-Tu carrera teatral comienza en teatro Uno y tu primer profesor fue Alberto Restuccia, un docente bastante singular.

-Sí, arranqué las clases con él en un momento un poco difícil para Alberto porque fue el momento posterior a la muerte del Bebe Cerminara y eran un dupla inseparable de muchos años de trabajar juntos. Fui dos años a tomar clases de teatro con él y fue una etapa de aprendizaje muy jugoso para mí. Es más, a partir de ese momento tomé la iniciativa de ingresar a la Escuela Municipal de Arte Dramático [EMAD], porque terminé definiéndome sin saber que un tiempo más tarde iba a trabajar profesionalmente en esto, y fue cuando opté por seguir estudiando actuación para formarme como actor. Empecé con el teatro a los 17 años y una vez que ingresé a la EMAD me di cuenta enseguida de que era lo que quería hacer, sobre todo por una cosa que está muy presente en Music Hall, que es el goce por actuar, que no es otra cosa que disfrutar lo que estás haciendo. Después podés encontrar un mecanismo intelectual para entender un poco el porqué, pero en primera instancia, y lo más importante, es disfrutar cuando estás arriba del escenario. Después vienen las otras cosas, cuando empezás a estudiar más, a informarte más y también a entender cómo funciona el teatro y a definir una línea de trabajo.

-Lagarce es un autor difícil. Hay que saber atraparlo y esto es así tanto para el espectador como para el director.

-Sí, es eso lo que me seduce más, pero no parte necesariamente de la dificultad. El tipo escribe de una forma bastante singular. Tiene en su escritura un nivel poético muy elevado y una estilización de la forma cotidiana de nuestro hablar. Es como si en su forma de escribir “ensuciara” bastante la línea. Es como si tuviera cierta dificultad en discernir qué es en última instancia lo que el personaje quiere decir. Es como si yo estuviera hablando aquí, y voy para atrás y para adelante, y no lográs entender a dónde voy porque digo y me desdigo a la vez. Eso está muy presente en sus textos, que son excesivamente narrativos, en el sentido de que sus personajes viven en la palabra, en la evocación y en el recuerdo. Entonces, una vez que me decidí por Music Hall, estaba presente esa dificultad que me seducía mucho al momento de trabajar. Es un desafío saber cómo sostenés esta obra que en la estrategia dramatúrgica es bastante lineal, porque se trata de unos actores intentando recuperar un pasado glorioso y de éxito que tuvieron en algún momento y que intentan evocar ese mundo. El hecho de que trate sobre el teatro me seduce mucho, habla del abandono, del deseo de éxito frustrado, de la condición del actor y, en última instancia, hay algo que se despega del texto que me parece buenísimo, que es revelar cierta condición de vulnerabilidad de la actuación en este momento. Éste es quizá uno de los elementos comunes que yo veo como analogía en nuestro teatro, en la situación de nuestro teatro.

-¿Cómo es eso?

-Me parece interesante cómo este tipo francés, cuya obra en un comienzo no era para nada relevante en su medio -al contrario, sus textos no eran representados-, fundó una compañía [Théâtre de la Roulotte] en honor a Jean Vilar, que se presentaba en circuitos periféricos, dirigía sus propias obras y también otros textos. Pero lo que me llamaba la atención, y me parece una conexión buenísima, es cómo este tipo allá escribe sobre esta compañía de teatro en decadencia que se mueve en un circuito periférico, que nunca llega al gran teatro y a la que van a ver pocas personas, una compañía que quizá no tiene para subsistir y que lo único que hace es actuar a pesar de todas las cosas, manifestando un goce existencial por actuar como si fuera un fundamento que lograra trascender todo. ¿Qué sostiene a estos tipos? El actuar, y no hay otra cosa. Con respecto a la vulnerabilidad, me parece que está presente, y en varias cosas. En principio, el oficio de la actuación, o algo que es propio de la naturaleza de la actuación -más allá de dónde trabajes-, tiene algo que es de cierta precariedad. Porque el actor trabaja con su mundo afectivo, con sus libres asociaciones, con su imaginación; contando con esas cosas podrá tener opinión sobre un texto, podrá ser activo al momento de actuar y no será un mero resonador de las ideas que un director tiene sobre un texto. Ese mundo en el que el actor construye es en cierta manera precario porque no se alimenta de otra cosa que no sea su propio cuerpo, su materia prima, su pensamiento y sus estados afectivos, ahí ya hay un espacio de precariedad. Por otro lado, yo siento también -sin ser apocalíptico- que hay un estado en el que la actuación se muestra bastante desdibujada, porque pareciera ser que cualquiera que se sube arriba de un escenario actúa, como si no existiera el rigor, como si no hubiera mayor profundidad a nivel de relatos o de lenguajes escénicos. Es decir, hay una instancia de formación para el actor que es súper importante. Lo que quiero decir es que a veces la actuación y los actores están en un espacio que no refiere propiamente a la actuación. Muchas veces un actor puede ser más un adorno de un evento que un cuerpo poético que le genere reflexión al espectador.

