Itinerario

Jitrik recibirá el título de Doctor Honoris Causa el lunes a las 19.00 en la Sala de Sesiones del Consejo Directivo Central, Rector Óscar Maggiolo, Universidad de la República (18 de Julio 1824, planta alta). El segundo seminario, Enfoques sobre Literatura y Cultura Latinoamericana, “Novecientos: a pretexto de Julio Herrera y Reissig y Florencio Sánchez”, organizado por la Cátedra de Literatura Uruguaya y la Sección de Archivo y Documentación del Instituto de Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar), comenzará el martes a las 10.00 con palabras del nuevo decano de la facultad, Álvaro Rico, de Daniel Raimondi (de la embajada argentina) y de Pablo Rocca (quien también hará la laudatio de Jitrik el lunes). Jitrik tomará la palabra media hora más tarde. El seminario se extiende también durante el día miércoles; su programación completa se puede consultar en http://sadil-fhuce.blogspot.com.

-A Ángel Rama no le gustaba hablar de “generación del 45” porque refería a la “generación del 40” argentina. Sin embargo, hubo muchas conexiones entre la “generación crítica” uruguaya (al decir de Rama) y el grupo en el que se lo suele situar a usted.

-Supongo que la palabra “generación” era lo que ponía incómodo a Rama, pero, en realidad, no existía ninguna relación: la del “40” argentina era más bien pausada, provinciana, lírica y muy poco sensible a la vanguardia; la del 45 uruguaya, dinámica, tendiendo a la crítica, sociologizante. Debe ser sobre todo por eso que se establecieron rápidamente lazos con los proyectos que fueron tomando forma un poco después en Buenos Aires. Lo que podía acercarnos, y que Ángel percibió rápidamente, era un deseo de volver sobre nuestras literaturas con ojos impregnados de nuevas teorías críticas. Se empezó a manifestar después del 50, primero en la revista Centro y luego en Contorno.

-Contorno aún hoy es recordada por su mezcla de análisis político y crítica cultural. ¿Cómo surge su relación con los hermanos David e Ismael Viñas, Óscar Masotta, Juan José Sebreli? ¿Cómo ve hoy su papel en aquel grupo?

-Cuando volví de Europa, a fines de 1954, me encontré con viejos compañeros del Centro de Estudiantes con los cuales habíamos hecho la revista Centro. Mi intención era seguir por el camino de la lingüística pero esos amigos me contagiaron su entusiasmo por la literatura argentina, vista dinámica y críticamente, los hermanos Viñas, sobre todo. Ya habían salido a la calle con una revistita llamada Contorno, término un tanto difuso pero al que ellos le atribuían el valor de una declaración de un “aquí y ahora”. En el grupito que la hacía estaban también Masotta, Sebreli, [Carlos] Correas pero con mi incorporación y la de León Rozitchner el esquema cambió, se hizo más ambicioso. A mí me ayudó muchísimo: me incitó a ver más de cerca cierta novelística aunque en cuanto a escritura propia me llamaba más la poesía. Supongo que eso me fue apartando de la inclinación que fue tomando la revista hacia lo sociológico y lo político. De hecho, la imagen más impuesta de David Viñas fue, y sigue siendo, la crítica de autores desde una exigencia política, investigación profunda de procesos literarios apegados al devenir político argentino y novelas de fuerte sesgo “comprometido”; Ismael, por su lado, hizo política. Siempre pensé que mi presencia en esa aventura, hoy tan valorada, fue episódica y marginal, aunque muy emotiva cuando se produjo y de profundas consecuencias en mi evolución intelectual.

-Publicó por primera vez en Marcha a fines de los 50, pero su participación se intensificó durante la dictadura de Onganía. ¿Qué rol ocupaba el semanario uruguayo entonces?

-Esperábamos Marcha porque era lo único que nos permitía asomarnos a un ejercicio crítico e informativo que durante el primer peronismo no se hacía o no se podía hacer: cine, literatura, pensamiento, era aire fresco que esperábamos y que, sin duda, era afín no a lo que entonces el grupo al que yo pertenecía pensaba, sino a lo que iba a pensar poco después. Por otra parte, muchos se habían exiliado en Uruguay, que funcionaba como la Montevideo del rosismo. En cuanto a mi participación, si no recuerdo mal, se acentuó después de la publicación de mi libro sobre Quiroga y el comienzo de mis relaciones amistosas con Rama, Rodríguez Monegal y otros.

