Partido a partido fuimos entrando en esta especie de irrealidad, de ensoñación, de cosa fuera de lugar cuando completando el fixture veíamos repetirse el nombre de ese país, que es el nuestro. Puestos aparte el entusiasmo y el deseo, no era razonable pronosticar que Uruguay avanzaría hasta semifinales. Estábamos equivocados. Tabárez nos enseñó -sus conferencias de prensa son un capítulo aparte en la participación de Uruguay en el Mundial- que un cuadro de fútbol es un proyecto y que nada debe darse por perdido de antemano porque el fútbol es un juego entre seres humanos. El maestro sumó profesionalidad, modestia y sentido colectivo sin desengancharse de la tradición celeste que manda dejar el alma en la cancha.

El legado del sudor de esta selección puede ser un mito que nos adormezca (los ídolos goleadores, la buena fortuna, la garra) o un relato emocionado pero lúcido y productivo de cómo un pequeño país apestado por décadas de pobres resultados logró cambiar la pisada y exhibir un buendesempeño, en todo. Los periodistas deportivos tienen audiencias enormes. En buena medida está en sus manos construir el significado de la participación de Uruguay en Sudáfrica. Un relato que sobrevivirá como cultura. Es tanto lo que nos gusta el fútbol que hablar de él con sensatez e inteligencia no es sólo algo que merecemos. Es también un discurso que nos educa.

¿Qué es lo que nos emociona,lo que nos hace llorar cuando vemos a ganar a Uruguay? ¿Es una forma decente de orgullo nacional? ¿Es lo mismo que sienten los alemanes cuando triunfan? ¿El dolor de los argentinos, más cercanos a nosotros, es como el nuestro cuando nos llega la hora de perder? ¿Qué partido es el que se juega adentro y nos tiene en vilo? Lo que conmueve de Uruguay ¿es que somos o creemos ser siempre David enfrentando a Goliat?