Nacido hace 68 años, Peter Greenaway comenzó su vida artística estudiando pintura en la Walthamstow College of Art en Londres, hasta que junto a un compañero de estudio escaparon de clase para ver El séptimo sello. La concepción plástica del cine de Ingmar Bergman lo decidió por la imagen en movimiento, pero en su obra siempre ha sido patente su formación de pintor. Entre sus films más conocidos se encuentran El vientre del arquitecto (1987) y la recordada El cocinero, el ladrón, la mujer y su amante (1989), cuyo tratamiento barroco y desmesurado influyó fuertemente en la estética de los tempranos años 90, en el cine y en la publicidad (esta cronista recuerda a mediados de la década pasada una cena en un evento publicitario en nuestro país, con fetas de jamón servidas sobre el cuerpo de una modelo, felizmente con vida).

La visita de Greenaway a Buenos Aires se realizó en el marco del lanzamiento en esta ciudad de “El documental del mes”, una iniciativa que comenzó en España en el año 2004 y que desde este año se extendió a Chile, Argentina y Uruguay, donde el documental de Greenaway fue presentado el pasado viernes por la periodista cultural Emma Sanguinetti. La idea del proyecto es acercar el cine documental al público, estrenando cada treinta días una película de este género de manera simultánea en cada país, el primer jueves de cada mes. Para setiembre el film escogido es justamente, Rembrandt’s J’accuse, dirigida por el director galés.

Ésta es la segunda obra que Greenaway dedica al maestro de la pintura holandesa, luego de la ficción Nightwatching, de 2007. La anécdota de aquella película es la siguiente; en 1642 el reconocido Rembrandt Van Rijn culmina su obra más famosa, La ronda nocturna, un gran cuadro colectivo donde el pintor retrata la compañía de la guardia cívica de Amsterdam, del capitán Frans Banning Cocq y el teniente Willen van Ruytenburg. Este momento marca el inicio del declive social y económico del pintor. Mientras algunos historiadores de arte explican esta situación en el hecho de que Rembrandt se niega a halagar a las figuras que aparecen en la escena, Peter Greenaway encuentra en el cuadro la prueba de un crimen. Según el director, Rembrandt denuncia en su obra maestra la conspiración y el asesinato cometido por una poderosa familia de Amsterdam. Basándose en su propia teoría, en el documental Rembrandt’s J’accuse el director analiza esta escena del crimen con el objetivo de descubrir a los responsables que han sido retratados en la pintura. Con humor, Greenaway bromeó sobre lo que Rembrandt hubiera opinado al ver este film: “por fin alguien entendió mi obra” diría aliviado el maestro holandés.

La master class en el BAC comenzó con una impuntualidad impensable en el ámbito de la cultura inglesa, pero que no importunó a un auditorio formado en su mayoría por estudiantes de cine. Este casi inglés supo compensar el atraso ofreciendo una brillante muestra de algunos de sus últimos trabajos, y hablando de lo que muchos querían escuchar: sus profecías sobre el futuro del cine. Así, Greenaway comenzó hablando de sus primeras experiencias en el género documental, para lo cual se retrotrajo a sus primeros trabajos durante la década del 60 para la BBC, donde el documental era visto en cierta forma como algo aséptico e inocente. En este sentido señaló que “en la ficción hay un pacto. Yo sé, y vos sabés que yo te estoy contando mentiras.” Sin embargo, pese a ese pacto, Greenaway opina que en el documental también hay más mentiras que verdades. “Los documentales -explicó el director- se supone que dicen la verdad, pero eso no es así.” El proceso de creación del documental (la cámara, el director o la edición) terminan alterando ese pacto de verdad con el que se sostiene el género.

Pero lo más interesante fueron sus palabras referidas a su visión del cine contemporáneo, en particular su propia concepción sobre la “muerte del cine”. Para Greenaway, el cine norteamericano está pensado básicamente como una manera barata de entretener a la gente, mientras que “el cine europeo es otro modelo, pero en el mundo el modelo para hacer cine es el de Hollywood”. El resultado, según este director galés, es un cine aburrido que se repite hasta el cansancio ya que “todos los directores de Hollywood hacen siempre lo mismo”. En este sentido tampoco encuentra natural la forma en que los espectadores disfrutan del cine: sentados en la oscuridad, compartiendo emociones con extraños y mirando un rectángulo de luz. Describe esta situación como algo ridícula y anacrónica que debe ser abandonada.

“El cine está muerto, pero no tenemos que hacer duelo -aseguró Greenaway-. Lo que viene ahora es tanto o más interesante. No tengo la más mínima duda de que el vocabulario del cine se torna mucho más extraordinario con todas las invenciones tecnológicas”, afirmó. Y a continuación se concentró en este punto, dedicando gran parte de la oratoria a mostrar algunos de sus últimos trabajos audiovisuales en los que se observa el aporte de las nuevas tecnologías al desarrollo del séptimo arte.

Greenaway habló de la tensión producida entre la sala oscura del cine clásico tal como la conocemos, y lo que puede ocurrir cuando se introducen variables en la creación que se presenta al público. Para ejemplificar esto, presentó algunos de sus trabajos (que en general se encuentran sin dificultad en internet), por ejemplo, el festival Videobrasil (San Pablo, 2007). Aquí Greenaway abrió el festival con Tulse Luper Suitcases (2003), donde imágenes y fragmentos de esta obra se iban proyectando junto a un músico en vivo, en un espectáculo montado en el momento. La intención del director aquí, al hablar en el BAC de este trabajo, fue rescatar su rol casi de director de orquesta jugando en un escenario donde autor y espectador se unieron frente a la pantalla, no del modo en el que el cine convencional nos tiene acostumbrados.

Uno de los trabajos más aplaudidos por el auditorio fue el audiovisual de veinte minutos desarrollado sobre La última cena de Miguel Ángel -tan popularizada por el best-seller El Código Da Vinci-, obra que luego recorrió varias ciudades del mundo como una mega instalación. Se pudo apreciar el cuidado en el uso de la luz, una herramienta que Greenaway ha rescatado en varias oportunidades, como cuando señaló que pintores como Rembrandt o Caravaggio -el señor del claroscuro- debían ser considerados los precursores del cine por la utilización de la luz en sus obras). Pero en especial resaltó el uso para esta instalación de esas “invenciones tecnológicas” que según el director van a ayudar a reinterpretar el lenguaje audiovisual y acercar el cine a las grandes obras de arte. La misma intención tuvo al mostrar su trabajo sobre Las bodas de Caná, del pintor renacentista Paolo Veronese. A futuro, Greenaway contó que pretende continuar trabajando en proyectos audiovisuales, con algunas obras como Las Meninas de Diego Velázquez, y el Guernica de Pablo Picasso, demostrando que la síntesis entre pintura y cine que viene buscando desde que en 1982 nombró a su segundo filme El contrato del pintor, ha encontrado en el lenguaje semi-ficcional de ese género en ascenso que es el documental, una nueva forma de expresión sobre la que Greenaway puede desarrollar sus obsesiones y su inconfundible cuidado estético.