Una figura controvertida, inquieta y en su momento resistida dentro del mundillo rocker vernáculo, aunque credenciales de rocker le sobraran. Fue periodista de la mítica revista argentina El Expreso Imaginario, en la que arrancó Pettinato y bajo la batuta de Pipo Lernaud. Fue parte de una de las bandas más roqueras que se le haya conocido a Jaime Roos, a la altura de su disco 7 y 3, junto a Pablo Faragó, con quien también formó Níquel y compartió escenarios con Pappo, Skay Beillinson y BB King, entre otros. Grabó acústicos antes que la MTV los popularizase y también aquel Níquel sinfónico con la Filarmónica y Hugo Fattoruso.

Una década atrás retoma la labor de Gastón Dino Ciarlo en la exploración de la milonga, esta vez con un nuevo desafío, la revalorización de un género dejado de lado, y la conformación de lo que podríamos definir como milonga pop, hermana de la anterior, conocida como milonga blues. Milonga pop que toma como vehículo folclórico el legado guitarrístico de don Alfredo Zitarrosa, viajando hacia la mixtura del legado de cuatro locos de Liverpool y sus esquemas armónicos. Nada nuevo pero efectivo, lo mismo que en su momento gestase El Kinto con el candombe beat, en este caso con la milonga, que actualiza el término, de beat a pop. Hoy, casi sin querer, es comandante imaginario de un movimiento en torno a la milonga, que toma fuerza como tal, aunque inconsciente, ganándose lugar en el imaginario colectivo con la fuerza de lo nuestro, y que no deja que se callen las guitarras.

-¿Cambió el escenario de Nasser en los últimos diez años?

-Sí, escenarios menos equipados, ya que el rock es un poco el que marca el estatus, es donde se pone lo máximo, ya sea en sonido y en atención al músico, etc. El profesionalismo al folclore está llegando, aunque las cosas sencillamente son de otro modo. Pero fue más que un cambio de escenario, te diría que hasta espiritual.

-Es paradójico porque Níquel fue una banda súper profesional, y ahora que el profesionalismo se ancló definitivamente en el rock cruzaste de vereda.

-Volví a hacer pionerismo, y es verdad, porque cuando llegamos con Níquel al rock nosotros lo comparábamos con la escena argentina, que era de donde veníamos, y había esta misma diferencia en cuanto a tecnología y servicio.

-Vamos atrás en el tiempo. Periodísticamente hablando estuviste del otro lado del mostrador. ¿Cómo fueron esos años de la mítica revista El Expreso Imaginario? Hiciste un artículo sobre Jaime Roos...

-Me encargaron un informe sobre música uruguaya, vine acá y me enamoré de la música de Jaime y de la de Opa. Roos estaba grabando Siempre son la cuatro y la nota se llamó “Había una vez un Jaime Roos”, fue bastante comentada. En realidad llegué a la revista porque estaba vinculado a las revistas y fanzines underground de esa época, de tenor izquierdista y El Expreso Imaginario era más hippie, digamos que menos sospechosa para la época, y pedí pase. Una etapa de gran aprendizaje, conocí a mucha gente interesante, por ejemplo a Skay [Beillinson] y a la Negra Poli -lo que explica que años después Skay grabara con Níquel-, Enrique Symms, Spinetta, pero más que nada había una formación artístico-ideológica bastante estricta, en el sentido de cierta fobia a las marcas. Tenían una premonición con respecto a lo que se venía y a toda la irrupción del mundo de los negocios en el espectáculo. La incidencia que las marcas iban a tener en las décadas posteriores. Es algo que sin querer se me inculcó de joven y que en cierta forma he seguido. Suelo no tener mucha onda con los sponsors. Toda la producción independiente, que después llevé a cabo con Gargoland y todo eso tiene que ver con cierta formación que ellos me dieron.

-¿A Jaime lo conociste por esa nota y terminaste tocando con él?

