Una de las tantas consecuencias de la llegada del cable -y su otorgamiento a los mismos dueños de los canales de televisión abierta- fue el gradual desplazamiento de las series estadounidenses al ámbito exclusivo de la televisión para abonados y la ocupación de los horarios privilegiados -los posteriores a los cada vez más extensos noticieros- por series latinoamericanas ausentes en los grandes canales de cable. Esto no sería malo desde un punto de vista latinoamericanista en lo cultural, pero en la práctica ha significado que -dejando de lado la por suerte mejorada oferta del canal oficial- quienes carecen de cable se enfrentan casi todos los santos días con la difícil opción de elegir entre Botineras (Canal 4), Malparida (Canal 12) y Mujeres de lujo (Canal 10). La única excepción propuesta por Canal 4 -en otro tiempo un canal destacado por su buen gusto a la hora de elegir series internacionales- está relegada al sábado, pero siendo una buena alternativa a las porquerías en capítulos sobre changos futbolísticos y malas actrices vengativas vale la pena señalarla, aun con sus bemoles.

La última de las grandes series estadounidenses sobrevivientes no es otra que la quinta temporada de las aventuras del siempre atractivo doctor House, que ha vuelto a ser lanzado luego de la emisión más bien desordenada de la cuarta temporada. Explicar de qué se trata una serie tan popular sería insultar la inteligencia del lector, pero vale la pena señalar algunas particularidades de la evolución del programa y las características de la quinta temporada actualmente en el aire (en Uruguay; en su país de origen se aprestan a lanzar la séptima).

Dr. House retomó un clásico género televisivo del país del norte -las series sobre hospitales-, que durante décadas fue una simple excusa para los más abominables e interminables teleteatros o soap operas, pero que en los años 90 sufrió una revolución con la llegada de aproximaciones más serias como ER y Chicago Hope, que sin abandonar los componentes excesivamente dramáticos, estaban encaradas con realismo y con momentos de auténtica excelencia narrativa. La llegada de Dr. House significó una nueva revolución, esta vez sin imitaciones obvias, en la que el drama de hospitales estaba notoriamente desdramatizado en favor del misterio, acercándose más al terreno de lo policial (la inspiración más evidente eran las aventuras de Sherlock Holmes), sólo que sustituyendo a los detectives por un equipo de diagnóstico dedicado a descubrir la identidad de las enfermedades que operan como asesino en las sombras. Pero más allá de la intriga -muchas veces excesivamente forzada-, lo que hizo grande a Dr. House era la elaboración de sus personajes y sus relaciones, especialmente la de su protagonista (el inglés Hugh Laurie), que con su composición de un doctor tan brillante y obsesivo como misántropo, amoral, sarcástico y manipulador, creó a uno de los hijos de puta más memorables de la televisión de las últimas décadas.

Luego de dos primeras temporadas perfectas, el esquema pareció repetirse un poco en la tercera, por lo que para la cuarta los responsables de la serie decidieron patear el tablero haciendo que todo el equipo de House fuera despedido o renunciara, llevándolo a éste a hacer un extenso casting de doctores -que duró toda la temporada- buscando los tres sustitutos. Un recurso un poco exagerado pero efectivo, que culminó definiendo a los nuevos acompañantes y cerrando la temporada con un capítulo doble (“Wilson’s Heart”) que merece pasar a la historia como una pieza perfecta de drama televisivo -trataba de la muerte de la novia de Wilson, el amigo de House, producida por tratar de rescatar a éste de una borrachera- que generó mares de lágrimas legítimas (aunque tal vez un poco ayudadas por la musicalización del final con el estremecedor tema de Iron & Wine “Passing Afternoon”).

Luego de este cenit, esta quinta temporada de la que estamos hablando tuvo la difícil tarea de continuarlo, una empresa en la que la serie no quedó muy bien parada. En primer lugar, el nuevo equipo de House tuvo serios problemas en su selección. El doctor de origen indio Lawrence Kutner (Kal Penn) nunca halló su sitio como opción humorística, relegado por los guionistas por la dedicación del actor que lo encarnaba a la política. La sexy Remy Trece Hadley (Olivia Wilde) era y es -a pesar de algunas aristas interesantes como su bisexualidad y el que sea víctima de una enfermedad degenerativa incurable- un personaje mucho menos atractivo que la doctora Cameron (Jennifer Morrison) y Wilde no deja de parecer nunca una modelo metida en una bata de médica. Sólo el diminuto y narigón Chris Taub (Peter Jacobson), un personaje que podría competir en términos médicos con el de House, parece una incorporación afortunada, pero la quinta temporada no termina de aprovecharlo, dejándolo perdido entre el nuevo equipo y el anterior, regresado al hospital ante la escéptica recepción del público respecto a sus sustitutos.

Para peor, las tramas presentes a lo largo de toda la temporada no mejoraron mucho la cosa: un romance entre Trece y el doctor Foreman (Omar Epps) demostró tener cero química televisiva y el progresivo deterioro mental de House a causa de su adicción a los calmantes produjo varias escenas tan traídas de los pelos como un incipiente amorío con la doctora Cuddy (Lisa Eldestein) que debió haber quedado en el franeleo verbal. Algunos de estos errores serían solucionados en la sexta temporada (otros, por desgracia, no), dejando a la temporada que ahora está en el aire en el 4 como la peor de toda la serie. Esto no quita que haya capítulos excelentes, particularmente uno graciosísimo en el que House y Wilson -una pareja humorística gloriosa- viajan por el país para asistir al funeral del padre de House, pero lo que más se nota es el fracaso de los intentos de renovación, en un entorno que decididamente se repite.

Habiendo dicho todo esto, también hay que decir que no importa: es House, está Hugh Laurie y hay al menos diez alegrías por capítulo. Y sobre todo no es Botineras, así que hay que aplaudir que se lo pueda encontrar en esta televisión abierta que ya está dando miedito.