Morosoli persona ha muerto. Morosoli escritor vive, sus libros los escribió la vida, por eso Morosoli vivirá siempre. Ojalá alguien alguna vez, aunque sea en una mediocre conferencia o charla como ésta, diga y sobre todo sienta lo mismo de mí.
Haroldo Conti, 1968.
A los quince años, el profesor de literatura, crítico y ensayista Óscar Brando recibió de regalo de cumpleaños dos libros. Uno de Javier de Viana y Hombres, de Juan José Morosoli. Viana no consiguió seducirlo entonces. Morosoli le cambió la vida. “A mí algo me pasó, y a partir de allí, leí seguida toda la obra de Morosoli”. Esta anécdota interesantísima, que justifica el deslumbramiento que provocó el autor de Los albañiles de Los Tapes en quien fuera a estudiarlo y difundirlo toda una vida, forma parte parcialmente de la “advertencia” que abre Juan José Morosoli: Interiores (Paisaje, Biografía y Arte), obra que obtuviera en 2008 los Fondos Concursables que otorga el Ministerio de Educación y Cultura. Pero es, además, la respuesta a la pregunta de un escolar -en una clase que Brando dictó a los alumnos de quinto año de la Escuela Nº 61, y que fuera emitida en TV Educativa- sobre su primer vínculo con el escritor minuano. El placer y la curiosidad que ha despertado Pepe -como lo llamaban los íntimos- en Brando sí está, a todas luces, a la vista en esta biografía a la que se abocó por cumplir su palabra y por intentar acercarse todo lo posible a la figura del creador minuano. En los días previos a la presentación de Vivientes, latitud de Juan José Morosoli, donde Brando de una manera u otra proyectaba lo que sería este trabajo, Heber Raviolo (quien, también seducido tempranamente por Morosoli, ha publicado gran parte de su obra a través de Banda Oriental) lamentó que no existiera ninguna biografía del escritor. Brando se comprometió a hacerla.
El libro, escrito en una prosa ágil y cuidada, está dividido en dos grandes núcleos a los que antecede la “Advertencia preliminar” y precede un apéndice sobre “La cuestión de la literatura criollista” que recorre diez libros publicados sobre el tema entre 1893 y 1979, con los que Brando dialoga, y cuyos autores van desde Benjamín Fernández y Medina a Mario Arregui.
Dos impecables secciones de fotografías impresas en papel fotográfico ilustran, en una primera serie, a un Morosoli juvenil posando con indumentaria futbolística y rodeado de jugadores, encuentros con su amigo Valeriano Magri, a sus padres, tíos, hermanos, mujer e hijas.
También podemos verlo mateando en la costa, o repatriando las cenizas de Horacio Quiroga, para acabar con la fotografía que oficia de carátula del libro y que muestra un Juan José abstraído, con el gesto del que sufre, por él y por los otros. La segunda sección de fotos está dirigida hacia los lugares frecuentados por Pepe (la barraca, sus distintos domicilios, clubes sociales, cafés) y, en algunos casos, a la manera en la que han ido cambiando con el tiempo. A medida que uno se inserta en el relato las situaciones ilustradas son descriptas en contexto y uno tiende a ir y volver de las fotos, componiendo de esta manera una unidad entre imagen y texto.
“Vidas” es el nombre del primero de los núcleos temáticos. “En ningún momento pretendí novelar la biografía”, aclara en el prólogo y queda a la vista, de acuerdo a que se apoya en un profundo desarrollo del marco histórico de los sucesos más relevantes de la historia de Morosoli y del Uruguay en general, y Minas en lo particular, que lo obligan en algún caso a ir de atrás hacia adelante. Estos sucesos son abordados por Brando apoyado en los libros sobre el autor que anteceden este estudio, pasando por conversaciones con su hija Mary, cartas (en algunos casos más cartas recibidas, de su amigo Valeriano Magri, por ejemplo, que las que él mismo enviaba, de las que no ha quedado en muchos casos registro), y de viajes a Minas y sus inmediaciones.
Con suma curiosidad el lector es cómplice de los primeros años de Pepe. El viaje al puerto montevideano como consecuencia de un premio por una redacción escolar, el abandono de la escuela para dedicarse a “trabajar” como ayudante de albañil junto con su padre, en primera instancia, en la librería de su tío, posteriormente. Una relación paralela a su noviazgo de la que nacerá una hija, el trabajo en el Café Suizo donde se reunía una fauna típica de la bohemia de la época, la barraca de su propiedad, en la que trabajaría hasta los días previos a su muerte, cuando pensaba dedicarse por entero a escribir, jubilación mediante, tanto en la costa atlántica, a la que viajaba regularmente o bien en la zona de las sierras. Brando no nombra la causa de su muerte, trágica siempre, pero más cuando empaña un tiempo para escribir de horario completo que había deseado desde hacía años. El ataque al corazón lo sorprende y muere el 29 de diciembre de 1957. En un reportaje a La Mañana del 15 de agosto de 1957 afirmó: “Me jubilo muy pronto. Voy a dejar de trabajar para dedicarme a escribir algunas cosas que me apasionan desde hace mucho. Lo que hice hasta ahora son esbozos. Entiendo que he publicado mucho y desparejo. Por eso entiendo que hay que hacer una selección”.
Es también en “Vidas” donde Brando recrea los problemas de Pepe en lo personal y en lo colectivo. Sus vínculos políticos con el socialismo, algunos encuentros de escritores a fin de adoptar posturas como grupo. Aparecen en sus cartas con Magri comentarios sobre o de Paco Espínola, Onetti, Borges, y en otras con Arregui o Juana de Ibarbourou, el lector accede a juicios, a razonamientos que van pintando las características de cada uno.
“Leer a Morosoli” es el otro núcleo del libro. Allí Brando desarrolla la producción del minuano desde los artículos de prensa, pasa por el poeta de primera hora, el dramaturgo olvidado y el narrador premiado en varias ocasiones y cuestionado en algunos casos (carta de Magri) por cierto descuidismo. Se habla de sus trabajos dirigidos a los niños, de los ensayos recogidos en La soledad y la creación literaria (1952) por Raviolo, estableciéndose pautas que consolidan su obra.
“La escritura de otra vida sella la del que la escribe, la marca con los secretos que no puede develar. Nunca sabré cómo fue Morosoli, podría decir parafraseando a Saer”. Así abre el epílogo de esta obra imprescindible a la hora de profundizar en la vida y la obra de Juan José Morosoli o bien de acercarse con ánimo de curiosear, de dejarse seducir por uno de nuestros narradores más significativos.