-Sí, lo conocí por el periodismo y nos hicimos amigotes. Produje la primera ida de Falta y Resto a Argentina, la primera de Jaime Roos y su banda, llevé también a Eduardo Mateo. Hice un laburo como productor antes de entrar de lleno en la música, aunque yo ya componía. En una de esas noches en mi casa le mostré algunas canciones a Jaime. Me dijo como condición que me bancara lo que me fuera a decir. Al final le gustó y al tiempo me consiguió un contrato en Sondor para que grabara lo que fue mi primer disco solista, que además produjo [Era el mismo, Sondor, 1984]. Fue una etapa muy fermental de la música uruguaya; después se formó Níquel y de ahí que Pablo Faragó y yo tocásemos con Jaime. Éramos amigos, compartíamos canciones, tardes y, entre otras cosas, cierto rechazo por el canto popular de aquella época, que artísticamente no nos satisfacía tanto. Era más una herramienta política de defensa contra el régimen que una expresión artística, y la música de Roos representaba una alternativa a eso. De todas formas, ahora lo puedo ver mucho mejor, en esa época se había generado un purismo que dividía las aguas, ciertas exageraciones como que usar una viola eléctrica era imperialista, no se valoraba a Mateo, se lo acusaba de divagante, y esas cosas molestaban. Pero la jugada era que se estaba haciendo algo que trascendía lo artístico, una cuestión política con ribetes de vida o muerte. Y sí había algo que pudiese hacer retroceder esa derecha asesina y gorila, y era válida.

-Tus comienzos fueron con el candombe beat, después te fuiste al rock y por último volviste sobre un ritmo folclórico como la milonga. ¿Qué explicación le encontrás hoy?

-Bueno, yo soy un compositor de canciones, que las interpreta a modo de desahogo emocional. Lo demás son vestidos que ellas usan. En un principio estuve muy influido por esa generación que incluye a Jaime y a Galemire. El hecho de estar radicado en Argentina me resaltaba la identidad y cuando volví a Montevideo todo eso del rock argentino me pegó al revés. También siento que como artista tenés un sexto sentido, algo que no es razonado, es más un instinto que te dice si lo que te ponés te queda bien.

-Explicame algo que nunca entendí: no sé si Níquel o tu figura siempre fueron resistidos dentro del establishment roquero. ¿Te sentiste discriminado del rock y por eso tu incursión folclórica?

-Creo que uno tiene lo que se merece en la vida… Como dice Drexler: “Cada uno da lo que recibe / luego recibe lo que da”. Para que se dé esa situación necesitás tener una personalidad que te guste, sea controvertida o masoquista. Por otro lado, necesitás también una sociedad intolerante, se tienen que dar muchas cosas a la vez. Tener éxito en una sociedad intolerante… bueno, nosotros empezamos a firmar autógrafos. Le fuimos de frente a trancar a muchos prejuicios o muchas verdades que estaban escritas en piedra en el rock uruguayo. Fuimos a derribar esas barreras ex profeso. Nuestra banda era una banda popular, que llevaba gente, y se fue generando una cosa a medias, hasta calumnias. Yo tampoco llego a entenderlo bien. Sé que me convirtió en una persona muy resentida. El resentimiento de los demás hacia mí se me metió adentro, la intolerancia de la dictadura, creo que todos pagamos un poco un tributo a esa época negra de “esto sí, esto no”. También le venía bien a mucha gente hacer un combo con lo que podía criticar. Es un poco lo que pasa con Juan Ramón Carrasco y me identifico mucho con él. No se veía tanto la música y sí ciertas cosas de actitud. Lo más importante es que los grupos uruguayos que han tomado por asalto la escena no repiten más esos errores. Y son bastante inmunes a esa ortodoxia del rock, que en ese momento operaba, y mucho. Lograban transmitir que había una resistencia y a nosotros nos iban a ver miles de personas, mientras que los que resistían eran cien. Vuelvo al comienzo: y si eso es lo que me merecía, por suerte quedaron los discos.

