En la apertura del evento el ministro de Economía y Finanzas, Fernando Lorenzo, destacó el “creciente número de empresas brasileñas que vienen a invertir y que potencian el crecimiento y el desarrollo de nuestro país”. El atractivo en ese sentido no radica en el mercado local, que es muy chico, sino en utilizar a Uruguay como plataforma para exportar hacia terceros mercados, explicó el jerarca. Es que el mercado regional resulta “enormemente atractivo”, por lo que “el Mercosur forma parte de la estrategia de desarrollo” del país como tal. Pero Lorenzo también mencionó el interés en los mercados extrarregionales, aspecto que enmarca la “importancia de avanzar en las negociaciones entre el Mercosur y terceros países”. “Cada paso constituye un avance, al que le debe seguir otro paso”, graficó.

Felicio, por su parte, anunció que dejará su misión diplomática en el país y dijo que lo hará “con mucha satisfacción por el balance positivo que hago de ella”. Subrayó que el comercio bilateral “está en un momento extraordinario”, con un fuerte incremento de las exportaciones uruguayas, “compuestas no sólo por productos tradicionales sino también industrializados”. Recordó que en 2008 el país aún no había colocado automóviles al otro lado de la frontera, mientras que este año se venderán vehículos por 16 millones de dólares. “No es mucho, pero es una señal”, valoró. Además, interpretó que el buen momento de la relación bilateral no sólo se explica por el comercio sino también por la “afinidad política”.

Encadenado

En la conferencia “La industria integrada”, en la que participaron representantes gubernamentales y empresariales de ambos países, Kreimerman subrayó que “el mundo atraviesa por una tendencia a la fragmentación de los procesos productivos y, al mismo tiempo, a la integración de las cadenas productivas”. El actual es “un momento de integración en América Latina y particularmente en el Mercosur”, generado por “esa necesidad estratégica para el desarrollo, más allá de la cuestión política”. El ministro identificó cuatro elementos comunes a ambos países que a su entender deben mantenerse y potenciarse: “Política macroeconómica estable” que equilibre “la difícil trilogía” del tipo de cambio, la tasa de interés y la política fiscal; mejora del capital humano y social para “seguir reduciendo los problemas de pobreza y marginalidad”; “liderazgos políticos claros y democráticos que vayan en la dirección correcta” y desarrollo de “sistemas productivos” porque “determinan la posibilidad de crecimiento económico con justicia social”.

Esos factores deben desplegarse con apego a una “visión nacional pero sobre todo regional”, ya que la integración “no es sólo comercial” sino también “física” (interconexión logística y energética) y “productiva”. “Hay que enlazar más nuestros sistemas productivos y eso requiere de una industria más integrada”, evaluó.

Desde el ámbito privado, Balestra fue el más crítico de los expositores, aunque con matices. “Hemos alcanzado un estadio de integración para nada despreciable, pero es importante avanzar más y más rápido”, reclamó. Dijo que Brasil es “un destino natural” de las ventas uruguayas, aunque “la participación de las exportaciones uruguayas en Brasil es relativamente baja y ha descendido en los últimos años” contra otros orígenes.

En contraste con Felicio, el empresario lamentó que la mayor parte de las ventas sean de origen primario o manufacturas agroindustriales y que en los últimos años se amplió la brecha respecto de las colocaciones de bienes industriales.

Apuntó que hay “encadenamientos productivos integrados” en el sector agroindustrial, como entre la cebada, la malta, la leche en polvo y otros insumos alimenticios, y también en el industrial con colocaciones de preformas Pet, productos de caucho y autopartes. No obstante, “los encadenamientos son escasos, de poca producción industrial” y concentrados en “pocos bienes y empresas”.

Plata dulce

También en el marco del foro, pero durante la conferencia “Rumbo al desarrollo económico y social”, el economista Ernesto Talvi, del Instituto Ceres, evaluó que “la región está en la antesala de poder afianzar un proceso de desarrollo sostenido”, lo que representa “una oportunidad que no tenemos hace 50 años”.

Reseñó que en el mundo de precrisis los excedentes de ahorro generados por las economías emergentes se direccionaban hacia los países desarrollados, lo que les financiaba su “exceso de gasto”; con la crisis hubo un cambio relevante porque las economías avanzadas dejaron de liderar el crecimiento, quedaron sobreendeudadas y “reticentes a absorber el exceso de ahorro asiático”. A su vez, la nueva arquitectura financiera mundial, que “reducirá las vulnerabilidades de invertir en América Latina”; la solidez institucional y el orden macroeconómico convierten a la región en “enormemente atractiva para estos capitales”. No obstante, también marcó desafíos: evitar “burbujas” por flujo excesivo de capital; gestar acuerdos comerciales con los mercados más dinámicos; facilitar la reconversión productiva; dirigir los recursos hacia la infraestructura física, tecnológica e institucional y a la inversión en capital humano de calidad, y “canalizar las demandas sociales de redistribución de ingresos, evitando el asistencialismo, el clientelismo y la concentración de poder político”, recomendó.