-La última vez que hice un concierto en Uruguay fue en 2006. ¡Cómo pasa el tiempo! Unos meses después toqué en Italia. Desde entonces, la mayor parte de mi tiempo ha transcurrido enseñando en Estados Unidos. Tengo muchísimos alumnos y me encanta enseñar. Me hace muy feliz. Entre clase y clase me hago tiempo para preparar mis conciertos, aunque son esporádicos. Uno de los últimos fue en Praga, en el marco de una gira por Europa y Medio Oriente. Praga es una ciudad increíblemente bella y llena de música. Fue en el Palacio del Senado, que es una joya barroca. Allí toqué como solista de la Orquesta de Cámara Checa. Fue una experiencia formidable.

-¿Cómo surgió tu vocación por la guitarra, existía tradición musical en tu familia?

-Mi madre es la más musical de todos. Toca el piano y tiene mucho talento. De niña también estudió guitarra. Su padre tocaba el piano, había aprendido con el sistema Braille, ya que era ciego, y se recibió de profesor en el conservatorio La Lira. En casa siempre se escuchó mucha música y en las reuniones familiares poníamos música y bailábamos todos. Era parte de nuestra forma de celebrar. Mis dos hermanas también son músicas, violinistas. Así que fue muy natural para mí sentirme atraída por la música desde pequeña. Comencé mis clases de guitarra a los ocho años, con Julio Vallejo. La enseñanza era muy buena y tengo muy buenos recuerdos de sus clases.

-¿Cómo fue tu proceso formativo en el estudio de la guitarra?

-Luego estudié con Edison Barrios, en el instituto de Nelly Langone de Tróccoli, y a los 13 años comencé a tomar clases con Berta Rojas. Fueron tiempos de definición vocacional y el trabajo con Berta fue de gran inspiración. Con 17 años comencé a estudiar con Abel Carlevaro, lo que significó una apertura a otro mundo, el universo de la guitarra de Carlevaro y su historia. Eso fue trascendental para mí. Un año más tarde ingresé a la Escuela Universitaria de Música [EUM], donde estudié con Mario Paysée y con Eduardo Fernández. Fue un período de enorme crecimiento y desafíos, de un aprendizaje increíble. Me siento muy privilegiada por haber aprendido de todos esos grandes maestros. También estudié música popular con Esteban Klisich y viajaba a Buenos Aires a tomar clases con el argentino Eduardo Isaac. Cuando completé mi licenciatura en la EUM me fui a Estados Unidos para seguir estudiando y aprendí muchísimo allá, en muchos aspectos. Tuve un muy buen maestro que se llama Ray Chester y estudié con Manuel Barrueco. Y siempre sigo aprendiendo, eso nunca termina. ¡Por suerte!

-¿Pesa el hecho de ser uruguaya a la hora de estudiar guitarra?

-Realmente sólo me pesó mientras vivía en Uruguay. Había un fantasma que nos merodeaba a muchos jóvenes, un fantasma del nivel de la guitarra uruguaya, algo así como el fantasma del maracanazo, y creo que lo malo era que paralizaba en vez de motivar. Había una actitud muy crítica desde las generaciones mayores; nunca se hacía suficiente o se era suficientemente bueno. Pienso que también lo sentimos en otras áreas de la música, no sólo en la guitarra, pero tal vez en la guitarra era más fuerte. Siempre había gente que motivaba y ponía expectativas en quienes estábamos surgiendo y otro grupo de gente que destruía y no aportaba nada o, si lo hacía, era con poca cosa positiva. Ahora, como docente y habiendo vivido en otra cultura sé que sólo se crece y se sale adelante cuando hay alguien o algo que te nutre y apuesta por vos. Fuera de Uruguay o del contacto con los uruguayos y sus expectativas, nunca me pesó ser uruguaya.

-Es fuerte lo que decís, tal vez sea el peso mítico de la escuela guitarrística de Uruguay. ¿Creés que existe una escuela guitarrística uruguaya?