-Pero en el circuito folclórico ahora es diferente…

-Sí, claro. No se transmitió porque era algo que no tenía relación con la realidad. Se fomentó una imagen de mí que era falsa, por eso dolía. No soy un santo, pero soy un tipo de barrio, en los 70 milité en la izquierda, estuve preso en la dictadura, fui torturado… después crié a mi familia y me dediqué al música… Está la obra, que es lo que habla, más allá de los chusmeríos. Aunque es cierto también que algunas veces contribuía, bajaba de un remise, por esa cosa del rock and roll life style, que era una asignatura pendiente y que habíamos leído en las revistas. No existía un modelo latino de cómo comportarse en el rock y el rock tiene mucho de disfrute y autocomplacencia. Nosotros esa parte la hicimos completa. Níquel se la pasó bien y eso probablemente les pudo molestar a los que no les estaba pasando. Años después, muchos de los que nos criticaban hicieron lo mismo, pero ya les parecía bien. Por suerte, estos diez años de solista me han limpiado completamente como persona y he aprendido a perdonarme las cosas en las que pude haberme equivocado. Me emborrachaba y me drogaba mucho, y en esas condiciones no sé si hacés todo bien. Y bueno, también perdono a quienes fueron injustos conmigo, pero como decía Obdulio Varela sobre Maracaná: “Eso ya pasó”.

-Hoy que el rock uruguayo se tributa a sí mismo, ¿Níquel de qué está más cerca, de la vuelta o del tributo?

-De lo que estamos más cerca es de poner a disposición de los gurises la música de Níquel, porque si hay un común denominador de Níquel es que siempre se habló mucho de él y se lo escuchó poco. En ese sentido, capaz que eso se arrastra, porque se habla mucho de mi sombrero y de mi pasado roquero y del folclore, y tal vez no escuchan la música que hago. Concretamente, contestando la pregunta, creo que estamos más cerca del tributo que de la reunión.

-¿Notás diferencias entre el público folclórico y el roquero? Estás teniendo mucha popularidad en el interior.

-En realidad el público es casi el mismo porque con Níquel también teníamos mucha popularidad en el interior. .

-Lo que estás haciendo es una milonga pop y por ende bastante urbana, es curioso que funcione más en el interior.

-Acá lo que pasa es que las personas te identifican con una imagen y después es difícil que te puedan cambiar el rótulo. En algún momento llegué a ser “el roquero” para la masa. Y ésas eran otras incongruencias que me ponían loco. Porque para los no iniciados en el rock era “el roquero”, mientras que para la grey era un “roquero vendido”, el “anticristo”… La primera vez que fuimos a un festival pensaba que la gente nos iba a recibir de una forma fría y con la primera frase de “Luchadores del lodo”, todo el mundo estaba cantando. Es la magia de la música. Y eso no lo puede digitar ningún crítico, ni ninguna elite puede decidir lo que le gusta al pueblo. Ése es el gran poder que tenemos los artistas sobre la gente que está en el medio. El género que hago es muy moderno. En el 2001 edité Efectos personales, y el año que viene se va a lanzar una edición especial CD más DVD remezclado, un disco que para mí fue muy importante porque reintroduce a la milonga en el discurso musical uruguayo. Versiones de Mateo por milonga y una cantidad de aportes que hay en ese disco de los cuales me siento orgulloso. A todos nos cuesta darnos cuenta de que diez años atrás no pasaba nada con este género. Parte de lo que a mí me gustaba era eso: el hecho de estar trabajando en un lugar que no tenía exposición mediática. Yo estaba muy cómodo. Ahora, lo que pasó fue que todo el mundo toca milonga, incluso la murga, cuando hay que generarle un acompañamiento con guitarra va hacia la milonga. Y considero que como sociedad es un progreso que se apueste a una fórmula uruguaya y se la decodifique como algo industrial y se produzca un poco en serie, que, más allá de lo que eso pueda traer o que los resultados no sean satisfactorios para los oídos más exigentes, generan una cultura de la identidad que a mí me suma.

-Hay muchas expresiones dentro de la milonga que son revalorizadas, como la fusión con el candombe que hace Roberto Darvin o el trabajo del Cuarteto Rica cosa, como continuación de la escuela guitarrística de Zitarrosa. Diferentes acepciones de la milonga, pero milonga al fin.

