Los de afuera son de carne

Colin (Robert Webb) y Ray (David Mitchell) son dos empleados de oficina que trabajan el uno frente al otro. Al llegar a la oficina Ray se encuentra con todo el sector de Colin cubierto de fotos y banderas del Liverpool FC, cuadro del que Colin es hincha, que acaba de derrotar a su archirrival, el Tottenham Hotspurs FC, del que Ray ha admitido que su familia -no él- era seguidora. Colin le explica, sonrisa sobradora en el rostro, cómo “nosotros” (el Liverpool FC) derrotó a “ustedes” (el Tottenham Hotspurs FC) y cómo esa temporada “vamos” a ser imposibles de derrotar. Ray, que le acaba de volver a repetir que no le importa el fútbol, se irrita y se da el siguiente diálogo: -¿Puedo preguntarte algo, Colin? ¿Te acordás cuando estábamos persiguiendo a los alemanes y nos arrojaron a través del parabrisas, caímos bajo el camión pero trepamos de nuevo y golpeamos al conductor? -¿De qué estás hablando? -Cuando perseguimos a los nazis que habían robado el Arca de la Alianza y estábamos tratando de que la devolvieran... -No te sigo... -En Los cazadores del arca perdida. Es una película que me gusta así que he decidido que yo y cualquiera al que le guste está en realidad en la película, cumpliendo un rol... ¿No te gusta Los cazadores del arca perdida, Colin? -No en especial... -Ah, ¿no eras uno de los nuestros? Bueno, al final estábamos atados a una estaca clavada en el piso y tú abriste el Arca de la Alianza. Y la furia de Dios te derritió la cara. -No podés hacer eso. -Sí, puedo. Realmente me gustó ese film, así que estoy en él. -No es lo mismo. -Es exactamente lo mismo. Yo estoy tan involucrado en Los cazadores del arca perdida como vos lo estuviste en cualquier cosa que haya hecho tu cuadro la semana pasada. -No entendés el fútbol. -Bueno, tengo que admitir que no entiendo del todo cómo vos, un hombre que vive a 200 millas de la cancha de tu cuadro elegido, puede reclamar tener algún tipo de relación profunda con un grupo de jugadores alquilados y sobrepagados que vienen de las cuatro esquinas del mundo  y que temporariamente están utilizando los mismos colores de la remera que estás usando. Pero tal vez yo sea un poquito lento. Debe de ser el daño cerebral que recibí en El toro salvaje. ■ Colin y Ray, sketch de That Mitchell and Webb Look, programa de la BBC

• “Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no va siempre ‘de frente’. [...]Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol, lo aprendí con mi equipo, el RUA” (Albert Camus. El escritor argelino jugó como arquero durante su juventud).

• “El fútbol me recuerda viejos e intensos amores, porque en ningún otro lugar como en el estadio se puede querer u odiar tanto a alguien” (Françoise Sagan).

• “Novedades no hay -salvo que me han prometido emplearme como vendedor de entradas en el Estadio o cancha de Nacional de Fútbol. Creo que el domingo ya entraré en funciones. ¿Concibe usted una tarea más autóctonamente uruguaya? Frente a mí, el pueblo; encima mío, el orgulloso mástil donde flameara la insignia patria en aquellas jornadas que pertenecen ya al bronce de la historia, las gloriosas tardes de 4 a 0, 4 a 2 y 3 a 1, la gloria entre aullidos, sombreros, botellas y naranjas. Envidie a quien marcha en la vanguardia de la civilización sudamericana, sin doctoreos ni huellas de la Europa decadente, hombreándose con las masas genuinas del Nuevo Mundo” (Juan Carlos Onetti. Las cifras mencionadas con ironía en esta carta a Julio Payró, de 1937, son los resultados de los partidos jugados por la selección uruguaya, campeona del mundial de 1930 celebrado en Montevideo).

• “Yo no tengo nada contra el fútbol. No voy a los estadios por la misma razón por la que no iría a dormir de noche a los subterráneos de la Estación Central de Milán (o a pasear por Central Park, en Nueva York, después de la seis de la tarde), pero, si se tercia, me veo un buen partido con interés y gusto en la televisión, porque reconozco y aprecio todos los méritos de este noble juego. Yo no odio el fútbol, yo odio a los apasionados del fútbol” (Umberto Eco, en Segundo diario mínimo).

• “Celebro que haya gente que escribe muy bien y que no oculte su pasión futbolera. Cuando tenía 20 años, dirigí en Uruguay un diario independiente de izquierda. Se llamaba Época y tenía buena resonancia, con 35 mil ejemplares. Éramos todos muy jóvenes y capaces de esa locura, una experiencia maravillosa en la que nadie cobraba y de la que todos los militantes, unos 5 mil, éramos accionistas. Así que recuerdo muy bien lo que eran las asambleas, con 200 o 300 personas hasta las siete de la mañana, en las que yo tenía que dar la cara y defender las páginas dedicadas al fútbol. Era la pelea más feroz de todas, porque para los militantes de izquierda aquello era dilapidar cinco o seis páginas de un vocero de la clase trabajadora, de un diario antioligárquico, para consagrar al fútbol, el ‘opio de los pueblos’. Recién ahora la izquierda se está curando de esa enfermedad en la que acusa al fútbol de que la gente no piense. Ahora los intelectuales no tienen vergüenza” (Eduardo Galeano).

