Por estas fechas, en los ensayos del BNS se respira una atmósfera de universo paralelo. Presenciarlos es como entrar en un mundo alterno regido por otras leyes de gravedad, donde las coordenadas están dadas por la música, el ritmo y la levedad. Un lugar sagrado donde la danza es tan natural como la vida misma y la aridez de lo cotidiano queda puertas afuera.

Adonde se dirija la mirada hay bailarines elongando los músculos de las piernas en el piso o tomados de una barra, mejorando las puntas, haciendo abdominales o lagartijas, practicando giros. Una increíble concentración de seres espigados y espaldas derechas: ellas son delgadas y armoniosas con cuellos de cisne, ellos son esbeltos y apolíneos. En conjunto, el Ballet Nacional del SODRE -que tiene más de 66 integrantes- luce más homogéneo que nunca.

En el estudio temporalmente ubicado en la sala Hugo Balzo no entra la luz del sol, pero los focos instalados en el techo generan un tipo de luz similar a la natural. Las gruesas paredes aíslan completamente los sonidos del exterior y lo único que resuena son las indicaciones de los maestros y los acordes del piano, mientras los bailarines giran sin cesar en perfecto equilibrio, ágiles como el aire, como si se abrieran a la vez una decena de cajitas de música.

Á la seconde, arabesque, glissade, assemblée, entrechat: el entrenamiento es el desayuno del bailarín y puede venir acompañado de Chopin, Stravinsky o cualquier melodía que se acople al ritmo y la intención de los ejercicios determinados por el maestro, explica el pianista Martín Troche.

Esa caligrafía de la levedad y la gracia -detrás de la cual hay grandes sacrificios- requiere de hacer hablar a brazos, manos, piernas, ojos, y de un entrenamiento digno de un deportista de alta competencia. Pulir la técnica del ballet no es cosa sencilla y para ello Bocca trajo a su legendario maestro, el alemán Wilhelm Burmann, considerado uno de los tres mejores del mundo.

“No, no, no, attitude is here”, dice el renombrado maestro a los bailarines mientras practican un complicado giro en el que las bailarinas deben llevar las manos atrás de la nuca. “No, no, no. You are not listening to the music” (No estás escuchando la música), corrige mientras se pasea serio, con el mentón ligeramente levantado. Las clases de Burmann se dictan en inglés y cuando se extiende en sus alocuciones alguno de los bailarines o el propio Bocca se encargan de traducir para el resto. “This side is too loud”, critica a los bailarines que hacen ruido al caer en el piso de madera flotante recubierto de linóleo y les enseña a caer en silencio.

Burmann tiene su filosofía del movimiento -explica la bailarina Lucía Martínez, que integra el cuerpo de baile desde hace varios años- según la cual todo es física pura, por eso es tan importante tener presentes los opuestos, la contraposición de fuerzas. “Cuando se mueve una pierna, el bailarín piensa que ésa es la pierna que trabaja; sin embargo, la que trabaja es la pierna de apoyo”, dice Martínez. “Ese cambio en el foco de atención que debe pasar primero por la mente y luego al cuerpo modifica de raíz la manera de bailar. Otras enseñanzas de Burmann tienen que ver con que si las extremidades del cuerpo están bien colocadas, todo el cuerpo está bien, si la energía no se corta en ningún lado es que todo está en su lugar”, agrega la bailarina.

Al finalizar su clase con el BNS, Burmann dice a los bailarines que realizaron un buen trabajo en conjunto y les recuerda que ante las dificultades es bueno “llorar cinco horas en casa hasta dejarlo, para regresar y volver a intentarlo de nuevo”.

Volar como el cóndor

Hace semanas comenzaron los ensayos de Nuestros valses, Doble corchea y Raymonda, el programa previsto por el flamante director artístico para salir de gira por el interior del país, luego de la función estreno exclusiva que tuvo lugar el 22 de julio (ver la diaria del miércoles 21) y de una privada que tendrá lugar hoy.

