Aira

“César Aira a mí me parece espléndido. Sobre todo me parece absolutamente renovador, absolutamente capaz de expresar el siglo XXI, cosa que yo no le veo a los autores del final del siglo XX; a toda esa caterva de ingleses, al querido Murakami. No sé, me desconcierta. De los americanos no sé quién está escribiendo porque los que vienen acá ya son viejos”.

En esta entrevista se le pidió a la doctora María del Luján Jauregui (Colonia, 1922) que hiciera el esfuerzo de recordar más allá de los últimos 64 años de su prolífica vida hasta aquella época anterior a su carrera de médica internista, docente y sindicalista, hasta aquel tiempo en el que era una presencia silenciosa en las tertulias de la después célebre Generación del 45, en la gesta de un proyecto cultural al que asistió como espectadora privilegiada y al que abandonó por su compromiso político y su destacada carrera de medicina. Sirva como acercamiento el fragmento que sigue a un par de encuentros que totalizaron más de cuatro horas de charla.* En ese tiempo Lula, dueña de una inteligencia transparente y cálida, habló del ambiente cultural del 45, de su pasaje por Marcha, de la influencia europea en la literatura uruguaya, de la revista Sur y de su visión de la crítica literaria actual, entre muchas otras cosas.

-Siendo que la Facultad de Humanidades se estaba gestando y que todavía no existía el IPA [Instituto de Profesores Artigas], ¿cómo se formó en crítica literaria?

-Yo no tuve nunca nada que ver con eso. Te explico desde el comienzo. Yo empecé los preparatorios de medicina [en el IAVA] y en los preparatorios de derecho estaba Emir Rodríguez Monegal. Nos hicimos amigos; charlando. Cuando él pasó a hacer la crítica literaria de Marcha estaba todavía en preparatorios. Me invitó, y después me contrataron.

-¿Cómo era el clima de Marcha?

-[Se ríe]. Bueno, don Carlos era el soberano, el Luis XIV. Hay una idea rara... Perdoná la digresión: leyendo un artículo de Brecha [se habla de Quijano como alguien] “adusto”. A mí me hirió, porque si algo no era era adusto. Tenía un sentido del humor tremendo. Era grave, que es otra cosa que adusto. Era un tirano. Pero por eso decidió hacer Marcha. Yo siento mucho respeto por don Carlos. Yo no le gustaba, decía “la chiquita ésa”. Marcha... ésa es una idea que se tiene de Marcha: una cosa tan intelectual, tan súper, súper esotérica, no sé.

-¿Y no?

-No, tenía todo tipo de cosas, hasta recetas de cocina. Además era muy divertido el ambiente, nada de grave. Don Carlos no era autoritario, era otra cosa, generaba un respeto alrededor... Era, yo qué sé, era un patriarca, algo así. “Era” Marcha, Marcha existía por él.

-Dice que hay quienes piensan que Marcha era una cosa “esotérica”. ¿A quiénes llegaba? ¿Quiénes leían Marcha?

-Bueno... [Se ríe]. Te voy a contar una anécdota de Baudelaire para que me entiendas. Baudelaire con un amigo estaban exaltadísimos diciendo: “Qué divino que era Gaspard de la Nuit”. El amigo se para y le dice: “Sí, pero lo conocemos vos y yo...”. Y Baudelaire le dice: “Es decir, todo el mundo”. ¿Te aclaro? Para nosotros éramos como todo el mundo, no mirábamos al costado, éramos tan jóvenes... tan suficientes, tan inteligentes, tan cultos [se ríe]. O por lo menos creíamos que sí. Después nos dimos ciertos golpes.

-En una nota de 1946 sobre la novela Departamento en Atenas, de Glenway Wescott, usted dice: “El nazismo, en la mente de Wescott, es una excrecencia inevitable de la totalidad de los alemanes”. Me imagino que no sería fácil entonces decir que no todos los alemanes eran nazis.

