-El documental está dirigido y guionado por Nicolás Entel, pero evidentemente tuviste un papel central. ¿A quién le surgió la idea?

-Fue una idea que él supo plantear muy bien desde el inicio, con el ánimo de contarla desde la óptica de todos los hijos, no sólo de la mía. Y después todos la fuimos acompañando, contribuyendo con archivo y con historias que le ayudaron a armar mejor el proyecto.

-¿El proyecto dependía exclusivamente de tener una buena respuesta de los hijos de Galán y de Lara Bonilla?

-No, era una locura, era una de las apuestas que habíamos hecho desde el principio pero no sabíamos cómo iban a responder ellos. Realmente era una lotería y el encuentro con ellos fue recién tres años después de haber iniciado el proyecto. Pero no dependía exclusivamente de eso, fue muy lindo que ocurriera pero siempre había muchas otras cosas que contar.

-Tú y tu madre tienen un rol principal en el documental, pero tu hermana Manuela no aparece ni en las fotos, ¿ella quiere mantener el perfil bajo?

-Sí, y entiendo por qué; ella es una chica a la que le tocó enfrentar esta violencia desde muy pequeña. Su despertar a la vida ocurre en el año 88 con la explosión del edificio Mónaco, tenía unos pocos meses de edad y ya se había relacionado de esa manera con la violencia. Así que yo entiendo que a ella la ha tocado muy fuerte en su propia historia y yo respeto el hecho de que quiera mantenerse al margen y en el anonimato, si bien ella ha apoyado todo este proceso de acercamiento hacia las víctimas, aunque no lo quiere hacer de una manera pública.

-En el documental es muy sorprendente que con la edad que tenías cuando murió tu padre (16 años) te hubieran señalado como el sucesor natural y le pusieran precio a tu cabeza...

-Bueno, lo sorprendente es que fui en contra de esa lógica según la cual tendría que haber continuado con ese legado, pero el haber sido testigo de tanta violencia me permitió darme cuenta con rapidez de que era un camino equivocado, que solamente le iba a traer más destrucción a la familia de la que ya tenía. El de la paz era un camino mucho más desconocido para todos, pero sin dudas, mucho mejor que el que habíamos recorrido.

-El documental termina un poco pesimista, con unas placas reconociendo que el narcotráfico y la violencia siguen rampantes en Colombia. Ésa no es la imagen que se ha difundido sobre Colombia a partir de Uribe...

-Creo que Colombia ha hecho grandes avances en materia de seguridad y eso no lo puede negar ningún colombiano. El Estado ha recuperado un papel protagónico, pero anunciar haber ganado unas pocas batallas no es ganar una guerra, y los narcotraficantes se adaptan siempre mucho más rápido que los estados que los combaten. Y si hoy se pueden anunciar planes de combate contra el narcotráfico, eso no es garantía de que se vaya a terminar con él; es garantía de que va a haber más violencia. Siguen deteniendo capos, los dan de baja, los extraditan y lo único que eso significa es que alguien va a ocupar esos lugares. El Cártel de Medellín desapareció pero al día siguiente estaba el Cártel de Cali para suplir el espacio vacío que había dejado mi padre. Y seis meses después estaba destruido, pero el negocio nunca se afectó. No importa cuántos líderes del narcotráfico caen, el negocio nunca se afecta. Al contrario, mientras más lo prohíben, más lo mejoran.

-No sé cómo será en Colombia, pero al menos para el exterior los narcotraficantes tienen un perfil mucho más bajo que el que tenían en los tiempos de tu padre.

-Sin dudas, creo que lo entendieron como una errada implementación del terror y han preferido ocultarse y apostar todas sus armas a la corrupción de los poderes del Estado. Y hoy tienen mayor poder militar y económico que mi padre en su época, y han logrado penetrar todas las esferas de los estados, y se empiezan a asomar hechos de violencia en otros lugares como México o Jamaica.