Para reponer Nuestros valses, una pieza del coreógrafo venezolano Vicente Nebrada, Bocca invitó a los maestros Yanis Pikieris y Zane Wilson, que fue partenaire de Sara Nieto en Chile, bailó esa misma obra y es heredero coreográfico de Nebrada. Tanto para Pikieris -coreógrafo colombiano-venezolano que ha enseñado y bailado en buena parte del mundo- como para Wilson, mantener viva la obra de Nebrada es una misión. “La danza no es como una pintura que queda en la pared, los ballets si no se bailan se mueren. Bocca también tiene un gran amor por estas obras y quiere que se sigan bailando. Éste es un intercambio que hacemos en forma mística, sin números de por medio, no es un negocio”, dice Pikieris ilusionado con que el BNS sea un hogar para el legado de Nebrada.

Durante las clases, que tienen lugar en la mañana, la melodía al piano se repite una y otra vez. Pikieris marca un paso y los bailarines lo ejecutan media decena de veces. Las piernas se abren y se cierran, van a un lado y al otro. Cuando saltan parecen detenerse unos instantes en el aire. “Lo más importante es la actitud que uno trae, bailar es una expresión del alma y no se puede hacer con mala actitud. Hay que creer en lo que uno hace todo el tiempo porque es algo que uno escogió y que nadie lo obliga a hacer. No acepto quejas, exijo que se diviertan porque así se hace todo de mejor manera en la vida. La música es un aliado, hay que tener un respeto por lo que se está bailando, no se puede sólo bailar”, dice Pikieris.

“¡Ojos, ojos!, les digo todo el tiempo, porque sin ojos no existo. Si miro hacia abajo no puedo pretender llegar al público. ¡Manos!, porque el cuerpo no termina aquí, [se toca las muñecas] es con las yemas de los dedos que se siente el espacio y podemos adueñarnos de él. Brazos como los del cóndor de los Andes, hay que sentirse como un cóndor y dar la sensación de que volamos”.

Para Pikieris, que ha dictado clases en compañías de todas partes del mundo, el BNS es un excelente grupo de bailarines. “Hay mucha mística -que es importantísimo en esto- y un nivel técnico muy alto, no imagino que haya nada que no puedan hacer. Está todo dado para que sea una compañía importante en Sudamérica y en el mundo”, dice, y agrega que “tienen mucho espíritu, que es lo que más se necesita”.

Aquí están, éstos son

Otra dinámica da comienzo a la hora del almuerzo, que en realidad son entre diez y quince minutos que los bailarines tienen para realizar alguna ingesta. Durante ese ínterin cada uno se acomoda como puede en el piso del estudio entre zapatillas, abrigos y mochilas, y saca su viandita que puede ser un kiwi, una manzana, una banana, un frasquito de yogurt, unas empanadas, mate o café, entre otras cosas. Momento ideal para abordar a los bailarines para saber cómo viven este proceso de cambios que comenzó con la llegada de Bocca y continuó con una audición, internacional que permitió renovar la planilla de bailarines. No todos lo perciben de la misma manera. No es lo mismo para los jóvenes que fueron seleccionados en la audición que para los que hace años están bailando en el SODRE y ahora tienen veintipocos años o ya cumplieron cuarenta. Para Rosina Gil, una uruguaya que vivía en España y bailó en la compañía de Carmen Roche, de David Campos, y en el espectáculo El despertar de la serpiente que hizo el Circo del Sol en la expo 2008 en Barcelona, ingresar al BNS fue como “ganarse la lotería”. Explica: “Salió redondo, puedo estar con mi familia y bailando lo que me gusta con una buena dirección”.

A su lado está Tatiana Mersan, una paraguaya que reparte “chipa pirú” mientras aclara que no son galletitas sino chipa, alimento típico de su país. Su compatriota Carmen Ayala cuenta que ésta es una oportunidad muy buena para trabajar con gente importante del mundo del ballet. Ayala viene de bailar en la compañía de Iñaki Urlezaga y en el Ballet Nacional de Portugal. La presencia de Bocca y el repertorio del BNS fueron decisivos para que se presentara a la audición. Carolina Maneiro, Luis Ramos y Aníbal Orcoyen toman mate en un banco y dicen que Bocca renovó las ganas de trabajar de todos y “acercó nuevos conceptos que estaban fuera de nuestro alcance. Ahora hay que asumir nuevas responsabilidades”.