-No, ¡cómo se te ocurre decir eso! Alemania tenía un montón de gente, sabíamos que había cantidad de alemanes, sabíamos de toda la persecución a alemanes, no sólo a judíos, fundamentalmente a judíos pero también a alemanes.

-Pero ése no era un conocimiento universal, ¿o sí?

-Vos sabés que ahora me doy cuenta de que nosotros vivíamos en una especie de burbuja intelectual. Yo no sé lo que pensaba la gente, porque en mi casa no se pensaba así, y la gente que me rodeaba tampoco pensaba así. ¿Qué pensaban los uruguayos en aquel momento? Yo no te podría decir, es posible... A nivel mundial seguramente era un poco el sentimiento que había. Sobre todo en los americanos.

-La novela postula esto con una solemnidad a la que a usted le pareció que había que oponerse.

-Es que es no. Yo pensaba que a nivel universitario, es decir, el ambiente que yo frecuentaba... no. La gente tenía una visión muy clara de que había no dos sino veinte alemanias, de las cuales sólo una parte era nazi.

Borges pudibundo

-La traducción de Borges de Las palmeras salvajes fue una estafa, se comió texto. -¡Claro! Porque es un pudibundo. Eso es lo que no entienden. Pobre Jorge Luis Borges, creo que murió virgen. Pero todo lo que está es espléndido. Yo creo que nunca leí a Faulkner, ésa es la verdad, a pesar de que me he pasado la vida leyéndolo, porque el verdadero no sé qué puede ser... Borges es un tipo tremendamente vanidoso. Yo creo que quería corregirlos a Virginia [Woolf, por la traducción de Orlando] y a Faulkner. Bueno, se nota que no me gusta Borges, ¿no?

-En algunos artículos toma como referencia comparativa a Faulkner y a Henry James, ¿era tan fuerte la influencia de estos autores?

-La de Faulkner era increíble, sí. De James, estábamos muy disociados, había a quien le parecía un plomazo y quien se caía de boca. Onetti no existiría sin Faulkner, que me perdone Onetti y toda su grandeza. Sí, fue toda una situación muy propicia. La guerra, todo nos llegaba de Estados Unidos, prácticamente. Inglés y francés. No te olvides de que Uruguay en la guerra tomó una posición -incluso Marcha- totalmente favorable a Estados Unidos e Inglaterra, a los llamados aliados, que de aliados tenían poco. Entonces todo, todo el que escribe está influido. Incluso seres tan pasionales como Idea Vilariño, si tú lees hay en esa aparente pobreza de lenguaje una influencia de los autores americanos; los poetas americanos de ese momento están usando ya ese tipo de lenguaje. No quiere decir que Idea no sea genial y totalmente original, digo -nada más- que a nosotros nos influía muchísimo.

-Usted me hablaba de una misión de difundir las letras.

-Parece medio pretencioso hablar de “misión”. No creo que sea el término más adecuado. Lo que quiero decir es que habíamos hecho el diagnóstico de que en Montevideo en ese momento se estaba muy lejos de lo nuevo que se estaba produciendo en el mundo. Lo nuevo, para nosotros fundamentalmente -y vos lo ves en las críticas de Marcha-, era Estados Unidos, Inglaterra y un poquitito Francia. Bastante Argentina. Con Argentina teníamos un lazo bastante estrecho, sobre todo porque Emir era amigo de Victoria Ocampo y por ese lado se estaba en contacto con el territorio argentino. Entonces lo que queríamos nosotros era dar a conocer aquello que los uruguayos -según creíamos nosotros, bastante vanidosamente- no conocían, que eran los americanos y los ingleses.

-¿Existía la noción de hecho fundante en el ámbito de la crítica literaria?

-De eso no te quepa duda. Éramos muy ambiciosos. Creíamos que ahí íbamos a generar todo un movimiento cultural uruguayo que se pusiera en órbita y a la par.

Sin pretensiones

-Sin gente como Emir, sin gente como Despouey, sin gente como el Flaco Alsina, ¿qué sería de nuestros conocimientos de literatura, cine y poesía? Claro que la crítica es fundamental, la buena crítica, creo que ahora estamos confundiendo... -¿No hay nada que se parezca a Marcha ahora? -Sabés que es curioso lo que te voy a decir, y no me lo vas a creer: Marcha no era pretenciosa.

