Entre toda la gente que está escribiendo hay algunos que han dado señales de una cierta clarividencia sombría: tenemos al ominoso Leonard Cohen, quien ya en 1992 describía al futuro como un lugar donde “tu vida privada va a explotar de repente”, donde “el hombre blanco va a bailar” y donde “todos los pésimos poetas menores van a acercarse tratando de sonar como Charles Manson”. O al nada menor John Darnielle (Mountain Goats) asegurando entre el miedo y el optimismo “y cuando su tiempo llegue voy a poder verlo suceder, pimpollos negros y dulces como petróleo de Texas. Yo vi al futuro floreciendo como un navío quebrado. A alguien lo van a clavar. No va a ser a mí”. Pero ninguna de estas visiones pueden compararse al efecto de las grandes canciones sobre aviones que Laurie Anderson escribió para su disco Big Science (1982), que estremecieron a todos los estadounidenses cuando las escucharon veinte años después, luego de los atentados contra las Torres Gemelas. Dichas canciones habían sido escritas como veladas referencias a los suministros de armas de la administración Reagan (“O Superman”) o como metáforas de la vida moderna en general (“From the Air”), pero su relectura casi borgeana bajo la luz negra de los aviones estrellándose contra aquellos enormes símbolos arquitectónicos del poder de los Estados Unidos era algo realmente que producía auténtico vértigo. Al fin y al cabo era la mujer que en ese mismo disco aseguraba con humor “porque yo puedo ver el futuro, y es un lugar a unas 70 millas de aquí” (“Let X=X”).

Los expertos dicen

Pero, como saben todos quienes utilizan el I-Ching, una metáfora amplia es una buena forma de prever amplias situaciones del porvenir, y todos estas observaciones no serían de gran impacto si no fuera porque Anderson también ha sido una artista visionaria en lo formal, y muchos de sus loops y timbres han perdido un poco de su originalidad por el simple motivo de que todo el mundo los utiliza hoy en día, mientras que ella estaba sola cuando los inauguró hace ya tres décadas. Y además, y no es menor, Anderson –más que una pitonisa o la versión femenina de Julio Verne- es antes que nada una excelente poeta, y una de una extraordinaria lucidez a la hora de examinar la vida moderna, particularmente en el epicentro cultural de su país de origen.

Sobre esto trata Homeland, su primer disco en casi una década, del que todo el mundo se ha apresurado a señalar que es su mejor disco desde su debut con Big Science. Puede ser una conclusión un poco exagerada, pero sí de seguro es uno de sus discos más accesibles y directos, lo cual no quiere decir que se parezca en lo más mínimo a la música pop contemporánea o a la obra de otras compositoras actuales.

En realidad se trata de un disco bastante melodioso, apoyado en la interacción entre el violín de Anderson, bases tecno más bien mínimas y la alternancia entre los fragmentos cantados y los hablados con su acostumbrado sentido del ritmo (en varios de los cuales Anderson distorsiona su voz hasta que suena como la de un hombre, asumiendo su alter-ego masculino de Fenway Bergamot). La disposición de los temas puede hacer parecer al disco más monótono de lo que es, ya que la mayoría de las canciones más íntimas y amables están apiladas al principio del álbum, pero a partir de “Only an Expert” –casi al borde del funky- la cosa cambia radicalmente mientras Anderson explica, con furia apenas contenida: “A veces, si está realmente, realmente, realmente caluroso. Y es Julio en Enero. Y no hay más nieves y olas enormes están barriendo ciudades. Y hay huracanes por todas partes. Y todo el mundo sabe que es un problema. Pero si algunos de los expertos dicen que no es un problema. Y otros expertos aseguran que no es un problema. O explican por qué no es un problema. Entonces simplemente no es un problema. Pero cuando un experto dice que es un problema. Y hace una película y gana un Oscar sobre el problema. Entonces todos los otros expertos tienen que estar de acuerdo de que posiblemente sea un problema. Sólo un experto puede ver que hay un problema / y ver el problema es la mitad del problema / y sólo un experto puede solucionar el problema”. “Only an Expert” debe haberse convertido en el tema más citado en estos días, luego del letal derrame de petróleo en el Golfo de México.

En este tema, tal vez el más impactante de Homeland aunque no necesariamente su eje, está presente la guitarra de su pareja –y reciente marido- Lou Reed, quien está pasando por su etapa más vanguardista desde los lejanos días de Street Hassle o Metal Machine Music. No es la única presencia estelar en Homeland, en el que también aparecen –siempre en un segundo plano, pero siempre distinguibles- nombres como los de John Zorn, Omar Hakim, Antony Hegarty y buena parte de la elite de los músicos neoyorquinos.

El disco alcanza su cenit en “Another Day in America” (“Algunos dicen que nuestro imperio está concluyendo. Como todos los imperios lo hacen / y otros no tienen la menor idea de qué es el tiempo o a dónde va o siquiera dónde está el reloj”), un desolado y épico tema de más de diez minutos en el que la voz de pseudo-hombre de Anderson/Bergamot alterna con una de las voces masculinas de mayor femineidad de la actualidad, la de Hegarty (de Antony and the Johnsons). Al estar ubicado en el medio mismo del disco y funcionar como su centro oscuro, “Another Day in America” es una tal vez involuntaria reflexión sobre la importancia de la secuencia y el orden de un disco conceptual, algo casi perdido en estos tiempos de escuchas fragmentarias.

Los familiarizados con el arte de Anderson no van a encontrar enormes sorpresas musicales en este disco; de hecho, la compositora parece sentirse muy firme en su tímbrica acostumbrada, pero la maneja con maestría y siempre al servicio de un concepto que a su vez tampoco ahoga la musicalidad general.

Perla duradera

Algunos pueden asociar a Laurie Anderson con la clásica artista esnob neoyorquina, enfrascada con experimentos conceptuales como el de hacer música que se transmita por los huesos o realizar conciertos que sólo los perros puedan escuchar (ha realizado ambas cosas), pero posiblemente no haya nadie –salvo Bruce Springsteen o Neil Young en sus momentos más inquietos- en la escena musical internacional que tenga su mano tan firme sobre el pulso de la realidad, y es una mano que aprieta; al fin y al cabo ¿cuántos músicos punk pueden alardear de haber sido calificados como “una amenaza a la seguridad nacional” por el FBI, algo que le sucedió a la Anderson a causa de un estúpido incidente con un instrumento musical que envió por correo a Chicago el mismo día que George W Bush estaba visitando la ciudad?

Laurie Anderson tiene 63 años que se le notan a través del maquillaje chaplinesco que utiliza en la portada del disco, pero su voluntad de opinar sobre la siniestra actualidad –con una indignación apenas velada por la suavidad de la música- le conceden esa particular elegancia juvenil de la ira justificada. Pero hasta la misma furia se complementa, en una dinámica de Ying-Yang, con la emotividad íntima de temas como “Thinking of you” o “My Right Eye”, dejando en claro que Homeland no es –aunque no deja de serlo- un simple vehículo ideológico, sino una obra de arte expresiva y de gran alcance general.

Laurie Anderson tiene algo que decir, y eso es claro y removedor. No, ya no está de moda ni es la perla más brillante de la vanguardia. No importa; en realidad, hace que lo demás no importe.