En provincia

Como hace unos cuantos años, nuestra Feria Internacional del Libro tiene poco de “internacional”, ya que no abundan los visitantes extranjeros (al ilustrador brasileño Ziraldo se lo puede considerar parte de la organización, ya que ha faltado a pocas ediciones). Sí se concentran lanzamientos y relanzamientos de libros nacionales, y es de esperar que también se armen las mesas de ofertas seductoras en el hall de la intendencia y en la carpa de la explanada municipal, que afortunadamente ya tiene colocadas sus baldosas nuevas y que posiblemente para cuando la feria esté funcionando a pleno deje de lucir algunos restos de la obra de albañilería. Oficialmente, la actividad comienza hoy a las 19.00 en el Salón Azul de la intendencia con la interpretación de una escena de Moneda falsa por el elenco de La Gaviota. Luego, hasta el 10 de octubre se concentra una decena de actividades diarias, que incluyen el anuncio de dos premios: el Bartolomé Hidalgo, que entrega la Cámara Uruguaya del Libro, organizadora de la feria, a las obras publicadas durante el año que cierra, y Cuentos rioplateados, producto de un concurso organizado por la Fundación El Libro. La programación, que se publicará completa en la cartelera de la diaria, abarca muchísimas presentaciones de libros para niños (Lía Schenck, Virginia Brown, Verónica Leite y Federico Ivanier, entre otros), el lanzamiento de la primera edición uruguaya de Miss Tacuarembó, de Dani Umpi (jueves a las 18.00), una mesa de autores de la editorial Planeta (Rafael Courtoisie, Horacio Bernardo, Álvaro Ojeda y Ana Vidal (el sábado a las 15.00), la presentación de la nouvelle Irreversible, de Mercedes Estramil (lunes 4 a las 21.00), la reedición actualizada de Orientales: Uruguay a través de su poesía”, la antología y estudio de Amir Hamed (miércoles 6 a las 21.00), el lanzamiento de la colección de policiales Cosecha Roja (el sábado 9 a las 21.00) y la presentación de la nueva novela de Tomás de Mattos (una hora antes). Un extranjero, el biólogo argentino Daniel Golombek, estará hablando de la colección que dirige, “Ciencia que ladra” (Editorial Siglo XX), el lunes 4 a las 21.00. Para el cierre, el toque bizarro lo dará la presentación de Banda ancha para todos, de Gonzalo Perera (domingo 10 a las 17.00).

La de Paulo Slachevsky (Santiago, 1964) posiblemente sea una de las charlas más interesantes de la Feria del Libro que comienza hoy, aunque figura fuera del programa abierto al público en general. El chileno estará hablando, en el marco de la 4ª Jornada de Profesionales del libro, sobre “Los editores y el libro digital”. Lom, la editorial que puso en marcha en 1990 -que pasó de editar dos libros a 80 anualmente-, está al frente de una red de editores independientes que se ha propuesto digitalizar el total de sus catálogos.

La idea de fondo es que el libro digital es un fenómeno que ha llegado para cambiar el mundo editorial, y que conviene ser parte articuladora de esos cambios en lugar de dejarse arrastrar por ellos. Por eso, con la mirada puesta en lo que ocurre en América del Norte y Europa, los editores chilenos diseñaron una serie de estrategias pensadas para la realidad de nuestro continente.

Para empezar: en Estados Unidos el fenómeno del libro digital está fuertemente asociado con soportes materiales “de moda”, como el Kindle (de Amazon) o el IPad (de Apple). Sin negar las ventajas de estos dispositivos (la “tinta electrónica” de su pantalla, que alivia el cansancio de la vista, y su bajo peso), Slachevsky y los suyos piensan que aquí el libro electrónico tendrá como principal plataforma los netbooks (o laptops pequeños), ya que ofrecen una mayor funcionalidad por el mismo precio.

Por ello, el ámbito educativo, calculan, será el que más rápidamente adoptará el formato digital. El empleo de las XO en nuestro país es un buen indicador de que los textos de estudio tienen el camino digital bastante allanado, y a esto se le puede sumar la creciente popularidad de las portátiles livianas entre los estudiantes universitarios.

Pensando en el laptop como soporte, los editores chilenos no editan en el formato de Amazon (el Kindle no se comercializa en estos países) sino en pdf (bastante tradicional y rígido) y en ipad (que se adapta a distintos aparatos y configuraciones de pantalla). El sistema de protección de los archivos también difiere del norteamericano, que se acerca más bien a una licencia de software (no permite distribuirlo simultáneamente y establece un límite de seis copias), aunque también previene la piratería de textos.

Una de las preocupaciones de la Asociación de Editores Chilenos -que se formó, entre otras cosas, para negociar mejor su inserción en el mercado digital- es no debilitar la cadena de venta del libro en papel, que tiene por eslabón débil las librerías, a las que se ve como reservorios de la “bibliodiversidad”. Para ello se las procura integrar al sistema de venta de libros electrónicos, y en esto el “modelo chileno” marca una diferencia fundamental con respecto al norteamericano: los trasandinos consiguieron un acuerdo con una distribuidora de libros digitales que no vende directamente a los clientes -como hace Amazon en Estados Unidos- sino por intermedio de los sitios de las librerías y las editoriales.

Como novedad puramente latinoamericana, Slachevsky promociona el alquiler de libros digitales, hasta ahora no practicado en el norte. La idea es vender por tres o cuatro dólares el libro entero, pero sólo por un mes. El mecanismo está pensado como alternativa al estudio a partir de fotocopias de fragmentos de libros; aquí el precio de alquilar un capítulo y el de alquilar la obra entera serían equivalentes.

Ojo los godos

Entre las ambiciones de los chilenos está revertir la tendencia del intercambio con la “metrópoli”: por cada 40 títulos de España que llegan a nuestro continente, sólo uno de aquí recorre el camino inverso. Tras el desmantelamiento cultural producto de las dictaduras de los 70, que liquidó a la mayoría de las editoriales independientes, y la liberalización económica de los 90, se llegó a un escenario en el que son las casas matrices de las multinacionales, ubicadas en Madrid y Barcelona, las que deciden cómo deben distribuirse en Latinoamérica los libros de sus autores latinoamericanos. Pero como España dista de estar a la vanguardia del libro digital, ahora se presentaría la oportunidad de, como en los 60, recuperar la iniciativa en este campo.

El intercambio entre latinoamericanos también podría verse incrementado por una “variante intermedia” entre el libro electrónico y el tradicional, el libro a demanda, que se imprime a pedido del lector. “De hecho, nosotros ya trabajamos a demanda, porque imprimimos digitalmente según los requisitos de las distribuidoras (por eso podemos mantener un catálogo activo de 1.300 títulos)”, dice Slachevsky, y agrega: “Pero ahora ese mecanismo estaría llegando al lector individual”.

El libro tradicional, en tanto, no desaparecerá, en opinión del editor, pero indudablemente sufrirá cambios. En uno de los escenarios posibles, estará confinado al ámbito de una elite muy reducida. Al mismo tiempo, Slachevsky desmitifica algunas ideas en torno al auge actual del libro digital. Por ejemplo, las cifras de Amazon, que en este momento equiparan las ventas de libros digitales y libros en papel, no son representativas de lo que pase en el total del mercado editorial estadounidense, en el que los libros digitales son sólo el 3%.

Slachevsky admite que el libro digital genera miedos pero también cree que puede llegar a dotar de nuevo encanto a la relación con la lectura, incluido el viejo formato impreso, y aclara: “El libro de papel es un objeto extraordinario”.