En abril, uno de los primeros indicios de que estaba próximo el comienzo del Mundial fue la salida a la cancha del álbum oficial, mediante la promoción en medios de prensa, así como en comercios de distintos ramos. Y la consecuencia de que los sobrecitos tuvieran más salida de la esperada fue la falta de figuritas en kioscos y salones; los carteles y pizarras colocados en las puertas anunciando “Llegaron las figuritas” dieron la nota de color en la antesala del campeonato.

Desde un comienzo el entusiasmo se manifestó principalmente en los niños. Una mañana, una camioneta de Portezuelo (empresa responsable de la distribución de sobrecitos) estacionó frente a la Escuela Nº 107 Costa Rica, mientras los distribuidores cargaban cajas con alfajores. Un grupito de escolares se dirigió corriendo a los trabajadores y uno de ellos preguntó con euforia: “Señor, señor, ¿ya llegaron las figuritas?”. La respuesta negativa desanimó al pequeño y a su grupo de amigos, que con desilusión dejaron en evidencia que la espera se estaba haciendo eterna.

Pero el desencanto también lo sintió un adolescente próximo a dejar de serlo, que disimuladamente redujo la marcha para escuchar cuál era la respuesta y que, al encontrarse con la negativa, discretamente recuperó velocidad y desapareció de escena con la información necesaria, pero sin llegar a evidenciar que el tema. Los jóvenes y adultos tuvieron la oportunidad de adolescerse un poco o incluso infantilizarse, y rememorar la tapadita, el espejito o cuando las figus venían con las redonditas de lata, que también servían para otros menesteres.

Liceales de ambos sexos de ciclo básico no dudaron en tener su propio registro de jugadores del Mundial, tampoco quienes cursan bachillerato, cosa que sorprendió a docentes y adscriptos de liceos públicos y privados, puesto que en más de una ocasión tuvieron que sacar la roja y retirar las figuritas, dentro del aula, para seguir las clases. Las anécdotas se acumulan y llegan a la tribuna durante un partido del Torneo Clausura, cuando en la hinchada se escuchó que uno le decía a otro: “¿Che, vas a juntar el álbum?”, recibiendo como respuesta: “¡Sí!; ¡Bah, no sé, porque después en la facu se complica para cambiar!”.

Y efectivamente, el pelo a pelo entre compañeros universitarios no fue fácil en los primeros días, pero al tiempo los fanáticos fueron identificados y las afinidades determinaron círculos reducidos para el revival. Los adultos tampoco quedaron afuera, algunos asumieron la regresión y sin vergüenza compraron hasta 20 o 30 sobrecitos a la vez; en cambio otros fueron más discretos y utilizaron como coartada a hijos, sobrinos o nietos. Otro distribuidor de Portezuelo explicó su teoría a la diaria: “Los más fanatizados fueron los treintañeros, esos que ya juntaron en Italia 90 y los que siguieron después y ahora no quieren dejar la colección”.

Apariciones

Desde que se pusieron a la venta, las figuritas fueron como apariciones; “cuando salió el álbum no había y cuando había figuritas no se conseguía el álbum”, confesó no sin sentirse un poco responsable el distribuidor. La ausencia de sobrecitos en los comercios fue una constante. Zulema, una veterana que trabaja en un saloncito ubicado próximo al ombú de Ramón Anador, contó que la entrega nunca superó los cien sobres y que con esa cantidad tiraba un día y medio como máximo. La distribución tampoco fue continua, en los salones chicos hubo muy pocas partidas.

La explicación que dio el distribuidor versó en la falta de organización entre las empresas vinculadas al negocio (El País y Portezuelo) y en el desborde que se generó. “Dicen que en Brasil se estaban imprimiendo cinco millones de figuritas diarias, ¡pero claro!, ellos son tantos que las figuritas se iban en el mercado interno y no llegaban hasta acá”. Los brasileños se encargan de la fabricación para Bolivia, Ecuador, Panamá, Venezuela, Paraguay y Uruguay; de gran parte del resto de América del Sur se hizo cargo Argentina.

Trueque

El comercio de las figuritas con este álbum se profesionalizó. Y por momentos, inevitablemente, se prestó para negocios turbios: una niña de unos ocho años cambió la figurita de Forlán por cinco distintas, otro de siete años obtuvo una rica merienda extra al ceder unas pocas figuritas satinadas, un profesor de la escuela municipal le compró un escudo de los difíciles a un alumno, y uno más sagaz se hizo de un MP3 al trocarlo por un álbum casi lleno.

No faltaron los mayores de treinta que engañaron a los menores de su entorno y consiguieron tres figuritas a cambio de una, y la gran ilusión de estar llevándose la más difícil. El empleado de Portezuelo explicó que no existe “la más difícil” porque la empresa que las produce, Panini, garantiza la cantidad necesaria para llenar todos los South Africa 2010 que hay en plaza. Y además da la opción de comprar hasta un máximo de 40 por la vía legal (es decir, por correo tradicional) para no dejar lugares vacíos en caso de que las repes se acumulen en el pilón y las selladas escaseen en la vuelta.

Para completar el álbum hay que juntar 640 figuritas, cada sobrecito cuesta 10 pesos y contiene cinco unidades. Y como todo en el fútbol, en esto también se afianzó el negocio paralelo, cuyos epicentros suelen ser avenidas tales como 18 de Julio, Agraciada, o centros comerciales como el de barrio Reus, o la propia Ciudad Vieja (ver nota adjunta).

El comienzo del Mundial marca el final del negocio porque los álbumes están casi llenos. El viernes, horas antes del debut celeste, se concretaba una de las últimas distribuciones previstas. Sin embargo, Eduardo, que trabaja en el Buceo en el Salón Laurita, la emprendió contra la decisión cual hincha furioso con el árbitro: “Es un grave error pensar que ya pasó el boom, si ni empezó el Mundial... y donde llegue a ganar Uruguay, esto explota. Tenés que estar acá detrás del mostrador para saber si la gente sigue comprando, no sentado detrás de un escritorio en la oficina”, abonando con su opinión otra de las máximas uruguayas: aquella que dice que somos tres millones de distribuidores de figuritas.