-Sí, pienso que existe una escuela guitarrística uruguaya y su principal particularidad es un nivel técnico muy alto, sobre todo durante la segunda mitad del siglo XX, si comparamos con otras partes del mundo. También se caracteriza por un entendimiento de la música muy completo y, por ende, por una muy buena interpretación. Sin embargo, creo que el reconocimiento internacional es de los intérpretes uruguayos particulares más que de la escuela en sí misma, aunque haya gente que reconozca a un grupo de intérpretes como “escuela carlevariana”, y obviamente la obra didáctica de Carlevaro es reconocida internacionalmente.

-¿En qué te marcó esa escuela, más aun, haber estudiado con Carlevaro?

-Estudiar con Carlevaro, primero que nada, inspiraba un gran respeto y una sentía que estaba ante alguien grande. No porque él impusiera eso, en absoluto, él era un hombre muy sencillo y dulce, pero todo lo que él había hecho y representaba imponía respeto por sí solo. Además, todo lo que sabía y su enorme talento maravillaban. Se sentía una gran responsabilidad y compromiso al estudiar con él y uno daba lo mejor de sí para estar a nivel de hacerlo, para crecer y mantenerlo motivado para enseñarnos. Él nunca te defraudaba en el aprendizaje, siempre tenía algo importante y nuevo para transmitir. Entrar en su casa era entrar a una época muy especial de la guitarra: la época de Segovia enseñando en Montevideo, la época en la que venían a su casa los grandes compositores, como Manuel de Falla; era una sensación imponente. Pero también entrabas a la época posterior de Carlevaro, la de sus búsquedas y sus cambios en la técnica instrumental, su época de París, del reconocimiento mundial y sus viajes, y tantas otras experiencias que a mí me deslumbraban de Carlevaro. Era una constante motivación, porque Carlevaro era así, inquieto. Recuerdo que en sus últimos años estaba aprendiendo alemán y computación. Siempre estaba activo.

-¿Cuáles son las mayores diferencias a la hora de hablar de guitarra clásica y guitarra popular?

-La diferencia está en el repertorio y a veces en la posición que se usa para sostener el instrumento y en la producción del sonido. Se tiende a tener un mayor cuidado en la producción de sonido y en la técnica en la ejecución clásica, pero, como toda generalización, no es más que eso. Hay guitarristas populares que tienen mejor sonido que otros clásicos y también mejor técnica. La mayor diferencia, en realidad, es el repertorio y que en la música popular a veces se usan otros códigos o formas de hacer música, como la improvisación, que es menos frecuente en la música erudita.

-Hablar de guitarra clásica en el siglo XX es hablar del Concierto de Aranjuez. ¿Cuál es la situación actual del mundo compositivo en relación con la música para guitarra después de Rodrigo?

-Luego de que Rodrigo compusiera el Concierto de Aranjuez se siguieron y se siguen creando obras de gran calidad, pero la difusión y el conocimiento masivo que tuvo y tiene el Concierto de Aranjuez son difíciles de igualar. Supongo que el tiempo dirá si habrá alguna obra para guitarra que lo iguale o sobrepase en popularidad.

-Para tu programa del miércoles en El Galpón has elegido a compositores fundamentales de la guitarra iberoamericana, como Tárrega o Agustín Barrios, y también transcripciones más populares. ¿Cuál ha sido tu idea al armar este repertorio? ¿Con qué se encontrará el público uruguayo?

-Siempre me ha gustado mucho la música española. De pequeña en mi casa se escuchaba mucho flamenco y, por supuesto, la guitarra. Hay algo en la música española que me hace sentir en casa… tiene una variedad de climas y emociones que también me resultan muy familiares. Sin embargo, he tocado muy poca música española en mis conciertos. Tal vez porque era música muy tocada y conocida por todos, y yo quería experimentar, descubrir y dar a conocer otras cosas, salirme del repertorio habitual, abrir el panorama a otros universos compositivos… Hoy, en otra etapa de mi vida, quiero tocar y compartir esas obras que antes no me motivaban tanto a la hora de tocar. Las redescubrí y las incorporé a mi repertorio. Luego están también las obras y músicas que me han acompañado a lo largo de mi vida, algunas nuevas en mi repertorio pero que forman parte de mi historia, como “El día que me quieras”. Músicas de este rincón de Sudamérica, obras hermosas que quiero tocar y probablemente voy a querer seguir tocando por mucho tiempo.