• “El fútbol, por un lado, canaliza el instinto gregario nacionalista, sirviendo de catarsis a los impulsos guerreros primitivos. Esto satisface el espíritu competitivo de los hombres de conciencia poco desarrollada. Sin embargo cabe preguntarse el porqué de esta inmensa atracción hacia el fútbol, sobrepasando a las otras actividades deportivas. Creo poder explicarlo: el ser humano, al mismo tiempo que es atraído por impulsos cavernarios, también es objeto de una fascinación por lo sagrado. Y el fútbol reúne estos dos aspectos. Fue creado por una sociedad esotérica inglesa, aplicando en su esquema principios de la alta magia. Se juega sobre un rectángulo verde, siendo el verde el color que simboliza la eternidad. El doble cuadrado es un signo iniciático donde se inscribe la sección áurea o divina, tan usada por pintores como Leonardo da Vinci. Las cartas del Tarot de Marsella son rectángulos. Los lenguajes sagrados, como el hebreo o el sánscrito, tienen 22 letras principales. Los jugadores de un partido de fútbol son 22, tantos como los 22 arcanos mayores del Tarot o los 22 polígonos regulares. En el centro de la cancha hay un círculo con un punto en el medio: símbolo del oro, en la alquimia, o del sol o del Dios esotérico. En el terreno verde se delimitan en sus esquinas cuatro áreas indicadas por un cuarto de círculo. Corresponden a los cuatro símbolos de los arcanos menores del Tarot: espadas, copas, bastos y oros. Frente a cada arco, que es un medio cuadrado vertical, se extienden dos medios cuadrados horizontales. Si se suman los dos arcos se obtienen tres cuadrados, uno más pequeño, uno medio y uno grande: son los tres cercos cuadrados, cuerpo, alma y espíritu, símbolos del templo, que va del cuadrado exotérico al cuadrado interior esotérico, donde viene a anidarse la pelota, es decir el Cristo. ¿La pelota símbolo del Señor? Sí. La pelota oficial está compuesta de pentágonos negros y hexágonos blancos. Cincos + seis. Jesús (cinco letras) + Cristo (seis letras). Se parte del gran círculo con el punto central, el dios exterior, (Jehovah, Brahma, Alah), y se lucha para llevar a Dios al centro del templo. Con el gol el hombre simboliza al Dios interior (Cristo, Atman, Buda)… Estas competencias donde se marcan goles, existían entre los mayas y los aztecas mexicanos, los mapuches chilenos y en gran cantidad de tribus primitivas. No me extraña que a veces se produzcan muertes en los partidos de fútbol. En ellos se une la violencia a lo sacro. Entre los mayas, a los ganadores del partido se les concedía el inmenso honor de ser degollados para que los dioses se alimentaran de su sangre” (Alejandro Jodorowsky).

• “Nuestra eterna indiferencia al deporte más adorado en el resto del mundo se puede explicar en dos partes. Primero, como nación de inventores lunáticos pero determinados, preferimos las cosas que se nos ocurrieron a nosotros. Los deportes más populares en Estados Unidos son los que concebimos y desarrollamos aquí: fútbol [americano], béisbol, básquetbol. Si podemos reclamar aunque sea una parte del mérito por algo, como con el tenis o la radio, tendemos a mostrar un interés pasivo en ello. Pero no inventamos el fútbol, por lo que sospechamos de él. El segundo obstáculo para la popularidad del Mundial, y del fútbol profesional en general, son las caídas falsas. Los norteamericanos podemos ser arrogantes, pero hay una cosa en la que estoy de acuerdo y es en el inmenso desprecio que sentimos hacia los que simulan penales. Hay pocos casos en los deportes norteamericanos donde tirarse sea parte del juego. [...] El único de los tres grandes deportes donde la caída es un factor importante es el básquetbol, donde los jugadores de vez en cuando exageran una falta contra ellos, pero atención a esto: el mayor simulador de caídas en la NBA no es un estadounidense. ¡Es un argentino! (Manu Ginobili, el rey de los farsantes, pero también un gran jugador). Pero tirarse en el fútbol es un problema. Básicamente, tirarse es una combinación de actuación, mentira, súplica y trampa, y estos cuatro comportamientos forman un mix poco atractivo” (David Eggers. La cita del editor y escritor estadounidense es parte de un artículo aparecido en el volumen colectivo The thinking fan’s guide to The World Cup).