-¿Cree que se logró?

-Sabés que no tengo mucha idea. Pienso que ampliamos el círculo de lectores que, por ejemplo, leía a Faulkner, que leía a Dos Passos, pero... que pudiéramos tener tanta influencia... La que sí tenía influencia era Marcha, ahora nosotros desde aquella página, visto en la perspectiva de los años, no estoy muy segura.

-¿Y por qué se centraba en lo anglo y en el afán de difundir?

-Dejame pensar cómo fue la cosa. Yo creo que fue un hallazgo. De alguna manera el contacto con Argentina era muy justo y Borges traduce Las palmeras salvajes. Ahí lo leímos separados Emir y yo y fue un deslumbre. Y ahí empezó la búsqueda del escritor americano. Ese apostolado nuestro en realidad era una forma bastante inocente y adolescente, si querés, porque nos parecía un descubrimiento tan grande que queríamos dárselo a todo el mundo. Tal vez eso era lo que sentíamos como misión.

-¿Por qué dejó la crítica literaria?

-Por un problema de falta de tiempo, realmente. Y de que realmente me parecía que la urgencia del momento era otra cosa. Estábamos muy mal. Después estuvimos mucho peor, consecuencia de aquel estar muy mal. Tenés que elegir.

Un tal Varlotta

-¿Cómo se llama este autor uruguayo que murió hace poco, que escribe raro? -Levrero. -Te lo definí bárbaro. Levrero era un fan de [la colección de ciencia-ficción] Rastros. En La novela luminosa, dos por tres se va caminando -él, que no salía nunca por aquellos problemas de la computadora y la luz de su casa-, e iba a comprar Rastros. Entre paréntesis: ¿ustedes entienden a Levrero? Yo nunca había leído a Levrero y me regalaron La novela luminosa, la leí toda muy atentamente, como leo yo, con un lapicito en la mano. Encuentro que sí escribe bien porque esa historia de las palomas es una joya, todo lo que él se imagina que pasa con las palomas es una delicia...

-Veo que está muy al día con las lecturas. ¿Qué opina de la crítica cultural actual?

-Primero que nada opino que un crítico literario depende de los libros que se le ofrezcan. Porque nadie posee un capital tan grande como para estar al día con toda la literatura. Yo pienso que la crítica es excesivamente complaciente ahora. No sé cuál es la explicación (porque no es el nivel intelectual), porque pintan como maravillas cosas que si te tomás el trabajo de leerlas no son tan maravillosas. Además, parecería que no hubiera en este momento ningún crítico que fuera capaz de hacer una puesta al día de hacia dónde marcha la literatura. Que sería una cosa fundamental de hacer para la gente, porque no todo el mundo puede comprarse libros, porque los libros son caros y la gente no tiene mucho dinero. Entonces, que tengas un panorama que te permita un poco seleccionar aquello de la literatura que surja como emergente. Quiero decir, el crítico literario ha perdido un poco su sentido de visión, de indicarle hacia dónde debe ir leyendo la gente. Y poner eso que van a leer en su justo lugar. Si en este momento no hay un Proust para hablar de él, bueno, hablemos de lo mejorcito que tenemos mostrando sus virtudes y sus defectos. Eso es lo que pienso a través de lo que leo, que no es toda la crítica. Ya no puedo estar tan al día como podía estar hace cinco o seis años; pero ya esta decadencia -no, es pretencioso decir decadencia-, este favorecimiento o endulzamiento de la crítica lo noto hace muchos años. La crítica de alguna manera tiene que ser cruel, porque eso ayuda al lector y sobre todo al autor.

  • El contacto con Lula Jauregui tuvo lugar en el marco del proyecto Las revistas culturales y la configuración del campo literario rioplatense (1939-1959) que se desarrolla en la Udelar bajo la dirección de Pablo Rocca.