-¿Alguna vez pensaste que La Gran 7 iba a tener 20 años de murga?

-No, no pensé nada. Tampoco pienso que se vaya a acabar, o sea que mientras vivamos supongo que va a seguir. No se me ocurre tenerla forever; sí parar -como hemos hecho varias veces- para desintoxicarnos.

-Vos ya tenías tu carrera como músico -como solista o con Asamblea Ordinaria- cuando arrancaste con La Gran 7. ¿Era para vos un divertimento o un proyecto musical serio?

-Lo consideraba en serio desde el principio. No sabía nada del carnaval ni de la murga, tuve que aprender. Me gustaban las murgas pero no era de los que iban siempre. Y pregunté, pero como los demás tampoco sabían nada no se dieron cuenta. Era una barra de La Entubada, que era la murga de Química, que decidieron salir en carnaval, pero como eran poquitos empezaron a llamar gente de otros lados, y fue eso.

-Una murga universitaria, ¿estaban influenciados por la BCG?

-Ellos tenían más influencia de la Reina y la Falta, pero estaba el letrista -que estaba hasta hace poco y puede volver a escribir, Pablo Neerman-, que escribía en Guambia como Flogisto, que tenía un estilo muy especial, que determinó por lo menos una parte del estilo de La Gran 7 y que no tenía nada que ver con la Falta ni con la Reina, y tal vez tampoco con la BCG.

-La gente de las murgas salidas de Murga Joven suelen nombrarlos como una influencia aun mayor que la BCG, sobre todo porque los consideran una murga más tradicional en lo formal...

-Totalmente, yo siempre busqué -sabiendo que no era lo nuestro- acercarme a lo más tradicional posible para llegar a un punto interesante. Intentaba sonar como La Nueva Milonga y no llegaba ni cerca, pero me gustaba ese sonido. Recién hace poco dejé de intentar sonar de alguna manera y sonar como suena La Gran 7. Fuimos los que empezamos a hacer salpicones, que en esa época no se hacían más, fuimos hacia una cosa más retro y tal vez a eso se refieran los de Murga Joven.

-¿Cómo fueron las primeras salidas?

-En esa época ser joven no era como ahora, era una especie de delito en carnaval, no se trabajaba nada. Ahora también, pero tienen el plus de los festivales de Murga Joven, que tienen sus tablados y laburan un poco por esa inercia. Pero siempre tuvimos una especie de respeto por los viejos del carnaval, no sé por qué. A los más veteranos les gustaba, a Pastrana y esa gente le gustaba porque cantábamos mucho y se estaba criticando a las murgas que hablaban, yo qué sé...

-No tuvieron un encontronazo generacional...

-No, para nada, por lo menos en las palabras no. De pronto sí el no dejarte lugar, pero no fue una murga muy criticada por eso.

-¿Cuánto fue lo más alto que llegaron en el concurso?

-Séptimos, varias veces séptimos. Chistes aparte. Más de uno me ha dicho por qué no se cambian el nombre... Y las dos últimas veces que llegamos séptimos La Mojigata salió sexta, que es una murga que nunca sale tan arriba, pero justo cuando se les ocurre salir sextos salen diez puntos arriba nuestro.

-Ellos estarán esperando que se cambien el nombre por “La Gran 2”...

-Es una curiosidad que siempre estemos en el mismo lugar; ellos salen 10º y nosotros 11º, siempre así...

-Una cosa particular es que la murga se ha centrado mucho en vos, en cierta forma es “la murga del Flaco Lamolle”...

-Sí, es así, porque hago muchas cosas: escribo, arreglo, dirijo... De hecho hubo un año en que salieron sin mí y no les fue muy bien. Así que mi figura se vio reforzada... Yo propongo todo pero hay un ida y vuelta permanente, la murga saca cosas que yo hago y le agrega y me insiste... De última soy el que tiene la última palabra pero con cierta flexibilidad. Incluso ahora, en el repertorio, yo armé una cosa y se agregaron varias por insistencia de ellos y no me negué a nada, excepto a algo que no me gustaba nada.

