Actriz de teatro, cine y televisión (La historia casi verdadera de Pepita la Pistolera, Polvo nuestro que estás en los cielos, Uruguayos campeones), Musto vuelca su experiencia en ámbitos diversos para poner en escena una obra que cuestiona los vínculos humanos, la represión de los impulsos, la soledad de los hombres y su deseo de comprender el pasado. El autor de Blackbird, David Harrower (Edimburgo, 1966), es un artista afiliado a In Your Face, un movimiento artístico de impacto durante los 90 en Inglaterra que buscaba enfrentar al espectador con sus sentimientos más primarios.

-Has estado trabajando en teatro no sólo como actriz, sino también como traductora y dramaturga. ¿Cómo es el paso a la dirección?

-Es curioso. Me formé como actriz y lo que más me gusta es actuar, de ahí que haya actuado en todas las oportunidades que se me dieron y que consideré buenas para mí. Siempre me gustó mucho la literatura y aprecio mucho los buenos textos de teatro. Y hay momentos en que terminás haciendo algo porque querés verlo hecho. Por ejemplo, yo quería que se hablara en una obra de teatro sobre el asesinato de Zelmar Michelini porque había descubierto en 1986 las actas secretas de la investigación de la comisión del Parlamento. Con eso había que hacer algo, porque estaba la obra de teatro escrita, la vida de esas mujeres alrededor de esos militares y todo lo que se había descubierto ahí. Se lo di a un par de escritores de teatro y me dijeron que no, que era para periodistas o que todavía no era el momento para ponerse a escribir de eso, entonces terminé haciéndolo yo, porque quería verlo hecho [En honor al mérito, 2002]. También, para ganarme la vida, he tenido que ejercer la docencia, pero después terminé encontrándole el gusto, al encontrar un lenguaje para hablar con el actor, para pedirle determinadas cosas que lo ajusten a la emoción que tiene que brindar en escena. Porque el material que el actor da es, como dice Shakespeare, “el material delicado con el que están hechos los sueños”. A partir de la docencia, basándome en los teóricos de teatro, en los estudios de técnica desde Stanislavsky, terminé, por supuesto, armando espectáculos, aunque para mí era el momento más sufrido. Me gustaba más trabajar escenas o momentos o improvisaciones que pudieran brindar emoción y que saliera algo puro del actor. Ahí fui metiéndome en el armado, desde 2005. También estoy muy cerca de muy buenos directores. El papá de mi hija es Héctor Manuel Vidal, y también tengo grandes amigos, como Mario Ferreira, María Varela, toda gente muy cercana a mí.

-¿Qué es para vos dirigir?

-Es comprometerte con una visión. Es tomar la responsabilidad de una visión, de una elección. Hay que tener un sentido de liderazgo, capacidad organizativa, capacidad de convocatoria, confianza en ti misma, respeto hacia los demás. Nunca soy irresponsable en nada, lamentablemente, pero en todo lo que tiene que ver con mi vocación, que es un oficio duro que implica mucha dedicación, olfateo muy fácilmente cuando alguien no es responsable. Estoy muy respaldada por los actores y los técnicos. Todo me viene de lo que es mejor, que es mi oficio de actuación y mi reconocimiento como actriz. Es desde ahí que dirijo, desde la trayectoria del personaje.

-¿Tenés una técnica que apliques desde tu experiencia actoral?

-En toda mi vida me manejé de forma intuitiva. Cuando hicimos con Beatriz Flores Silva Pepita la Pistolera, ella empezó a usar conmigo un lenguaje que yo nunca había utilizado en las clases de la escuela de arte dramático. Me puse en contacto con una técnica actoral que permitía sacar un montón de material de dentro de mí de forma casi subconsciente o inconsciente. Si yo quiero que representes la bronca, una cosa es la bronca porque te afanaron el monedero, otra cosa es la bronca porque te dejó tu marido y otra es la bronca porque no te pagaron el aguinaldo; son matices. La persona con la que te ponés en contacto cuando traés eso adentro va a ver un fastidio en ti que será distinto según la intensidad de lo que te provoca el hecho. Tu habla, tu cuerpo, tu emoción van a estar colocados en un lugar. Ese tipo de lenguajes, de circunstancias muy afinadas es lo que Beatriz buscaba entonces. Me di cuenta de que había una técnica que sacaba los sentimientos en otra dimensión y en forma pura. Eliminaba el cliché, porque buscaba qué era lo que despertaba en ti una acción concreta, entonces si el actor tiene la ingenuidad de creer que esa circunstancia es verdadera puede empezar a manejarse con un montón de sutilezas. A partir de entonces empecé a profundizar esa técnica, que es Stanislavsky puro, con estudios avanzados sobre él para ir de acuerdo con la complejidad del mundo contemporáneo, porque lo que él representaba no es lo mismo que representar al hombre hoy, en que las neurosis son ataques de pánico, obsesiones, paranoias. Cómo se representa al hombre contemporáneo, ésa es mi gran preocupación como actriz.

