Luis Buñuel sostenía que mear sobre un altar era también una forma de plegaria, y tal vez algo así estuviera pensando el escritor chileno de 72 años Eduardo Labarca al retratarse, en la tapa de su último libro -El enigma de los módulos-, orinando (aparentemente, Labarca ha aclarado que se trataba de una botella de agua que usó para crear esa ilusión) sobre la tumba de Jorge Luis Borges en Ginebra. La imagen causó, como era de esperar, bastante revuelo y el ministro de Cultura argentino, Jorge Coscia, declaró a Radio 10 que se trató de un acto de “mal gusto” y un “hecho violatorio”. Agregó: “Es sólo un intento de parricidio, porque no se puede matar a Borges. A pesar de que dice que utilizó una botella con agua, no hay ningún aporte en orinar una tumba. Eso sí, está logrando su cometido; más de uno ahora va a ir a comprar su libro”.

Pero Labarca defendió su fotografía aclarando que tiene mucho que ver con el contenido del libro y que si bien considera a Borges un “gigante” como escritor, lo desprecia “absolutamente” como ser humano. ¿El motivo? Las conocidas actitudes políticas del Borges tardío: “Mi acto tiene dos significados: homenaje al maestro y repudio al [Borges] ciudadano”, declaró Labarca desde su casa en Austria. “Estando anciano, casi ciego, se vino a Chile a saludar al dictador [Augusto] Pinochet en los días en que estaba matando”, agregó.

La obra de Labarca, traductor de la ONU y periodista, además de escritor, se caracteriza por su decidida toma de posición respecto de lo acontecido en su país en las décadas del 60 y 80, y ha publicado los libros periodísticos Chile invadido (1968), sobre la injerencia extranjera en el país trasandino, y Chile al rojo (1971), sobre la llegada de Salvador Allende al poder, además de la biografía del ex presidente asesinado Salvador Allende: biografía sentimental (2005).

El saludo de Borges a Pinochet, así como algunas frases elogiosas que pronunció respecto de la Junta Militar argentina que dirigía la dictadura, siguen siendo las acciones más criticadas de la vida del escritor, recordándose que luego de su visita al dictador chileno declaró: “Él es una persona excelente”, agregando que “el hecho es que aquí y en mi país y en Uruguay, la libertad y el orden están siendo salvados”. Antes de morir, en 1986, Borges se arrepintió públicamente de estos hechos, atribuyéndolos a su avanzada edad, su ceguera y un entorno que lo mal informó respecto de las política represivas de los gobiernos de Pinochet y Videla. En realidad y salvando su férreo antiperonismo, la postura política de Borges a lo largo de su vida es bastante coherente con su autodefinición de “anarquista conservador” y en su obra es imposible encontrar alabanzas a cualquier tipo de autoritarismo similar al de los presidentes de facto antes nombrados.

En todo caso la postura de Coscia es la de que “Borges debe ser juzgado como escritor; como muchos hombres ha sido cambiante”, mientras que Labarca simplemente se limitó a esperar que la familia del escritor argentino se tome el asunto “con humor borgiano”, lo que en todo caso prueba que Labarca no tiene la menor idea acerca de la personalidad de María Kodama, viuda y administradora de Borges.