-La situación actual en México recuerda a la de Colombia en los 90...

-Claro que sí, y creo que todavía son tímidos, que todavía no han demostrado su verdadero poder. Pero se está atacando militarmente un problema que es de salud pública, y no podemos solucionarlo de esa manera. Creo que muchos líderes se están replanteando hoy en día el que llevan 25-30 años combatiendo de la misma forma sin producir ningún resultado tangible. Se ha anunciado muchas veces que se terminó el tiempo en el que gente como mi padre dominaba el 80% del tráfico de cocaína del mundo. Pero ningún país ha declarado ningún faltante de cocaína y los precios nunca se elevaron como para medir si hubo algún éxito.

-El documental da la sensación de que, más allá de que fuera ilegal, el tráfico previo a la guerra contra las drogas de Reagan era mucho menos sangriento.

-La prohibición es el principal factor de violencia en relación al narcotráfico. Si le preguntas a un narco él no siente que le esté robando a nadie, simplemente siente que no tributa, pero no salen ellos a ponerles pistolas en la cabeza a nadie para que les compren las drogas. No, se las sacan de las manos a precios exorbitantes.

-Y parte de ese dinero repercute en toda la sociedad...

-Yo considero que el narcotráfico tuvo que contribuir positiva o negativamente con la economía del país, pero no creo que haya tenido un rol secundario. El caudal de dinero es muy importante y hoy en día fundaciones como la Open Society de George Soros califican al narcotráfico como un negocio con una rentabilidad superior a la del petróleo o la del gas. Pero eso no ocurría en tiempos de mi padre. Eso ocurre hoy. Entonces te das cuenta de que el negocio nunca se ha visto afectado en realidad, se han visto afectadas las familias que ocupaban los primeros renglones.

-¿Cómo es la relación de la gente de Medellín hoy en día con tu padre? Impresiona mucho en el documental la reacción de las multitudes acompañando su ataúd...

-Eso fue una gran sorpresa para todos. Yo jamás me lo hubiera imaginado; si me hubieras preguntado antes de que ocurriera yo no me imaginaba que nadie se animara a ir a su entierro excepto su familia. Pero fue una manifestación espontánea de respeto y cariño hacia él, por la sensibilidad que tuvo en un principio hacia las clases sociales que estaban completamente abandonadas por el Estado. Ello no significa no reconocer sus actos violentos, pero fue gente que un día vio que pasó un desconocido llamado Pablo Escobar y les regaló cinco mil viviendas a los pobres que vivían en la basura. Por supuesto que si les preguntas a las personas que han sufrido su violencia van a tener una opinión totalmente opuesta. Es un hombre que ha despertado muchas pasiones para todos lados.

-¿Hay algo sobre tu padre que te hubiera gustado dejar más claro en el documental?

-Una sola cosa, y es acerca de la corresponsabilidad. Quiero decir, nadie como él hubiera podido llegar hasta donde llegó solo, sin la complicidad de muchos sectores de la sociedad colombiana. No quiero mermar su responsabilidad personal en la comisión de tantos delitos, pero grandes sectores de la sociedad dieron su beneplácito para que eso ocurriera. Pero este documental pretende construir desde la adversidad y no responsabilizar. En palabras del director es un documental “políticamente correcto”. Colombia necesita perdón y reconciliación, lo que no quiere decir ignorar el reclamo legítimo de justicia de las víctimas. Al contrario, creo que es el camino más corto para que la verdadera justicia aparezca.

-Por último; al tener que cambiar de nombre, ¿por qué Sebastián Marroquín?

-Estábamos en la oficina del entonces fiscal de la nación, Alfonso Valdivieso, y cuando el trámite iba a dar curso nos preguntaron “¿cómo se quieren llamar?” y la verdad es que no lo habíamos pensado. Así que no nos quedó más remedio que agarrar una guía telefónica y descartar los apellidos con connotaciones mafiosas...