Cada año se corren unas mil carreras en Maroñas, en unas 100 citas repartidas habitualmente entre sábados y domingos, en las que se apuesta en total aproximadamente 25.000.000 de dólares. En esas cifras, el Gran Premio Ramírez tiene una gran incidencia, multiplicando por cuatro los asistentes y las apuestas, y por dos la cantidad de caballos que participan habitualmente.

El gerente de Maroñas, Oscar Bertoletti, describió en conversación con la diaria que en una fecha ordinaria van al hipódromo unos 5.000 “burreros” y corren unos 200 caballos, pero que en la víspera fueron unos 20.000 los asistentes y participaron 400 equinos. Además, sólo ayer se hicieron apuestas por una cifra cercana al millón de dólares. Según explicó Cha, el turf a nivel mundial se encuentra en un proceso en que el público “tiende a concentrarse en los grandes premios”. Además, recordó que cuando reabrió Maroñas en 2003 “hubo un momento de fulgor” en la asistencia, pero que “progresivamente fue perdiendo público”.

“Los burros” tienen dos tipos de espectadores: por un lado, el que asiste regularmente porque “es fanático de las carreras de caballos y que apuesta”, y por el otro “quienes van a Maroñas de tanto en tanto y prueban suerte”. Teniendo en cuenta esta dualidad, Cha valoró que el foco debe estar en atraer a estos últimos, lo que constituye “el gran desafío para el turf en general”.

En su opinión, “el turf en Uruguay es muy popular y se trata de generalizar esa idea a quienes no son habitués”. Para lograrlo, “se ha intentado difundir y publicitar mejor las grandes jornadas, además de promover la televisación de las carreras a través de cadenas internacionales”, enumeró el jerarca.

Nacidos para perder

Pero independientemente de los esfuerzos que se realizan, Cha reconoció que el turf “da pérdidas”, y aseguró que “no hay ningún hipódromo en el mundo que dé ganancias”. Sin dar números, argumentó que la actividad “está sostenida por la explotación [por parte de Hípica Rioplatense] de un sistema mixto con las salas de slots”.

Ello está establecido por contrato, según detalló, a través de una ley aprobada durante la presidencia de Jorge Batlle (2000-2005), la cual estableció que, “a cambio de una gestión de calidad del Hipódromo, se les concedía la explotación de salas de slots”. Bertoletti reconoció que el negocio como tal da pérdida y comentó: “La tendencia en los hipódromos a nivel mundial desde la década del 90 es adoptar un modelo como el de Maroñas, que establece que la empresa se banca en base a la explotación de máquinas de slots”.

Respecto de los motivos para mantener una actividad que arroja balances negativos permanentemente, Cha defendió que “se trata de una cadena productiva que tiene un desarrollo interesante -en el que además Uruguay tiene una ventaja comparativa en la región- y el hipódromo es una etapa culminante, es el último eslabón de esa cadena”. Añadió que “el turf no está enfocado en dar ganancias”, sino que apunta a consolidar una “cadena industrial hípica que genere una gran demanda de empleo, sobre todo en los sectores más débiles de la sociedad”.

En igual sentido, Bertoletti destacó que la decisión de hacer funcionar al turf a lo largo del mundo es la misma, y es la de mantener una actividad que “da empleo a sectores de bajos recursos, que viven en contextos sociales complicados de pobreza”. Según un censo de la Asociación de Propietarios de Caballos de Carreras llevado a cabo en 2009, en Uruguay hay unas 50.000 personas que dependen de forma directa o indirecta del turf. Pese a lo elevado de la cifra, ello representa una caída de aproximadamente 20.000 personas respecto de la década del 60.

Según se detalla, son unos 7.382 los puestos de trabajos directos que giran en torno a las carreras, y si se incluye a los integrantes del núcleo familiar son 28.080 personas las que de ellas dependen. Entre los rubros asociados, se cuentan los funcionarios de los hipódromos, jockeys, cuidadores, capataces, peones, vareadores, serenos, agencias de juego, proveedores y actividades conexas, proveedores de cuidadores, concesiones de los hipódromos, comercios de la zona, empleados de haras y sus proveedores.