Giovana Martinato (29) entró al BNS hace 12 años y cree que las clases de los maestros extranjeros son excelentes: “Agradezco que este cambio llegue en la plenitud de mi carrera y poder ver el resurgimiento del Ballet del SODRE, que espero realmente que suceda”, dice, agregando algo significativo: “La llegada de Bocca hizo que todos estuvieran al tanto del cuerpo de baile, hay gente que me pregunta '¿cómo te va con el nuevo jefe?' Tan favorable como el cambio artístico que ha habido en la compañía es poder estar en boca de la gente, que la gente sepa que hay un ballet, que hay un Cuerpo de Baile del SODRE que es el Ballet Nacional. Hasta hace poco cuando decía que era bailarina me preguntaban ¿te pagan por eso? La gente no sabe la cantidad de horas que trabajamos acá”.

Juan Manuel Genés, un argentino que ingresó luego de la audición, está convencido de que la gente se va a sorprender. “Hace tiempo que no se ve una compañía con tantos bailarines que bailen y de tantos países”, opinó.

Sofía Sajac, solista del Cuerpo de Baile que entró a los 16 años y lleva 25 bailando, dice que lo vive con gran expectativa y aún a la espera de una ley jubilatoria o de soluciones para los que ya no están en actividad. Sajac, que vivió varias etapas del SODRE, se pregunta cuál es el proyecto a largo plazo y en qué quedarían todos estos cambios si Bocca se fuera. “Junto con él se van los capitales y ¿desaparece el cuerpo de baile del SODRE que tiene 75 años?”, dice imaginando el peor de los escenarios posibles.

Crescendo artístico

Por la tarde se ensayan las tres obras. Es el momento en que los bailarines tienen que explorar emociones variadas que luego transmitirán a su público desde el escenario. Todos ensayan con la expectativa de que las cosas salgan bien el día del estreno y de que el sacrificio en pos de un ideal de perfección produzca esa alegría de extrañas cualidades -como la del gol del Loco Abreu, que grita de contento desde un póster en una de las paredes del estudio- que surge cuando el arte llega a conmover.

Pikieris explica que Nuestros valses, con arreglos musicales de Teresa Carreño, es una obra que surge de la influencia europea en América Latina, donde el vals, una danza de alta alcurnia, es llevado a la idiosincrasia criolla, tocado de una forma más alegre y popular.

Lo interesante desde el punto de vista de la coreografía es el trabajo de parteneo, es una obra muy aérea, vertiginosa, en la que los bailarines tienen que levantar por los aires a las bailarinas en muchas ocasiones, y además están siempre fuera de balance. “Fuera de balance” quiere decir que si el partenaire suelta a la bailarina, ésta directamente se cae.

“Hay un constante juego con el riesgo, un ritmo rápido que va de movimiento en movimiento sin parar nunca. La obra será interpretada por cinco parejas con el pianista en vivo. Me gusta decir que cada dueto es un pas de trois, ya que el pianista no sólo tiene que estar tocando sino que tiene que estar en directa comunicación con los bailarines, eso lo hace tan especial”, agrega Pikieris.

Nuestros valses se montó en 30 compañías alrededor del mundo; el año pasado se hizo con el Ballet Nacional de Filipinas. Actualmente, Pikieris dirige las puestas contemporáneas del Miami City Ballet, que a diferencia del BNS tiene una sede en plena Lincoln Road, una peatonal muy paqueta y transitada, con un estudio que es como una vidriera a la calle y donde la gente puede sentarse a ver cómo ensayan los bailarines. Pero hacer una vidriera no es la única forma de acercar el ballet a la gente e imponer un arte efímero como la danza. Ahora le toca el turno a Sara Nieto, que vino especialmente invitada por Bocca para montar Giselle.