“El negativo se hace positivo”: la frase suena cual versión fotográfica del concepto del ying y el yang -y no está lejos de serlo-, pero en rigor es una suerte de máxima personal pronunciada en varias entrevistas por el notable Josef Koudelka, quien del corazón del procedimiento utilizado durante toda su trayectoria de fotógrafo extrajo su metáfora vital. La naturaleza del negativo radica en su potencialidad de devenir infinitos positivos; aunque se realice uno solo o siquiera ninguno, sigue siendo esencialmente un objeto a transformar. Y esa transformación es buena, aunque al principio no lo parezca. Así refiere Koudelka su experiencia del exilio.

Escena en off ofrece un relato en clave simbólica de una experiencia de emigración. Carolina Sobrino, fotógrafa uruguaya radicada desde hace seis años en Lanzarote (Islas Canarias, España), expone en su país de origen una obra cuyo tema es ese reencuentro con el lugar de origen y los movimientos -emocionales, físicos, imaginarios- implicados en dicho proceso. Hay sobrados testimonios del desarraigo como ámbito propicio para el encuentro consigo mismo, y así se percibe en este relato, que descubre una maduración artística, una transformación en la estética de Sobrino. Más evidente es la elección de trabajar en blanco y negro, dejando a un lado el color que dominaba previamente su obra, un pasaje que resulta más radical que el inverso, tal vez por menos tradicional, tal vez porque implica despojamiento, voluntad de abstracción, de acotar la escala y concentrarse en indagar la elocuencia de lo luminoso y lo oscuro, que, en su máxima expresión, se perciben sin color.

Tensión latente

Hay una figura humana agazapada en medio de un puente. Es la bienvenida al espectador a la sala de exposición, o la advertencia, a lo que uno se enfrenta al entrar. Es la piedra angular del proceso de creación, la foto disparadora, fechada tres años antes que el resto de la obra. Y es la única vertical, el eje de simetría de todas las demás horizontales. La única que sugiere el retrato, radiando la presencia humana a los paisajes desolados que dominan la sala, sentando las bases de una propuesta que intenta reconfigurar un mapa general a escala de un itinerario íntimo.

Si el retrato marca el protagonismo de una individualidad enmarcada en un derrotero universal de la migración, del viaje/proceso vital, hay también un protagonismo del objeto puente en tanto símbolo de la decisión, de la imposibilidad de evadir la opción -quedarse o irse-, pero también de la posibilidad de volver a optar -ir y/o volver-.

Otra foto muestra la continuidad de la tierra interrumpida por la convención social: un cerco de piedras, trabajosamente construido. La toma desde encima del cerco propone una subversión a esa convención, una tercera opción no prevista: quedarse “entre” un territorio y otro. Participan en este proceso otros elementos significantes además de los mencionados, como el círculo, el dado, la ropa sin cuerpo y el cuerpo desnudo, componiendo un tejido simbólico que enriquece el relato con referencias al azar, al eterno retorno, a la depuración y al riesgo.

La simetría deliberada del montaje refuerza la impronta de bifurcación presente en otras fotos, en las que el agua-océano, al igual que el puente, aparece como elemento a la vez unificador y separador. Lo que está en off es lo que no está destinado a ser mostrado, porque es íntimo o no debe decirse. Expone, prueba, documenta. Escena en off registra la construcción de un espacio imaginario donde confluyen los dos puntos que el puente separa, donde se escenifica la reparación de la pérdida y el negativo se hace positivo.

Quizá lo más interesante de este relato construido sobre un juego de símbolos, que por momentos parece obvio y por momentos, obtuso sea precisamente su carácter oscilatorio. Hay una manera muy sutil de pasar de un estilo a otro, de un modo a otro de vivir el acto fotográfico. El equilibrio entre una fotografía “armada” en la que el propio cuerpo de la artista entre en escena y una fotografía “encontrada” es tal que pasa desapercibido. Seguramente el blanco y negro aporta el grado de homogeneización necesario para activar lo sutil, para ayudar a imbricar lo autoreferencial con el documento fortuito de una realidad.

En esta tensión latente hay un componente de cuestionamiento a las formas de decir establecidas en fotografía. Pero más allá de este caso, en la obra de Sobrino el cuestionar es un ítem constante. En El tiempo dilatado, por ejemplo, exploró bien de cerca la piel y la ropa interior de mujeres muy mayores, subvirtiendo la herramienta para descubrir capas de convenciones prescritas, aplicando una herramienta en otro campo, usando un esquema visual para interrogar su propio contenido. En Escena en off asistimos también a una búsqueda de provocación. Parapetada en la elegancia del montaje y realización y en un aparentemente estricto orden simétrico, hay una obra que propone múltiples entradas y una narrativa compuesta por piezas móviles, en la que cada mirada compone un relato.