-Aparentemente la obra de Harrower le debe mucho a un estilo teatral muy marcado en el tratamiento de los problemas del hombre contemporáneo, que estaría emparentado con la dramaturgia de Harold Pinter, incluso en la confrontación de dos personajes frente a frente en escena.

-Él es heredero de toda esa tradición de Shakespeare, de Pinter, de Caryl Churchill, de gente que escribe con una libertad y de manera tan concisa que muchas veces está cerca de la poesía y la música. En este caso hemos tenido que trabajar los ritmos de esa forma, porque los diálogos son producto de un estado emocional muy profundo en que el lenguaje no es suficiente para expresar y es una sucesión de frases entrecortadas y balbuceos.Blackbird está muy bien escrita y trata un tema tabú de forma muy responsable, con mucho respeto por los personajes y la sociedad que la va a ver, aceptando que una relación de este tipo es una relación inapropiada y los hace encontrarse ya de adultos. Necesita un público maduro, no solamente adulto, porque estamos tratando un tema tabú.

-¿Por qué elegiste a Levón y a Jimena Pérez para representarla?

-Fue una charla con Levón. Realmente vimos que Jimena era la persona indicada. Y Levón, porque tiene la posibilidad de abrirse y hacer al personaje multidimensional, capaz de amoldarse con personajes que comparten un estigma. Ésta es una obra histórica en el sentido de que trata un tema que la moral de nuestra época condena. Harrower se basó en un caso real: un ex marine que se conectó por internet con una chica que estaba en Escocia para hablar de animales domésticos. Se enamoraron, él la fue a buscar y salieron a viajar por Europa. La niña tenía 12 años y él 30 y pico. La madre se comunica con su hija y ella le dice que está feliz y enamorada. Él estuvo seis años preso y cuando volvió a su país le cayeron con todas las leyes puritanas. Cuando Harrower leyó sobre el caso dijo que no podía abandonar la imagen de un hombre y una niña mirando el mar. Se puso a escribir y se dio cuenta de que la obra podía ser más rica si los hacía encontrarse de adultos y así exponer lo que la sociedad había hecho con ellos en 15 años. Las grandes obras de arte que le han aportado algo a la humanidad son críticas con la moral de la época y la gente más interesante es la que transgrede. La transgresión es un grito de existencia del hombre, y es lo que hace interesante una obra de teatro para comprender y hacernos espiritualmente mejores y ver el punto de vista del otro aunque no se justifique. El hecho de ejercer la comprensión sobre el peor de todos siempre es bueno, aunque se trate de los peores criminales, los peores torturadores. Nos hace evolucionar no perder el punto de vista de otro, saber que el mundo interior es muy complejo, porque estamos llenos de zonas oscuras.

-Como dramaturga, poner en escena este conflicto, ¿te produce la misma emoción que si tuvieras que actuarlo?

-El oficio del actor nos hace muy fuertes y a la vez muy vulnerables. Hasta los seis pensé que quería ser bailarina y después me di cuenta de que quería ser actriz y desde muy niña tuve una vocación clarísima. Y no nací en una familia que viniera de esto, al contrario, soy hija de un militar, fui adolescente durante la dictadura y lo único que yo sabía era que iba a ser actriz, fantaseaba con que iba a ser actriz. Mis padres no querían, siempre es una carrera para fuertes; no hay padre que sea feliz cuando un hijo le dice “Yo quiero ser actor”. Porque el actor tiene una cualidad de exposición durísima. Yo soy muy tímida en general, pero esta vocación tiene algo de chivo sacrificial.

-Pepita la pistolera fue un boom a nivel popular en momentos en que el cine nacional no estaba tan desarrollado. ¿Cómo fue esa experiencia?

-Fue un gran cambio en mi vida en el sentido de la popularidad. Éste es un país chico, pero se empezó a generar un reconocimiento público y notas por todos lados. A partir de eso me di cuenta de que era un trabajo que me apasionaba. Siempre había hecho teatro y siempre me había ido muy bien. El salto con Pepita fue a nivel de ponerme en contacto con lo lejos que se podía ir con la actuación. También con respecto a la parte teórica del teatro que fui empezando a descubrir: cuando vi la película, que la vi con pánico, me pude alejar de mí y ver todos los matices que se podía dar. Vi que eso es lo que me gusta ver en los actores, el matiz, la inflexión. Ahí fue que decidí: éste es mi destino.