituciones sociales. Se trata de construcciones teóricas de carácter normativo, relativas a cómo deben ordenarse las instituciones sociales para generar cambios hacia una sociedad más igualitaria, pero siempre teniendo como materia prima instituciones reales y potenciales humanos reales (aspectos empíricos): “No se trata de pensamientos voluntaristas”.

La meta del cambio social supone trascender el momento del diagnóstico y la crítica, que, aunque necesario, no es suficiente. De la pregunta: “¿Por qué queremos dejar el mundo en el que vivimos?”, debemos pasar a la de “¿Hacia dónde queremos ir?”, que representa el momento de la elaboración de alternativas, para luego plantearnos: “¿Cómo llegamos?”, que es cuando se torna necesario proponer una teoría de la transformación.

¿Por qué?

El proyecto de las “utopías reales” encierra un fuerte compromiso con la igualdad, constituyendo éste su fundamento ético-político. El criterio normativo que oriente el rediseño de las instituciones debe ser promover la construcción de sociedades “relativamente igualitarias”. Y si bien un escéptico podría preguntar: ¿Por qué perseguir una sociedad más igualitaria?, el propio Wright contribuyó a dar razones para ello.

En primer lugar, la reducción de la desigualdad reduce el sufrimiento de quienes se encuentran más abajo en la escala distributiva: ésa es una razón para preferirla. En segundo lugar, la distribución desigual genera desigualdad de oportunidades. Cuando ésta es el resultado de acciones y elecciones que no son las propias, se violan principios de justicia. Otra razón refiere a las consecuencias que tiene para la democracia la existencia de grandes desigualdades. Por un lado, los individuos más aventajados económicamente tienen mayor influencia política, y, por otro, la concentración de riquezas funciona como limitante en las decisiones políticas por el temor a la falta de inversiones o a la fuga de capitales. Por último, la fractura social y la pérdida de lazos de solidaridad son, parcialmente, el resultado del resentimiento y la envidia generados por la desigualdad de ingresos. Éstas son razones, y a la vez motivos, que impulsan a pensar la realidad desde lo no-real como vía de emancipación.

¿Hacia dónde?

Dada la existencia de tres grandes poderes, económico, estatal y social, la alternativa al capitalismo consistiría en reforzar el poder social, entendido como la capacidad de movilización, cooperación voluntaria y acción colectiva, a través del rediseño de los arreglos institucionales vigentes. Se trata de “expandir y profundizar el componente socialista para alcanzar mayor empoderamiento social”. Para subordinar el poder económico al poder social, resulta imprescindible la profundización de la democracia, entendida desde una perspectiva fuertemente participacionista y no, por ejemplo, desde una concepción elitista. El socialismo es entendido en este sentido como una “democracia económica”.

Wright propone siete vías para alcanzar la meta de acrecentar el poder social. Esos caminos van desde la regulación estatista hasta el “socialismo participativo”, pasando por algunas variantes de la socialdemocracia y del socialismo de mercado. Cada uno de estos modelos presenta algún tipo de arreglo institucional favorable al empoderamiento social, lo cual se hace factible sólo si se implementan conjuntamente. Resultan importantes para el fortalecimiento del poder social tanto la regulación estatal (que no es el estatismo autoritario) como las asociaciones voluntarias de la sociedad civil, organizadas con el fin de producir bienes y servicios. La participación de los trabajadores en la organización y en la propiedad de las acciones de las empresas (no solamente cuando éstas se funden, como ha ocurrido en Uruguay), las redes de cooperativas, la participación en la elaboración de la agenda pública y en la proyección de su realización (por ejemplo mediante los presupuestos participativos) constituyen arreglos institucionales alternativos a la hegemonía del poder económico. La forma de trascender el capitalismo es a través de un proceso creciente de democratización. Hay en este planteo una explícita fe en la democracia: cuanto más democrática sea una sociedad, más humana e igualitaria devendrá. Aunque no se trata de fe en una presunta bondad de la naturaleza humana, subyace la idea de que, en esas condiciones, los aspectos más humanos podrán prevalecer.

Al igual que otros representantes del marxismo analítico, Wright apoya la idea del ingreso básico universal, aunque sus argumentos van dirigidos a la utilidad que ello tiene para hacer viables dos de las propuestas de rediseño institucional: la participación de los trabajadores en la propiedad de las empresas y las redes de cooperativas. La idea de que cada ciudadano reciba un monto de dinero periódicamente y de forma incondicional, que permita satisfacer condiciones mínimas para llevar una vida digna, es necesaria para poder asumir los riesgos que suponen los emprendimientos anteriores, y para que el trabajador pueda dedicarse a esas funciones de cogobierno y no meramente a la lucha por su sobrevivencia. Pero para que la realización de estos proyectos se actualice son necesarios algunos mecanismos de regulación estatal relativos al capital, como por ejemplo impedir su evasión o trasiego. Parece inevitable pensar en la importancia de una fuerte voluntad política para la prosecución de estas metas igualitaristas, aunque, claro está, también se requiere mucha inteligencia.

¿Cómo?

En su libro, Wright analiza tres tipos de estrategias de transformación: la rupturista, la intersticial y la simbiótica. Las denominaciones se corresponden con el posicionamiento asumido frente a las instituciones vigentes. Mientras la primera se identifica con la tradición socialista revolucionaria e implica una negación absoluta de aquéllas, la segunda (identificada con el anarquismo) implica la construcción de instituciones nuevas en las grietas que deja el sistema. La estrategia asumida por el filósofo es la tercera (de tradición socialdemócrata) y supone el aprovechamiento de las instituciones vigentes, produciendo cambios cuantitativos que finalmente terminen por producir cambios cualitativos. Se trata de una “adaptación evolutiva”, en cuyo desarrollo se utiliza al Estado para solucionar problemas e incrementar el poder social. Sin embargo, no hay garantías de que esto funcione.

Es de esperar que las propuestas de Wright generen sospechas, cuando no rechazo, en cuanto a su viabilidad y éxito. En este sentido, el filósofo propone un argumento interesante para quienes se ubican en esa posición. Se trata del que podríamos llamar “argumento de la opacidad”. No se puede determinar anticipadamente el alcance de estas vías para reforzar el poder social, para la realización del socialismo. Pero esto no es relativo al socialismo, sino que tiene que ver con la contingencia e incertidumbre de cualquier escenario posible, lo cual se aplica también al sistema hegemónico vigente. Por ello, la opacidad con respecto al éxito del socialismo no justifica aceptar la victoria del capitalismo o el fin de la historia y clausurar de esa manera toda alternativa emancipatoria. Como afirma en otra de sus obras: “Dada la profunda incertidumbre acerca del futuro, tiene sentido mantener viva la llama de un conjunto de propuestas normativamente atractivas y coherentes dentro de nuestra imaginación igualitarista radical”.