-Usted se exilió más tarde, en los 70, y no volvió en cuanto se reinstauró la democracia.

-En 1974 tuve que ir a México, invitado por un semestre por el Colegio de México; mi salida coincidió con el cierre de la Universidad donde yo trabajaba y, luego, como la situación empeoraba me fui quedando y me convertí en exiliado, junto con los demás, cuyos títulos en ese terreno eran más válidos que los míos. No volví al país de inmediato por una especie de temor al regreso, a la decepción, al desencuentro y al encuentro demasiado abrupto con las muertes, los amigos a quienes ya no vería más, a los cambios operados bajo la dictadura. Y luego, por fin, en 1987 mi familia y yo lo decidimos y lo enfrentamos, otra vez con suerte, pues pude empezar a trabajar de inmediato.

-Se ha ocupado de autores que aquí consideramos uruguayos, como Quiroga y Florencio Sánchez. ¿Hay una literatura uruguaya y una literatura argentina?

-Ciertamente hice algo respecto de Quiroga y de Sánchez. ¿Medio argentinos? Eran grandes e incitadores escritores, uruguayos o no. Lo mismo que Onetti, sobre quien escribí bastante. Y más importante que haberme ocupado de escritores, a la manera de los críticos literarios, fue para mí el orden de mis relaciones con la cultura producida en el Uruguay, de tal suerte que son innumerables los lazos que me unen a ese país. Creo que si se habla de una literatura rioplatense, en un desplazamiento geográfico bastante obvio, se puede prescindir de la diferencia entre esas denominaciones. Salvo, por cierto, el tema editorial y la circulación de libros. Hay ahí un imperialismo argentino innegable según el cual desde Buenos Aires podemos inundar las librerías uruguayas pero lo contrario no sucede con la misma fuerza.

-En tanto director de la Historia crítica de la literatura argentina -posiblemente el intento más ambicioso de dar cuenta de la producción literaria de su país-, ¿cómo evalúa el proyecto?

-El proyecto no concluyó todavía; hemos concluido nueve volúmenes sobre los doce del plan inicial y, por lo tanto, una evaluación podría ser apresurada. No obstante, hay algunos aspectos a destacar. El primero es que ya han colaborado cerca de doscientos críticos y escritores no sólo porteños; el segundo es que se han rescatado fenómenos que no figuraban demasiado; el tercero es que damos cuenta de modos de discurso crítico actuales y, en consecuencia, al mismo tiempo que mostramos una literatura en proceso damos cuenta de una cultura en pleno movimiento. Pero “evaluar” es una palabra dura: lo que acabo de señalar es el aspecto subjetivo del asunto, pero hay uno objetivo y acerca de eso no puedo decir demasiado. Dada la complejidad del discurso no abundan los comentaristas y, por otro lado, el servicio que se puede prestar depende en muchos casos de la audacia de los utilizadores. Y vaya uno a saber quiénes son y dónde están. Sea como fuere algunos volúmenes ya se han agotado. Se diría que la obra se desliza subrepticiamente, pero en mi opinión queda y quedará por bastante tiempo.

-Aunque -al menos por aquí- la faceta más conocida de su producción sea la crítica, también es escritor de ficción. ¿Se imagina que su contribución a la teoría literaria, los estudios culturales, la crítica y la literatura será vista primordialmente desde los distintos campos o se le ocurre que pueda haber una mirada integral de su legado?

-La palabra “legado” me da miedo: yo me veo en plena producción, no se me ocurre que nada de lo que hice esté fijado, y menos canonizado. Supongo que algunos de mis textos circulan y de pronto brotan reacciones o respuestas que confirman mi idea acerca de que los libros navegan sin puerto preciso pero de pronto llegan a alguna parte. Pero si se trata de deseos, el mío es de una integralidad: no me veo parcializado porque escribo haciendo confluir todos los registros que de alguna manera se me entrecruzan en un imaginario por suerte todavía en acción. Es más, cuando empiezo a escribir teoría lo hago narrativamente y no desdeño la actitud ensayística cuando hago que se denomina “ficción”, igual que cuando escribo poesía siempre acudirá para empujarme lo narrativo. Soy de los que creen que la escritura no pide permiso a las retóricas, sino que va sacando de todas ellas lo que le conviene, lo que le dará existencia y sentido.