-Es un poco lo que intentamos sacar a luz en el 95 cuando produje al Cuarteto Zitarrosa, después en el 99 produje el álbum Cantor de aquí, de Roberto Darvin, así que yo no puedo más que sentirme feliz por ver eso que está subiendo. Es más, con Toto Méndez y Carlos Méndez estamos pensando en sistematizarlo y crear una escuela de guitarras para que se enseñe a tocar la milonga de la misma forma que se enseña “I Shot the Sheriff”, de Bob Marley. Mi intento fue hacer una milonga popular vinculada al pop, que fuera moderna, no un ejercicio estilístico como lo de Daniel Melingo en el tango, más irónico o con cierto grado arqueológico del estilo. Yo canté como canté siempre y traté de crear canciones que me conectaran con lo que me pasa ahora. Y en la parte armónica traté de ser respetuoso e ingresar al sistema armónico-folclórico de la era de los Beatles. Traté de hacer esas canciones con esas armonías, llevar canciones pop de Mateo a la milonga, y me resultó infinitamente divertido y atrapante. Sigo en eso, traté de conectarme con la gente y creo que lo logré.

-Si bien el estilo guitarrístico tiene influencia de Zitarrosa, a nivel compositivo tiene que ver más con Dino.

-Sí, Dino siempre tiene que estar, porque es la simplicidad, la honestidad, el corazón. Un tipo al que adoro. Y por el lado de Alfredo, el estudio profundo de su obra. La seriedad para encarar las versiones que se hacen de él, siempre tratando de rescatar los arreglos que se hicieron, y cantidad de terminales que quedaron pendientes con la desaparición física de Alfredo, como vincular la milonga con el flamenco por el lado de la rumba. Tratando de continuar y no de repetir. La propuesta que yo hago es más criolla que la de Dino, menos urbana, más rural, más recostada sobre el andamiaje musical de Alfredo. Pero en la parte musical tiene más que ver con Dino, aunque finalmente te diría que a esta altura tiene que ver con Nasser. En realidad, he sido un artista bastante imprevisible porque me esperan por un lado y aparezco por el otro. No sé si es bueno o es malo. Es como es.

-Sos un provocador por naturaleza…

-Y sí; no podés esperar que todo el mundo lo entienda. Los cambios inquietan.

-¿Lo del sombrero cowboy es otra provocación?

-Es como un juego. Nace un poco viendo lo que llaman en Estados Unidos white trash (basura blanca), que es el tipo que está al margen de la sociedad. Un blanco que tuvo mala suerte. Yo creo que acá estamos como en el suburbio del mundo. Y de alguna forma somos una especie de white trash global. Además, siempre usé sombrero; ahora si voy sin sombrero no me reconocen. Igualmente no creo que sea un tema de sombreros. Es un tema de Nasser. Tiene que ver con esa atracción que yo tengo para bien y para mal.

-¿Se viene un disco nuevo? ¿Cuándo?

-Pronto, el disco se llama Abrazo criollo y es criollo conceptualmente, en la mezcla de lo nativo y lo gringo. Y yo creo que mi música es muy criolla. El concepto está en la mixtura. Este disco tiene características de compilado a pedido mío y no de la discográfica. Reúne lo más significativo de mis tres discos solistas más dos canciones nuevas y versiones de las canciones que supuestamente no podían ser versionadas en los discos, pero que las toco todos los fines de semana como “Candombe de la Aduana”. A 20 años de grabarlo con Níquel va a tener su versión de estudio por milonga. Así como Dúos, mi disco anterior, es un tributo a lo que es la amistad en la música. Nasser y “el otro”. Nasser como anfitrión para que el otro artista se pudiera lucir. Este Abrazo criollo hace eso pero hacia mí.

-¿Entonces hay milonga para rato?

-Yo creo que voy a seguir haciendo lo que hago. Antes solía tapar una etapa con otra. Ahora creo que me quiero quedar disfrutando antes de ver qué quiero hacer. Y yo soy muy cuentapropista, no tengo ningún equipo que me asesore y me diga lo que tengo que hacer.