A grandes rasgos se podría decir que 2010 no fue un año memorable para el cine mundial, lo que se puede corroborar al encontrar en esta selección al menos tres títulos que fueron estrenados en Montevideo este año pero que para el resto del mundo son anteriores. Siendo justos, muchas de las películas que fueron elegidas en el exterior como las mejores del año (las últimas obras de los hermanos Coen, Darren Aronofsky y Gaspar Noé, por ejemplo) todavía no llegaron a nuestras carteleras, así que tal vez para compensar falseen la selección de 2011. En todo caso, acá van diez películas que dio gusto ver y comentar a lo largo del año que se fue.

• La cinta blanca (Michael Haneke). Ya es habitual que cualquier película que estrene Michael Haneke se lleve todos los premios principales de cualquier festival al que se presente (ésta en particular ganó la Palma de Oro de Cannes de 2009 y fue elegida Mejor Película del Festival de Cinemateca de este año), y los motivos son evidentes. Siempre frío y cerebral, pero siempre con algo que decir y recursos inesperados para hacerlo, Haneke habla a su manera sobre el huevo de la serpiente, sobre las semillas del nazismo sin dejar de contar una historia oscura, misteriosa, llena de horror contenido en blanco y negro, y sin que se pierda la sensación inconfundible de estar viendo una obra maestra.

• Toy Story 3 (Lee Unkrich). El ciclo de Toy Story parece haber hecho el periplo opuesto a todas las franquicias; Toy Story 2 era mucho más divertida y original que la primera, y la tercera entrega supera en emoción y madurez a prácticamente todo lo que ha hecho Pixar hasta el momento (y recordemos que Pixar ha hecho maravillas como Ratatouille o Bichos), cerrando al parecer un ciclo brillante (no creemos que una cuarta entrega pudiera aportar algo más que exceso) y dejando claro por enésima vez que la animación digital es un medio tan humano como quienes lo utilizan.

• La red social (David Fincher). El tema -la creación de Facebook- era fascinante para un libro o un artículo periodístico, pero a priori parecía bastante árido en términos cinematográficos -a menos que a uno le fascine ver nerds frente a pantallas de PC-, pero Fincher, el guionista Aaron Sorkin, la banda de sonido de Trent Reznor y un elenco sin fallas consiguieron un auténtico milagro narrativo en el cual no sólo nos encontramos con una película ágil y visualmente entretenida, sino también con algo que supera a la simple descripción de la llegada a la fortuna de unos jóvenes, y que se convierte en una reflexión melancólica sobre la soledad y las relaciones humanas en el siglo XXI. Tiene todos los boletos para ser la gran triunfadora de los Oscar de este año, y estaría totalmente merecido.

• La vida útil (Federico Veiroj). Otra saludable señal de la ya establecida continuidad del cine local, esta vez reflexionando en cierta forma sobre sí mismo y ambientándose en relación con lugares y rostros ampliamente conocidos por los cinéfilos montevideanos. El segundo film de Veiroj define una identidad y un punto de vista que ya no sólo es parte de la eternamente recomenzada historia del cine uruguayo, sino un eslabón más de una identidad reconocible fuera de fronteras, en la que lo temático y lo estético son una unidad indivisible.

• Cómo sobrevivir a un rockero (Nicolas Stoller). Tal vez no sea una gran película y posiblemente no sea ni siquiera la mejor comedia producida por Judd Apatow (pensamos que el premio iría para Ligeramente embarazada), pero es la película más divertida estrenada en el año y la única auténticamente rockera, además de funcionar como advertencia contra cualquier droga a la que le digan “Jeffrey” y presentar una banda de sonido poderosa y casi en serio.

• Las playas de Agnès (Agnès Varda). Una de las últimas glorias vivientes de la era de oro del cine francés repasa su vida mediante esta docu-ficción en que la cineasta recrea fragmentos de su vida, revisitando lugares de su pasado y dando muestras de una libertad narrativa y expresiva que le podrían envidiar colegas 40 años más jóvenes. Utilizando un collage expresivo y reflexivo, Varda realizó algo que tiene mucho que ver con una autobiografía impresionista, pero que ante todo es cine consciente de sí mismo.

• Criatura de la noche (Tomas Alfredson). No es de este año, pero fue en 2010 cuando llegó a nuestras carteleras. Aunque ya tiene su versión estadounidense (no estrenada aún en nuestro medio), esta película sueca sobre un preadolescente alienado que entabla amistad con una vampiro que aparenta tener su edad es una auténtica revolución de lo que se entiende como cine de terror. A pesar de varios momentos escalofriantes, Criatura de la noche es una reflexión violenta, amoral y extrañamente bella sobre la soledad y las posibilidades de contacto entre seres incapaces de adaptarse, pero no de sentir. Si hay una película con la que se quiera convencer a un detractor del cine de horror de sus posibilidades poéticas, ésa es Criatura de la noche.

• El escritor oculto (Roman Polanski). De no ser por su coincidencia con el arresto de Roman Polanski, y su consecuente desprestigio, esta película habría sido un legítimo éxito mundial y, con un poco de suerte, habría dado una lección de cómo hacer cine a más de un director joven. Tomando de base un bestseller oportunista y sin mayores atractivos de Robert Harris, Polanski hace gala de un virtuosismo narrativo y visual -siempre presente, pero nunca avasallador- en el que cada detalle habla y aporta datos sobre una serie de personajes misteriosos y paranoicos que no pueden evitar que el cielo y el ritmo sean los auténticos protagonistas.

• La pivellina (Tizza Covi y Rainer Frimmel). Entrelazando elementos de ficción y documentales -un estilo que parece estar en alza mundialmente-, esta película aparentemente pequeña estudia a una niña de dos años inmersa en el mundo de los circos ambulantes, haciendo un ejercicio de interés y respeto sobre personajes inusuales, pertenecientes a una Europa cada vez más excluida pero tal vez de los últimos representantes del viejo espíritu europeo.

• Mundialito (Sebastián Bednarik). Muchos se quedaron con gusto a poco en relación con este documental sobre el campeonato de fútbol organizado por la dictadura militar uruguaya en 1980, pero sería ver el vaso medio vacío con respecto a esta página más bien oscura del fútbol nacional que tradicionalmente se ha barrido bajo la alfombra y que esta película rescata con no pocos hallazgos. Por otra parte, el estreno del film apenas meses después de la campaña uruguaya en el Mundial de Sudáfrica y de los excesos nacionalistas que trajo consigo fue de un timing fantástico, aunque casi nadie se haya molestado en hacer conexiones.