-¿A qué te referís específicamente cuando hablás de la vulnerabilidad del actor?

-Cuando hablo del estado de vulnerabilidad me refiero concretamente a que en principio creo que hay muy pocos actores. Actores que realmente están abocados y que son apasionados por su oficio son pocos, realmente. No quiero decir con esto que los actores tengan que tener su vida destinada a la actuación; por supuesto, hay muchas otras cosas y esto no tiene por qué ser así. Con esto quiero decir que actores son pocos: no cualquiera que se sube a un escenario y canta es un cantante, no cualquiera que agarra una viola y empieza a tocar es un músico. Es decir, hay un entrenamiento, un estudio constante, un mantenerse activo en un conjunto de disciplinas sin las cuales la actuación no subsiste. Y no porque sí en nuestro medio teatral tenemos una gran oferta de una gran cantidad de obras y son pocas, a mi modo de ver, las interesantes, no porque me gusten a mí sino desde el lenguaje escénico, el sentido estético, desde por qué hacés teatro y qué querés decir con eso. Me ha pasado muchas veces de ir al teatro y ver ejercicios estéticos, por ejemplo, y lo que pasa es que cuando ves teatro y es realmente removedor eso te activa cosas que nunca antes experimentaste. Pasaste por una instancia que es súper mágica, a través de un tipo que está frente a vos y que te está haciendo creer algo que en realidad es pura ficción. Considero que hay un estado de vulnerabilidad en la actuación que, por un lado, refiere a la propia naturaleza del oficio. Siendo un poco cruel se podría decir que el actor es un trozo de carne picada especial tirado en una sala oscura, depositario de opiniones y miradas ajenas.

-¿Qué significa para vos ser actor?

-Cuando entré en la EMAD, paralelamente había dado el concurso para guardavidas y dije: “Bueno, en alguna de las dos cosas voy a entrar”. Si no era una era la otra, y fueron las dos. Estuve trabajando cuatro temporadas como guardavidas y después empezaron a surgir trabajos en teatro. Me importaba más, por supuesto, aunque extraño mucho el mar. Hay un montón de cosas que me gustan, lo que pasa es que el teatro para mí es la posibilidad de tomar contacto conmigo mismo. Después está lo otro, la representación, poder entrar en contacto con el espectador, poder generar reflexión, poder emocionar a alguien y poder conmoverme yo también con las cosas que suceden. La actuación es esa posibilidad y es muy seductor el mundo del teatro, una vez que entrás y si tenés una conexión real, es muy difícil despegarte. También está la posibilidad de abordar un personaje en cada obra a la que accedés, es una posibilidad nueva de descubrirte a vos en otro rol y, por lo tanto, en una faceta nueva dentro de la ambigüedad de tu ser, porque vos sos muchas cosas a la vez, y además, tener la posibilidad de compartirlo con la gente es fantástico. Es lo que me da felicidad, me pongo nervioso antes de entrar y eso me encanta. Los nervios necesarios, pero habla de que hay algo que se mantiene vivo; el día que pierda eso capaz que es el momento de dejar de actuar. Si en algún momento me deja de gustar, dejaré de hacerlo y buscaré otras cosas.