-Los repertorios recientes de ustedes eran muy críticos hacia los gobiernos de izquierda. ¿Eso no te produjo discusiones dentro y fuera de la murga?

-No, para nada, al revés; el año que empezamos con el cuplé de “No me toquen el bolsillo”, que criticaba a los que votaban a la izquierda y que por el impuesto a la renta se habían vuelto antifrentistas, me dijeron: “Bo, estamos muy oficialistas”, y ahí metimos un montón de cosas más. A ellos no les gusta ser muy oficialistas, y a nadie le molesta, no he recibido críticas por criticar al Frente. Alguna cosita, tal vez, pero la gente se mata de risa. No tiene nada que ver.

-¿No es un lugar medio raro para las murgas ése de tener y no tener que ser oficialista?

-Mirá, durante el 90% de su historia las murgas estaban compuestas por blancos y colorados y había gobiernos blancos y colorados. No es raro que sean de izquierda y los gobiernos también. En el medio hubo un período en que las murgas se habían volcado hacia la izquierda y los gobiernos no, y la gente recuerda ese período como lo normal, pero no es lo normal. Fijate que La Soberana fue la primera murga de izquierda y las murgas tenían 70 años cuando apareció La Soberana, y las murgas siempre criticaron. Los cupleteros viejos les daban con un caño a los gobiernos y es lo lógico: las murgas están para eso. Nosotros hacemos lo mismo.

-¿Pensás que eso es una función de la murga?

-Es un placer; la gente espera que critiquemos y para uno es un placer criticar de una forma en que te oiga alguien, que no es lo mismo que criticar en un boliche. Depende del tono y la puntería; si vos criticás de una forma tonta, gastada y vieja, no pega bien. O si te centrás en una persona y la destruís, pero si te las arreglás para dar tu opinión y reflejar cosas que escuchás... Es desde dónde te colocás y a quién apuntás. Es complicado.

-¿Para vos el concurso limita mucho la experimentación dentro del formato?

-Limita si vos te limitás; el concurso no limita nada, y no siempre hacer aventuras implica que te vaya mal en el concurso. De pronto no te deja pasar del séptimo puesto... Pero no te elimina; las cosas que están bien están bien. A la larga seguís en el pelotón y podés hacer lo que quieras.

-¿Qué te parece que necesita la murga hoy? Porque parece que hubiera llegado a un cierto techo de popularidad y forma...

-Yo qué sé... la murga es necesariamente cíclica, aparecen determinadas innovaciones y dominan una década y otras dominan otra década. Lo último fue lo que hizo la Murga Joven, que aportó pila y fue un cambio muy drástico, pero a la vez manteniendo las formas. Pero todo eso se va agotando y ahora hay determinados recursos de la Murga Joven que antes sorprendían -como rimar todo mal adrede-, que hay que usarlos con precaución, porque hay gente harta de ese humor y hay que buscar por otro lado. Hay pocas murgas que todos los años buscan. La Mojigata es una de ésas, que de pronto se dan la cabeza contra una pared, porque son criticados por ser demasiado serios o muy dramáticos. Otros años embocan en el gusto genérico y está todo bien. En algún momento la murga amagó volverse algo demasiado melódico y operístico, pero volvió sola a su lugar. ¿Qué necesita la murga...? No sé, dentro de un rato te contesto.

-¿No te parece que la murga, como género, se ha vuelto muy oficial, no en el sentido de las letras, sino como propuesta del Estado?

-Ah sí, claro. Es lo peor que le puede pasar a un género, que el Estado lo tome como estandarte, que todos se sientan orgullosos de ese género. Porque ahí empiezan los apoyos y las facilidades, y en un género como la murga medio como que rechina el demasiado acolchonamiento del trato. No sé qué puede pasar; los géneros tienen una vida. La murga siempre fue mal vista y se mantuvo, ahora que es bien vista no sé cuánto va a durar. Como murga, si no se convierte en una cosa museística. Pero no lo creo, siempre ha salido de todas sus crisis con salud.