Roberto Tito Cossa estableció paulatinamente un sistema de normas teatrales propias, que cobró notoriedad a partir del denominado Movimiento del Teatro Abierto, que tuvo su auge a comienzos de los años 80. El fenómeno, que permitió a los autores denunciar la dictadura militar, transitó, obligado por la censura, distintos escenarios del circuito independiente porteño. En su seno surgieron muchos textos hoy considerados paradigmas del teatro rioplatense contemporáneo, como Tercero incluido, de Eduardo Pavlovsky, Oficial primero, de Carlos Somigliana, y Gris de ausencia, de Cossa.

“Empecé con la actuación, pero me gustaba escribir y finalmente terminé siendo autor. Es que nací en un país en el que entre 1964 y hoy pasaron tantas cosas... Yo no descalifico al que es autor y nada más y se queda en su casa, pero soy una persona con cierta preocupación social y política y eso me llevó, además de escribir teatro, a ser un militante del teatro. Con distintas alternativas, distintos momentos. El mayor fue crear Teatro Abierto con un grupo de compañeros, que fue el fenómeno de resistencia cultural a la dictadura. Eso también tiene mucho que ver con mi reconocimiento de hoy, que es por mi tarea de autor, pero también de militante. Hoy estoy en la presidencia de Argentores [la sociedad argentina de autores] también por esa vocación de estar con mis compañeros, de poder ser útil”, cuenta el dramaturgo.

La actualidad y vigencia de su teatro, que jalonan verdaderos clásicos, como Nuestro fin de semana (1964) y su obra arquetípica La nona (1977), admite muy pocas discusiones. Respecto a la observación de Pellettieri -Cossa sería “único autor clásico viviente” de la dramaturgia argentina-, el autor toma modesta distancia: “Es Pellettieri… me alegra, me enorgullece porque Pellettieri es un investigador serio, pero creo que lo de clásico viene con el tiempo, que es el que determina qué es un clásico. Lo que es cierto es que algunas de mis obras se siguen representando. La nona, treinta y pico de años después de estrenada, se sigue haciendo más que antes., y eso es un mérito”.

Consultado acerca de las influencias a la hora de escribir, no duda en mencionar a Discépolo y Florencio Sánchez como sus grandes maestros, autores con los que comparte su preocupación por la problemática generacional, los conflictos éticos de la familia y la clase media. “Debe de tener que ver con el hecho de que Florencio Sánchez era mi autor preferido cuando empecé. Tuve dos experiencias como actor. Una fue una comedia italiana y la segunda, que fue lo más importante que hicimos en el grupo, fue En familia, de Florencio Sánchez; yo hacía del padre. Sánchez siempre fue mi preferido aunque uno con el tiempo va descubriendo otras estéticas. Hoy Discépolo me parece de una vigencia enorme. Hay temas, como la ética, que están en Florencio Sánchez. En Cuestión de principios todo ocurre a partir de la caída de la utopía socialista; obviamente, Sánchez no llegó a ver todo esto”, dice el autor.

Il nonno

Figura clave del teatro argentino, Cossa está inserto en la corriente denominada realismo reflexivo, cuyo paradigma es precisamente La nona. Acerca del modelo de realismo, que ha entrado en desuso en la dramaturgia actual, Cossa refiere a las nuevas dramaturgias emergentes y al estreno de su propia obra, de fuerte enclave realista: “El teatro realista se escribe menos. Porque el realismo es una palabra muy amplia. Una cosa es trasladar la vida cotidiana al escenario. Aun así puede hacerse buen teatro siempre y cuando no quede en una especie de mirada superficial, pero es cierto, la nueva generación que empezó en los años 90 venía con una especie de vanguardia a ultranza, haciendo un teatro nada social, nada político, nada de contar historias, lo más hermético posible. Pero esto ha cambiado. Por lo menos los mayores referentes de esa generación, como [Javier] Daulte, como [Rafael] Spregelburd, hoy escriben obras; no es que sean realistas cotidianas, pero cuentan una historia. Hay una fuerte tendencia a lo paródico, una fuerte tendencia a la familia disfuncional. Son otros los tiempos y cada época tiene su tiempo. Yo lo que no hago es afirmar que el teatro tiene que ser así, no sería raro que el día de mañana aparezca una obra naturalista y nos conmueva a todos. Yo mismo, que dije que el realismo clásico se acabó, ya lo agoté, incluso solía decir: ‘En un escenario ya nadie tiene que tocar el timbre y entrar con esa cosa naturalista de abrir la puerta’. Y bueno, escribí Cuestión de principios, que es una obra realista-realista en la que tocan el timbre”, remata Cossa.

“Entonces yo lo que diría es que no hay que cerrarse. Me niego a afirmar que sólo hay una manera de hacer teatro. En definitiva, creo que las obras que van quedando son aquellas que tienen una fuerte teatralidad. Las obras las recuperan los actores, y lo que tiene que recuperar el actor es que tiene un personaje y una situación teatral y eso siempre va a estar presente”, afirma.

En Cuestión de principios se enfrenta las historias personales de dos personajes que elaboran sus visiones del mundo desde los cambios de paradigma político, situación que seguramente es parte de una reflexión del propio dramaturgo y que pone en escena una realidad social de carácter muy diferente a la de los años 60.

Respecto a los “estímulos” de un dramaturgo de aquellos años y uno contemporáneo a la hora de crear un texto, Cossa asegura: “Creo que lo que teníamos nosotros era que al estar aislados, prohibidos, estábamos más juntos; toda minoría perseguida se une. Teníamos más tiempo porque los que escribían televisión no podían hacerlo, entonces nos encerrábamos en el teatro. En ese sentido, sí, impulsaba más a escribir que ahora que tenemos el permiso para hacerlo y podemos escribir y estrenar en cualquier lado. Yo creo que los jóvenes de hoy, que nacieron sin esas circunstancias, tienen otros estímulos, es cierto. Por ejemplo, cuando yo empecé ya estaba entrando en decadencia el teatro independiente que había empezado en los 30 y llegó hasta los años 60 más o menos, que era un teatro muy militante. Por ejemplo, no se podía cobrar dinero, había principios de ese tipo. Para esa generación el teatro era una militancia. Tenía que trabajar para vivir y el tiempo para perfeccionarse era menor. Los jóvenes actores de hoy, que no tienen ese prejuicio -todo lo contrario: tratan de cobrar lo más que se puede-, no ganan mucho en el teatro pero muchas veces pueden dedicarse a la profesión y dedican mucho tiempo a formarse, a tomar clases. Nosotros, los autores, teníamos una mirada un poco provinciana del teatro”.

Ese provincianismo también signaba el circuito que recorrían aquellos dramaturgos: “El teatro era Buenos Aires y Montevideo, y bueno, un poco nuestros países de América Latina. Hoy se tiene una mirada diferente y sin ningún prejuicio económico. Visto hoy está bien, visto desde aquella época era una especie de pecado”.